Él dejó escapar un solo sonido mientras ella empezaba a coger el paso, moviendo las caderas más rápido, creando una feroz fricción que dejó gotas de sudor en la frente de él y un brillo sobre los saltarines pechos de ella. Sus manos la cogieron de las caderas, y empezó a trabajar con ella, empujando hacia arriba para enterrarse profundamente cuando el cuerpo de ella bajaba para encontrar el suyo, arrancándoles a ambos la respiracón. Él estaba creciendo más grueso y más duro, llenando cada espacio, estirándola incluso mientras el cuerpo de ella se tensaba y apretaba, haciéndoles girar a ambos en un vórtice sin discernimiento de colores en explosión y llamas. Volaron juntos en perfecto ritmo, cuerpos estremeciéndose con un placer tan intenso que Isabella no sabía donde empezaba él y terminaba ella.

Se mantuvieron juntos, incapaces de respirar, incapaces de moverse. Su cabeza sobre el hombro de él, permanecieron unidos mientras la tierra se movía y la habitación daba vueltas alrededor de ellos. Sus corazones estaban palpitando, piel caliente y húmeda, tan sentible que si alguno de los dos se movía, enviaba estremecimientos de placer girando en espiral a través de ambos.

Isabella cerró los ojos y saboreó el estar entre sus brazos, el cuerpo de él profundamente dentro del de ella. Se sentía sin huesos, flotando, oleadas de deleile la bañaban. Cuando él se movió, apretó los brazos a su alrededor.

– No te muevas -murmuró-. No quiero que se acabe aún-. No había miedo en su mente, ni pena. Ninguna sensación de traición. Ni peligro. Cuando estaban juntos a solas, cuando él estaba tocando su cuerpo, todo lo que hacían parecía correcto y perfecto. Simplemente quería quedarse allí donde estaba, unida a él, enterrada limpiamente en el fuego juntos. Sin pensar. En paz absoluta.

– Creo que puedo llegar a la cama contigo -dijo él, sus manos dejaron caricias a lo largo de la línea de su espalda y bajando por la curva de su cadera-. Mantén tus brazos alrededor de mi cuello.

– No quiero levantarme -protestó ella, su voz ronca y saciada.

– No necesitas hacerlo. Cierra tus piernas alrededor de mi cintura -. Con enorme fuerza consiguió salir de la silla y llegó a la cama, con Isabella unida alrededor de él. La acción envió el cuerpo de ella más allá del borde una vez más, así que se apretó alrededor de él, meciéndose con calor y sensación.

Él yacía sobre ella, sus brazos apretados alrededor, besándole la cara, la garganta. Su voz era tierna, amorosa, susurrándole mientras ella iba a la deriva a un lugar, medio despierta, medio dormida. Soñaba con él, moviéndose en ella, su boca y manos explorando cada centímetro de ella, una y otra vez, su boca vagando sobre el cuerpo de ella haciendo de su sueño un mar lleno de imágenes eróticas y oleadas de lujuria y amor.

CAPITULO 16

Muy por delante de los soldados que escoltaban a Lucca Vernaducci hacia el paso, llegó palabra al castello de que estaban en camino. Una partida de guardias fue despachada inmediatamente para encontrarles y ocuparse de que los hombres de Don Rivellio entraban seguramente en el valle. Ningún indicio, ni susurro, ni el más ligero murmullo de los leones se había oído. El palazzo bullía de actividad. Los sirvientes preparaban comida en las cocinas, y los barracones de visitantes estaban limpios y listos para los forasteros.

Sobreentendiendo como funcionaban los rumores domésticos, Nicolai sabía que Isabella había sido informada del desarrollo de los acontecimientos en el momento en que abrió los ojos. Entró en su dormitorio y la encontró ya vestida para montar al encuentro de su hermano. Le lanzó una radiante sonrisa, casi derribándole cuando se apresuró a sus brazos.

– ¡Lo he oído! ¡Voy al encuentro de Lucca! Pedí a Betto que tuviera mi yegua ensillada.

Las manos de Nicolai le enmarcaron la cara con exquisita gentileza.

