El movimiento de las caderas de ella sobre su regazo le causaba un dolor pulsante, su cuerpo se endureció apesar de su resolución.

– Deja de moverte, belleza. No estás del todo a salvo de mí con nada entre nosotros aparte de ese camisón.

Ella sintió la reacción de su cuerpo, la forma en que crecía grueso y duro, presionando firmemente contra sus nalgas. Su corazón saltó, su aliento se detuvo en los pulmoneses. El deseo comenzó a acumularse, un dulce dolor que provocaba que sus pechos, firmemente presionados contra los pesados músculos de él, hormiguearan de expectación. Decididamente apartó la mirada del hambre que llameaba en los ojos de él.

– Deberías haberme hablado de Francesca, Nicolai.

Las manos de él empezaron a trazar lentos y perezosos círculos sobre su espalda.

– Si, debería, cara, pero nunca se me ocurrió que ella pudiera ser peligrosa para ti -El calor llameó entre ellos, ardiendo a través del encaje del camisón. -Francesca era solo un bebé, cinco veranos, cuando la mia madre fue asesinada -Su mano se hundió más abajo, frotándole las nalgas, sus dedos amasándole la carne.

– Ella también estaba allí, ¿verdad? -supuso Isabella, su corazón fue inmediatamente hacia Francesca- Ella lo vio. Vio a su padre matar a su madre-. Le mantuvo cerca, deseando consolarle, necesitando aliviar el recuerdo de esa terrible noche. Sus brazos le rodearon el cuello, sus dedos se enredaron entre la espesa seda del pelo.

Nicolai asintió.

– Fue Francesca quien llamó a los leones para salvar mi vida. Y ella cambió al igual que yo. -Se tocó las cicatrices dentadas de la cara-. Está marcada por dentro, donde nadie puede verlo. No habló, no lloró o hizo un sonido durante años. No se acercaba a ninguno de nosotros, ni siquiera a mí. Se sentaba en una habitación conmigo, pero no me dejaba tocarla. -El dolor ataba su voz. Su mano se deslizó hacia arriba por la espalda de Isabella hasta la nuca.

– ¿Y crees que es porque tenía miedo de que la mataras, al igual que tu padre mató a tu madre? -Isabella se encontró buscando consolarle-. No entiendes a Francesca en absoluto, Nicolai. Ella te quiere más que a nada o a nadie en el mundo. Está en su voz cuando habla de ti. Si hizo lo que dices y me persiguió no fue porque deseara herirte a ti… o a mí. Hemos hablado de celos. Quizás estaba intentando decirme algo.

Él presionó los labios sobre sus párpados; después la boca vagó sobre su sien y bajó su mejilla hasta la comisura de la boca.

– ¿De qué tendría que estar celosa? Nunca ha querido un lugar en la finca. No llevaría el palazzo o ayudaría a Sarina con los detalles de las tareas diaria más de lo que se convertiría en soldado. Se niega incluso a considerar el matrimonio. Corre salvaje, y yo debería haberle puesto freno hace ya tiempo.

Su boca estaba fragmentando sus pensamientos, mordisqueándole gentilmente la barbilla, endureciendo sus pezones a duros picos y provocando que le dolieran los pechos. Su lengua le dejaba caricias en la barbilla, dejando una llama que corría a lo largo de sus terminaciones nerviosas. Isabella se retorció, incitándole a ser más duro, a empujar firmemente contra ella. La boca de él vagaba desapresuradamente a lo largo de la esbelta columna de su cuello, su garganta.

– No puedes saber lo que es tocarte, Isabella, ser capaz de perderme en tu cuerpo. Saber que puedo darte semejante placer a cambio -Empujó la bata de su hombro, después deslizó los dedos sobre el encaje de su camisón de noche, haciendo que el corpiño se deslizara hacia abajo para acumularse en su cintua.

Sintió su mirada sobre los pechos, e inmediatament su cuerpo respondió con una oleada de calor. Él no la tocó, simplemente miró hacia ella, observando entrar y salir su respiración.

– Eres tan hermosa -Bajó la cabeza y succionó su dolorida carne.

