Isabella se apresuró a subir a las almenas, vagamente consciente de los dos hombres que la seguían como su sombra. Se paseó de acá para allá, esperando impacientemente. Algunas veces se detenía lo suficiente como para mirar hacia abajo al valle, rezando a la buena Madonna por un vistazo de los jinetes. Otras veces no podía quedarse quieta.

Un jinete solitario surgió a la vista en la distancia, casi parando su corazón. Se esforzó por identificarle mientras se acercaba. Montaba rápido, su caballo cubría el terreno en largas zancadas, con el jinete inclinado sobre el cuello. El aliento se le quedó atascado en la garganta con expectación. Este era el jinete de cabeza, llegando a alertarlos. Este pasó volando a través del arco abierto del muro exterior, gritando a los guardias y la gente que esperaba. Al momento reinó la conmoción, todo el mundo corría a toda prisa para terminar los preparativos finales para los visitantes.

Isabella se apresuró escaleras abajo y a través del palazzo, sin preocuparse por la propiedad, su corazón cantando ante la idea de ver a su hermano una vez más. Apenas podía contener su excitación, lágrimas de alegría chispeaban en sus ojos. Se abrió paso a través del patio, permaneciendo dentro de los muros, consciente de su promesa a Nicolai. Los vio entonces: una larga fila de soldados, una litera con una guardia de cuatro hombres a ambos lados de ella.

Se encajó un puño sobre los labios y tensó los músculos para evitar correr hacia adelante. Sarina se deslizó junto a ella para proporcionarle consuelo.

Las últimas pocas yardas antes de que los hombres traspasaran los muros exteriores a Isabella le parecieron toda una vida, pero se mantuvo en su sitio, habiendo visto a los soldados de Rivello esforzarse por captar vistazos del interior de la finca DeMarco. Estaban siendo conducidos lejos hacia la estructura maciza de las barracas, utilizadas para los soldados visitantes.

Cuando la partida atravesó el arco, Isabella se apresuró junto a su hermano, casi derribando a los guardias. Lucca intentó levantarse de la litera para alcanzarla, y entonces le tuvo entre sus brazos, apretando con fuerza, abrumado por lo delgado que estaba. Su pelo oscuro estaba veteado de gris, su cara marcada y pálida, el sudor humedecía su piel, aunque estaba temblando con estremecimientos febriles.

– Ti amo, Lucca. Ti amo. Creí que nunca volvería a verte -le susurró contra el oído, las lágrimas atascaban su garganta.

El cuerpo de él estaba delgado y temblaba, pero sus brazos la sostuvieron firmemente, y enterró la cara en su pelo.

– Isabella -dijo. Solo eso. Pero ella oyó su sollozo ahogado, el amor en su voz, y eso fue suficiente… valía la pena el peligro que había afrontado.

Cuando una tos rompió su cuerpo, ella se echó hacia atrás para mirarle. Vió las lágrimas bañando sus ojos y le abrazó de nuevo antes de ayudarle gentilmente a recostarse hacia atrás en la camilla.

– Por favor, cuidado con él -instruyó a los guardias. Después se giró hacia el ama de llaves-. Quiero que le pongan en una habitación cerca de la mía, Sarina. -Isabella apretó la mano de su hermano, y él aferró la de ella igual de firmemente.

– Don DeMarco dijo que tenía que tener la habitación justo junto a su suya -Estuvo de acuerdo Sarina, palmeando a Isabella gentilmente-. Ya está preparada para él.

Con lágrimas en los ojos, Isabella caminó junto a la camilla, sus dedos entrelazados con los de Lucca.

La habitación a la que le llevaron era más masculina que la de ella. Un fuego crujía en el hogar, y consoladoras y aromáticas velas estaban también encendidas en la cámara.

Dos de los hombres ayudaron cuidadosamente a Lucca a entrar en la cama. Al momento, él empezó a toser y sostenerse el pecho como si tuviera un gran dolor. Isabella miró ansiosamente a Sarina, aterrada de que pudiera perder a su hermano cuando finalmente había regresado a ella.