– Espera otra hora o así. Sé que estás ansiosa por verle, pero no es seguro. Son hombres de Don Rivellio los que están con él. Si los soldados fueran simplemente una escolta, habrían dado la vuelta en el momento en que divisaron el paso. He ordenado que una gran partida de soldados se aposten a pocas millas fuera del paso, y otra está ahora desplegándose a lo largo de la entrada de los acantilados.

Los ojos de ella se abrieron de par en par.

– ¿Sabías que Rivellio estaba utilizando a Lucca como escudo para ganar la entrada al valle? ¿Y se lo permites?

– Por supuesto. Era la única forma de asegurarme de que el tuo fratello estuviera realmente a salvo. Si Rivellio no tuviese más necesidad de Lucca probablemente no se apuraría por mantenerle con vida.

– Yo creí que estabas dejando entrar a espías, no a un ejército entero -dijo ella alarmada.

– Un ejército no podría entrar en el paso sin mi conocimientos. Y una vez lo hiciera, estaría atrapado.

– ¿Los acantilados son seguros? No pueden invadirnos desde esa dirección, ¿verdad? -Estaba retorciéndose las manos con tanta agitación que él se las cubrió con sus propios largos dedos, dejando consoladoras caricias sobre sus nudillos.

– Asumo que ya tienen un espia en el valle, o no habrían intentado esa dirección. Hay una entrada, un túnel que serpentea a través de la montaña. Es un laberinto profundo bajo la tierra, pero si tienen un aliado, podrían tener una mapa mediocre.

– Si tienen un espia, saben de los leones y probablemente estén preparados para ellos también -señaló Isabella ansiosamente.

Estaba frencuendo el ceño, su cara tan aprensiva que Nicolai frotó la línea entre las cejas oscuras con el yema del pulgar.

– Uno no puede prepararse para la visión de un león, y ciertamente no en el calor de la batalla -Su voz era amable-. Don Rivellio solo imagina que puede entrar furtivamente en mis dominios -Había un brillo depredador en sus ojos-. Yo me preocuparé por Don Rivellio y lo que pueda estar maquinando, y tú concéntrate en la llegada a casa del tuo fratello. Ahora está a salvo, aunque muy enfermo. Se me ha dicho que te prepare para una vasta diferencia en su apariencia, pero esta vivo y ahí yace la esperanza. Yo me ocupare de Don Rivellio y su pretendida invasión.

Nicolai realmente sonaba como si lo estuviera esperando con ilusión, e Isabella le lanzó una mirada de reprimenda.

Él extendió el brazo casualmente y la cogió por la nuca.

– Debo pedir que permanezcas dentro de los muros del castello todo el tiempo. Insisto en que des tu palabra.

Ella asintió inmediatamente.

– Por supuesto, Nicolai. Pero me gustaría subir a las almenas para observar la aproximación de Lucca.

– Yo no puedo estar contigo… soy necesario para controlar a los leones en presencia de extraños… pero no te aventures cerca del borde-. Inclinó la cabeza y la besó. Lentamente. Gentilmente. Pausadamente. Su beso contenía calor y promesa, su lengua se deslizó a lo largo del labio inferior, savoreando, probando, hasta que ella abrió la boca para él.

Se estremeció de placer. Este floreció en su abdomen y se extendió, calor fundido que comenzó un lento ardor. Nicola alzó la cabeza reluctantemente, y bajó la mirada con evidente satisfacción hacia sus ojos entrecerrados.

– Lo digo en serio, cara. No más accidentes. Debo volver mi atención ahora al don y sus planes.

– Seré cuidadosa -le prometió solemnemente, encontrando dificil encontrar su respiración cuando él parecía robar el mismo aire a su alrededor.

Él se inclinó para tomar un último beso demorado antes de girarse y alejarse a zancadas. Isabella le observó marchar, pensando en él como un hombre nacido para dominar, nacido para la batalla. poder y responsabiliad se aposentaban bien sobre sus amplios hombros. En el momento en que había oído el nombre de Don Rivellio, un estremecimiento de apresión había bajado por su espina dorsal, pero Nicolai inspiraba confianza. Parecía completamente, casi arrogantemente, seguro de sí mismo, y se encontró sonriendo de nuevo, capaz de sentir la alegría de su inminente reunión con su hermano.


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