Isabella casi explotó, un líquido humedeció sus muslos, su cuerpo se tensó más y más. Las manos de él le mordieron la cintura mientras la inclinaba hacia atrás para que los pechos empujaran más completamente contra su boca. Ella cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás, y permitió que las sensaciones la bañaran. Podía sentirle, tan duro y caliente ahora contra sus nalgas que pensó que ambos podrían arder en llamas.

Cuando le soltó los pechos para recorrerle con besos el cuello hacia arriba, ella se enderezó valientemente apartándole la camisa de los amplios hombros. Él contuvo el aliento y se inclinó hacia atrás para permitirla desengancharle los calzones. Sus dedos rozaron el endurecido cuerpo, enviando relámpagos a través de él, sacudiéndole hasta el mismo centro de su ser. Alzó las caderas mientras ella enganchaba los pulgares en la cinturilla y tiraba hacia abajo de sus ropas hasta la parte alta de sus botas. Nicolai se inclinó, encontrándolo algo doloroso, y se sacó las botas para poder librarse él mismo de la ropa.

Cuando Isabella se habría vuelto hacia la cama, Nicolai la cogió de la mano y le volvió a dar la vuelta para que quedara delante de él. Se sentó él mismo en la silla y la urgió a acercarse más.

– Separa las piernas, cara -Su mano fue entre los muslos, animándola gentilmente a hacer lo que pedía.

El color bañó su cara, pero Isabella ensanchó obedientemente su postura. Nicolai observó la forma en que el fuego lanzaba adorables sombras sobre el cuerpo de ella. Su erección era una lanza dura, gruesa, la cabeza refulgía, pulsando con expectación. Frotó los dedos por su montículo, encontrándola húmeda y lista para él.

– Te dejo deseándome, ¿verdad? -murmuró él, su mirada sobre la cara de ella mientras sus largos dedos se deslizaban profundamente en su cuerpo.

El placer aumentaba su belleza, ponía un brillo en sus oscuros ojos. Nicolai empujó más profundamente, deseándola ardiendo, deseando noche construir un recuerdo para ambos esa noche. Su otra mano acariciaba la curva de sus nalgas, urgiéndola a moverse, a encontrar un ritmo con él. Entonces ella estaba gritando, su cuerpo apretando los dedos firmemente, apretando y haciendo que su erección latiera y pulsara.

Deliberadamente se llevó los dedos a la boca para savorearla. La mano sobre las nalgas la atrajo hacia adelante, forzándola a montarle a horcajadas.

– Quiero que me montes, cara, igual que montas a ese caballo tuyo, solo que yo estaré profundamente dentro de ti, y cada vez que deslices tu cuerpo sobre el mío… -Su voz se desvaneció maliciosamente, sus manos le mordieron la cintura, colocando el cuerpo de ella directamente sobre el suyo. Muy lentamente empezó a bajar su cuerpo hasta que la gruesa vara de su erección estuvo pujando en su caliente y húmedo centro.

Los ojos de ella se abrieron de par en par con sorpresa estupefacta. Él la estaba estirando, atravesando su cuerpo tan grueso y duro que le quitaba el aliento. Isabella dudó, jadeando mientras él entraba en ella, esperando sin aliento a que su propio cuerpo se ajustara al tamaño de él. Lentamente, centímetro a centímetro, bajó las caderas, tomándole más y más profundamente en su interior.

Isabella era apretada y caliente, rodeándole como una vaina sedosa. Se colocó en su regazó, contoneándose hasta una posición confortable, la acción envió fuego corriendo a través de su riego sanguíneo. Se inclinó para encontrar la boca de ella con la suya, para saborear su placer, para alimentarlo. Cuando ella empezó a moverse, el aliento abandonó sus pulmones hasta que estuvo ardiendo en busca de aire, luchando por mantener el control. Deseaba que estaba vez fuera pausado, tierno, una unión que ella atesoraría, pero no estaba seguro de que su cuerpo pudiera soportar el éxtasis de ella sin explotar en llamas.

Isabella descubrió que podía experimentar. Se tomó su tiempo para aprender lo que sentía mejor, empezando con una lenta y lánguida cabalgada, apretando los músculos y estudiando la cara mientras se deslizaba sobre él, volvía a levantarse, casi rompiendo el contacto, después volvía a bajar hasta que la llenaba completamente. Podía sentir la reacción del cuerpo de él, el temblor de sus músculos, los estremecimientos de placer, sus ojos ardientes de deseo.


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