Habían pasado casi dos años desde que había visto por última vez a Lucca. Dos años desde que él la había ayudado a montar en la grupa de su caballo y la había enviado a huir con las joyas de su madre y los tesoros que pudieron recoger rápidamente. Había sido advertido de que los hombres de Rivellio venía a por él, que el poderoso don pretendía robar sus tierras y hacer asesinar a Lucca o arrestarle y que se le llevara a isabella. Lucca había enviado a Isabella a la ciudad vecina, donde unos amigos se ocuparon de ella mientras él era perseguido. En el momento en que oyó hablar de su captura, ella había empezado a buscar la entrada a las tierras de Don DeMarco sabiendo que él era el único con poder suficiente para ayudarla a ella y a Lucca.

Esperó hasta que los guardias se fueron y la puerta se cerró antes de caer de rodillas junto a la cama. Lucca envolvió sus brazos alrededor de ella y enterró la cara en su hombro, llorando sin vergüenza. Ella le sostuvo firmemente, las lágrimas manando por su cara. Nunca en todos sus años le había visto llorar.

Fue Lucca quien recobró la compostura primero.

– ¿Cómo te las arreglaste para hacer esto, Isabella? -Su voz era baja y ronca, sus dedos se apretaron alrededor del brazo de ella, como si no pudiera soportar romper el contacto-. Cuando vinieron a por mí, creí que me estaban llevando a mi ejecución. No dijeron nada. Vi a Rivellio. Estaba de pie sobre las almenas y los observaba llevarme. Se mostraba burlón. Yo estaba seguro de que estaba tramando algún truco -La empujó más cerca-. ¿Estás segura de que DeMarco no es un aliado de Rivellio?

– ¡No! ¡No, nunca! -Isabella estaba horrorizada de que su hermano hubiera llegado a semejante conclusión-. Nicolai nunca haría semejante cosa. Desprecia a Rivello. Estás a salvo aquí. De veras lo estás -Le alisó hacia atrás la maraña de su pelo. Estaba tan delgado, cada hueso pronimente, la piel gris, estirada sobre su forma larguirucha como si ya no encajara. Isabella pensó que su corazón se rompería en pedazos-. Todo lo que tienes que hacer es comer, dormir y fortalecerte de nuevo. Debes la vida a Don DeMarco… tu vida y tu fidelidad. Él es maravilloso, Lucca, verdaderamente un buen hombre.

Lucca se recostó hacia atrás sobre la cama, su fuerza abandonándole.

– ¿Los rumores sobre él eran inciertos entonces? -Sus pestañas caían, aunque se esforzaba por mirar a su hermana siempre, temiendo que si cerraba los ojos despertaría y descubriría que todo era un sueño-. ¿Recuerdas las historias sobre la famiglia DeMarco que solía contar para asustarte? ¿Eran solo rumores? -Cerró los ojos, su cuerpo prevaleciendo sobre su mente-. Te debo la vida, hermanita. Mi fidelidad es tuya.

Ella le alisó el pelo como si fuera un niño.

– Sarina te traerá una bebida caliente, Lucca, y puedes permanecer despierto. -No quería que durmiera, quería que aguantara. Se inclinó cerca-. No te esfumes, Lucca. Lucha por tu vida. Te necesito. Necesito que estés aquí conmigo, en este mundo. Sé que estás cansado, pero estás a salvo aquí. Todo lo que tienes que hacer es resistir.

Por un momento los dedos de él se cerraron alrededor de los suyos, pero estaba demasiado débil para abrir los ojos y despertarse lo suficiente como para reconfortarla. Permaneció arrodillada junto a él, observándole esforzarse por respirar roncamente dentro y fuera, observando como una tos asfixiante lo convulsionaba antes de poder una vez más yacer tranquilamente.

Isabella agradeció cuando Sarina entró enérgicamente y asumió el control, colocando numerosas almohadas bajo los hombros y espalda de Lucca, permitiéndole respirar más fácilmente. Dirigió a Isabella para que la ayudara mientras ella presionaba una bebida caliente de hierbas curativas contra su boca. Él sorbió, sin intentar sostener la taza, sus brazos pesados a los costados. Estaba dormido en el momento en que apartaron la taza de sus labios.

Isabella sujetó la mano de Sarina.

– ¿Que dice la sanadora? Está mal, ¿verdad?


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