– Esto ya no es asunto tuyo -Nicolai estaba mirando sobre la cabeza de ella, su mirada fija sobre el desventurado sirviente, un cazador atisbando a su presa.

– Quiero oirle hablar -Respondió ella, su tono gentil pero insistente. No se atrevería a permitir que la entidad la influenciara o diera más de una abertura a los hombres.

– ¡Grazie, grazie! -gritó el hombre-. No sé que ocurrió, signorina. En un momento estaba pensando en el viaje y como descargar mejor los suministros cuando llegaramos a la granja, si esperar hasta la mañana o simplemente hacerlo inmediatamente. De repente estaba tan enfadado que no podía pensar. Me dolía la cabeza y me zumbaba con un ruido. No recuerdo haberle cogido la llave. Sé que lo hice porque la tenía, pero no recuerdo tomarla. Me senté en la carreta, y me dolía tanto la cabeza que estaba enfermo. Carlie puede decírselo, salté abajo y estaba enfermo -Sus ojos le suplicaban misericordia-. En realidad no recuerdo encerrarla, solo que cerrar la puerta y girar la llave parecía la cosa más importante del mundo.

– Sabías que ella estaba allí dentro -dijo Nicolai, su voz ronroneaba con una amenaza-. La dejaste para congelarse hasta morir o ser hecha trizas por los gatos feroces.

– Signorina, juro que no sé que me ocurrió. Sálveme. No permita que me maten.

Isabella se giró hacia Nicolai.

– Permíteme hablar contigo a solas. Aquí hay más trabajando de lo que podemos ver. Por favor confía en mí.

– Lleváoslo -ordenó Nicolai.

Sus dos capitanes parecieron querer protestar, pero hicieron lo que Nicolai ordenaba. Ninguno fue muy amable con el sirviente.

Nicolai comenzó a pasearse.

– No puedes pedirme que deje marchar a este hombre.

– Por favor, Nicolai. Creo que hay verdad en la leyenda de vuestro valle. Creo que cuando la magia se manipuló indebidamente, se volvió algo retorcido, y algo malvado fue liberado aquí. Creo que hace presa de las debilidades humanas. Nuestros fallos, alimenta cólera y celos. Alimenta nuestros propios miedos. Ha habido demasiados incidentes, y cada persona cuenta la misma historia. No saben qué ocurrió; actuaron de forma ajena a lo que normalmente harían.

Un gruñido retumbó profundamente en la garganta de él.

– Quieres que le deje marchar -repitió, sus ojos ámbar brillaban con amenaza.

Ella asintió.

– Eso es exactamente lo que quiero que hagas. Creo que hay una entidad suelta, y ella es la responsable, no el hombre.

– Si esta cosa puede influenciar a un hombre,entonces ese hombre tiene una enfermedad por la que se atrevería a arriesgar tu vida.

– Nicolai -respiró su nombre, una gentil persuasora.

Él masculló una imprecación, con llamas manando de sus ojos.

– Por ti, cara mía, solo por tí. Pero creo que este hombre ha perdido el derecho a la vida. Debería desterrarle del valle.

Ella cruzó a su lado y se puso de puntillas para presionar un beso en la mandíbula decidida.

– Le devolverás su tabajo. Le enviarás a casa. Tu misericordia te ganará su lealtad diez veces.

– Tu misericorda -corrigió él. Para mí él ya está muerto.

Cuando ella continuó mirándole, suspiró.

– Como desees, Isabella. Daré la orden.

– Grazie, amore mio -Sonriendo, le besó de nuevo y le dejó con su pasear.

CAPITULO 18

Sarina estaba en la habitación de Lucca, quejándose y cloqueando sobre él. Lucca, que parecía desesperado, gesticulaba hacia Francesca tras la espalda del ama de llaves, claramente esperando que ella le salvara. Isabella sonrió a las otras, la sonrisa afectada de los conspiradores.

– Sarina -dijo Isabella, utilizando su voz más dulce-. Francesca y yo tenemos un pequeño recado que ejecutar. Por favor cuida del mio fratello hasta que regresemos.

– Estamos en medio de la noche -siseó Lucca entre dientes-. Ninguna de vosotras debería ir a ninguna parte sin escolta.

