Esperó al borde del campo hasta que él la advirtió.

Al momento su cara se iluminó. Dijo algo al hombre que estaba a su lado y comenzó a avanzar a zancadas hacia ella.

Mientras se acercaba, ella sonrió y saludó.

– ¡Sergio! ¿Que estáis haciendo con los caballos? ¿Por qué les envolvéis los pies, y por qué les cubrís así los ojos?

Él se apresuró hacia ella. Su hermoso uniforme acentuaba su buena apariencia juvenil.

– Isabella, que maravillosa sorpresa -Sonriendo hacia ella, le tomó la mano y se la llevó galantemente a los labios – ¿Qué haces vagando por aquí afuera?

Ella retiró la mano y le rodeó para observar los caballos que estaba siendo paseados arriba y abajo por el campo.

– Quería visitar a mi yegua en el establo. Betto me aseguró que estaba bien cuidada, pero la echo de menos. El mio fratello, Luca, me la regaló, y ahora mismo ella es todo lo que me queda de la mia famiglia. -Su voz era triste mientras miraba hacia los campos.

– Ven a ver -invitó Sergio, tomándola del codo para escoltarla-. Estamos entrenando a los caballos para la batalla. No podemos tener a una hermosa mujer alicaida en un día como este.

– ¿Los caballos no están ya entrenados? Estaban preparados cuando intentamos salir del valle, ¿verdad?

Él se encogió de hombros.

– Fue una mala experiencia para ellos. Intentamos criarlos con el olor y los sonidos de los leones para darnos más de una ventaja si fueramos atacados. Requiere gran paciencia por nuestra parte y gran valor por parte de los caballos; los leones son sus enemigos naturales, normalmente los ven como una presa. El incidente cerca del paso fue una recaída para los caballos, cuando uno de los leones se rebeló. Por si no lo notaste, nuestras monturas estaban nerviosas mientras montábamos hacia el paso, pero aguantaron firmemente. Los leones estaban paseando a nuestro lado justo fuera de la vista.

– Pero los caballos se asustaron.

– Solo cuando los leones comenzaron a tomar posiciones de ataque. Los caballos tienen la bastante experiencia como para saber que los leones nos estaban advirtiendo que nos alejaramos del paso. Ahora, sin embargo, es imperativo reentrenarlos y acostumbrarlos a viajar con los leones cerca.

– ¿Y las envolturas de los cascos?

– Para el silencio. Encurtimos y estiramos pieles. Los tiempos son inciertos, y nuestro valles es rico en comida y tesoros. Aunque los acantilados y el estrecho paso nos protegen, demasiados miran nuestro valle con envidia. Así que entrenamos duro y con frecuencia. Hemos luchado con éxito contra cada enemigo, pero continuarán intentando tomar nuestras tierras.

– ¿Estáis preocupados por algo en particular? -Sintió una súbita tensión en el pecho, un súbito conocimiento. Veía demasiados caballos para que esto fuera un simple ejercicio de entrenamiento-. ¿Esto es porque Don Rivellio ha enviado a sus hombres junto con el mio fratello a el valle? ¿La finca está en peligro a causa de nosotros?

Él le sonrió gentilmente, una sonrisa masculina de superioridad para tranquilizarla.

– Ningún enemigo conseguirá atravesar el paso hasta el valle y vivirá para contarlo. Serán enterrados aquí, y nadie volverá y contará la historia. Así nos sumamos a la legenda del valle.

Isabella podía ver la sabudiría de sus palabras. Ella había crecido escuchando las misteriosas historias del valle DeMarco. Nadie sabía si creer los cuentos, pero el poder del desconocimiendo daba al don y sus soldados una tremenda ventaja. La mayor parte de los ejércitos ya temían intentar tomar la finca.

– ¿Retarda a los caballos el cubrirles los cascos?

Él sacudió la cabeza.

– Cuidamos de entrenarlos utilizando las envolturas, y se acostumbran a ellas.- Le dio la vuelta, conduciéndola hacia el extremo más alejado del campo.- Estos son los caballos más jóvenes e inexpertos. Puedes ver que estaban pasando un mal rato. Alguno tropieza. Las vendas impiden que vean a los leones.