– Estaremos perfectamente a salvo -Le tranquilizó Francesca con una brillante sonrisa-. Nos mantendremos en los pasadizos. Sarina se ocupará excelentemente de ti en nuestra ausencia.

– ¡Isabella, te prohibo que corras por ahí! ¿Has perdido todo sentido de la decencia? -Otro espasmo de tos le sacudió.

Las tres mujeres se apresuraron a ayudarle, pero fue Francesca contra la que se apoyó, acostumbrado a la firme sensación de su brazo alrededor de la espalda y el cuadrado de tela que le presionaba en la mano. Débil, se inclinó hasta casi doblarse y aferró el brazo de ella para evitar que se moviera.

Cuando los espasmo hubieron pasado, Lucca levantó la mirada hacia Francesca.

– Puedes ver que te necesito aquí conmigo.

– Solo intenta dormir -Replicó ella dulcemente, palmeándole el hombro-. Volveré antes de que te des cuenta.

– Debería hablar con el tuo fratello -espetó él, disgustado-. Y tú, Isabella, tienes mucho por lo que responder. Francesca me ha hablado de tu compromiso.

Isabella rió suavemente y besó a su hermano en la coronilla.

– Demasiado tarde para preocuparse porque corra por ahí. Llegué a este lugar por mis propios medios. Creo que Don DeMarco tiene intención de hablar contigo sobre mi comportamiento caprichoso.

Los ojos oscuros de Lucca centellearon, revelando momentáneamente su naturaleza arrogante y orgullosa.

– Si quiere hablar conmigo sobre tu comportamiento, podría desear explicar por qué a su propia hermana se le permite estar sin escolta en el dormitorio de un hombre.

– Me encantaría escuchar esa discusión en particular -dijo Francesca mientras tomaba la mano de Isabella-. No lee prestes ninguna atención cuando divague, Sarina. Es la enfermedad.

Isabellla y Francesca escaparon al pasadizo. En el momento en que la puerta oculta se hubo cerrado tras ellas, estallaron en carcajadas.

– Es muy exigente pero tan dulce, Isabella. Dice que le gusta mi pelo. -Francesca se palmeó el peinado- Le pedí a Sarina que me lo arreglara.

La vela que Francesca sostenía chisporroteó. Levantó la llama vacilante hasta una antorcha. La luz saltó y danzó mientras se apresuraban a lo largo de un estrecho corredor.

– Normalmente Lucca no es tan exigente, Francesca. No sé por qué la toma contigo de ese modo o por qué se burla tanto de ti -Isabella se frotó las sienes-. Espero que no hable realmente con Nicolai. No deberíamos dejar que esos dos se reunan nunca.

Francesca pareció vulnerable durante un momento.

– Nadie me ha hablado nunca como lo hace Lucca. Parece tan interesado en mi vida, en mis opiniones. Una vez, cuando estaba citando al mio fratello, se impacientó y exigió saber que pensaba yo. Solo tú y tú hermano me habéis preguntado lo que yo pienso.

Isabella le sonrió afectuosamente. Estudió la joven cara, encontrando un toque de vulnerabilidad. No podía imaginar a la bestia tomando a Francesca. O a Francesca conduciéndola a su perdición en un balcón resbaladizo. O acechándola a través de las calles de la ciudad. Suspiró suavemente. Si Francesca no la había perseguido, eso dejaba a Nicolai.

– Lucca cree que una mujer debería expresar su opinión, aunque es extremadamente protector. Bien podría hablar a Don DeMarco.

– No podía dormir, y me contó las historias más divertidas. Adoro su voz. Adoro sus historias -Agachó la cabeza-. Espero que no te importe que le hablara de tu compromiso. Le aseguré que Nicolai te ama.

– ¿Qué dijo él? -Isabella agarró el brazo de Francesca cuando empezaron a descender hacia los intestinos del palazzo. Isabella no había estado ansiando contárselo a su hermano, sabiendo que supondría cómo había sucedido el encuentro.

Francesca bajó la mirada a sus manos.

– Parecía complacido. Nicolai es un buen partido, pero no pude obligarme a hablar a Lucca sobre los leones. Quería. No quería mentirle. Cuando me mira, quiero contárselo todo -Suspiró y alisó su vestido-. Me dice las cosas más agradables.


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