– Yo no veo ningún león -dijo ella, mirando alrededor. Su corazón latió más rápido antes sus palabras. No creía que se acostumbrara nunca a ver a las bestias de cerca.

– Están lo bastante cerca como para que los caballos capten su olor, pero no los acercaremos hasta que el caballo más joven se tranquilice un poco -explicó él.

– ¿Cómo controláis a los leones? ¿Cómo evitáis que ataquen a hombres y caballos? Seguramente tienen la inclinación de comerse a tus entrenadores. -se estremeció, frotandose las manos arriba y abajo por los brazos, recordando el extremo terror de ver una de tales bestias de cerca, con los ojos fijos en ella.

– Don DeMarco controla a los leones. Su comportamiento es responsabilidad de él.

Qué tremenda carga llevaba Nicolai. Y qué terrible vivir con un solo fallo. Una paso en falso y un amigo podía morir de una muerte de puro horror.

Un grito salvaje distrajo sus pensamientos.

– ¡Capitán Drannacia! -Alberita saludaba salvajemente para conseguir su atención. Se alzó la falda y corrió hacia ellos, un relámpago de color, con el pelo flotando salvajemente.

Isabella ojó el suspiro involuntario de exasperación de Sergio Drannacia, y una expresión sufrida de impaciencia cruzó su cara velozmente. Cuando la joven criada se acercó, sin embargo, sonrió, sus dientes blancos brillaron, su mirada corrió rápidamente sobre las curvas de Alberita cuando ella hizo un alto, con los pechos enhalando bajo la fina blusa.

– ¿Qué pasa, joven Alberita? -preguntó bondadosamene.

Aparentemente el simple hecho de que él recordara su nombre y la mirara con reconocimiento y aprovación la dejaba sin aliento y mirándole con absoluta devoción.

De nuevo Isabella vio claramente que estaba en la naturaleza de Sergio responder galantemente a las mujeres sin importar su posición o su propio interés. Lanzaba exactamente la misma sonrisa a cada mujer, aunque su mirada no las seguía como lo hacía con su esposa.

– Betto dijo que le diera esta misiva de Don DeMarco -Alberita hizo una reverencia hacia Isabella y cuadró los hombros, haciéndose la importante-. Lo lamento, signorina, pero es secreto, solo para el capitán -Sacó un pequeño trozo de pergamino de los pliegues de su falda, empezó a ofrecérselo al capitán, lo retiró como si no pudiera dejarlo marchar, y después casi se lo tiró. Abandonó sus dedos antes de que él pudiera cogerlo, y una racha de viento lo hizo subir vertiginosamente lejos de ellos.

Alberita chilló con horror, un sonido agudo que hirió los oidos de Isabella, y corrió, tropezando con Sergio mientras él se giraba en un intento de atrapar la voluntariosa misiva. Cogió los brazos de Alberita para estabilizarla mientras Isabella saltaba sobre el ondeante pergamino cuando este aterrizó en un arbusto cercano.

– ¡Signorina! -Alberita se estrujó las manos, claramente perturbada-. ¡Es secreto! Lleva el sello DeMarco.

– Lo tengo a la espalda, así que no me es posible mirar -la tranquilizó Isabella-. Capitán -continuó sobriamente, sus ojos encontraron los de Sergio con risa compartida-. tendrá que rodearme para recuperar su caprichoso mensaje, ya que puede ser de gran importantcia. Grazie, Alberita. Hablaré a Don DeMarco de tu lealtad hacia él y el servicio que has realizado. Debes ir a Betto al instante y contarle que está hecho. La misiva está a salvo en las manos del Capitán Drannacia, y todo está bien en la finca.

Sergio, atacado por un repentino acceso de tos, les dio cortesmente la espalda, con los hombros temblando. Alberita se inclinó e hizo una reverencia, retrocediendo hasta que tropezó inesperadamente en el terreno accidentado. Después se recogió las faldas y corrió hacia el enorme palazzo.

Isabella esperó hasta que la joven doncella estuvo a una distancia segura, después palmeó a Sergio en la espalda, riendo suavemente.

– Está a salvo, Capitán. Se ha ido y no puede derribarle ni remojarle con agua bendita ni sacudirle con una escoba.


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