Ella se tomó un momento para recomponerse.

– ¿Por qué ibas a utilizar un cuchillo, Nicolai? Eso no tiene sentido. Si utilizaste un cuchillo, tendrías que recordarlo.

Él se encogió de hombros.

– Recuerdo la víspera cuando él estaba de pie en esta habitación y admitió haberte encerrado en ese almacén, quise empujarle mi estilete a través de la garganta. -Su mirada encontró la de ella sin flaquear-. No me disculparé por quién soy, Isabella. Y nunca me disculparé por desear destruir a cualquier enemigo que se atreva a intentar apartarte de mí. Nunca me disculparé por mis sentimientos hacia ti. No solo estoy dispuesto a morir por ti, sino que estoy más que dispuesto a matar por ti. Y no me disculparé por eso tampoco.

– Nunca te lo he pedido -replicó ella tranquilamente. Agradeció el entrenamiento de su padre, por la compostura que había mostrado cuando cada una de las revelaciones de él la habían sacudido hasta su centro mismo-. Si me perdonas, Nicolai, debo atender al mio fratello.

Él pisó suavemente atravesando el suelo entre ellos, sus pisadas silenciosas, sus ojos ámbar ardiendo.

– Aun no, Isabella. No me dejes aún. Quiero mirar tus ojos y ver que he destruído lo que hay entre nosotros.

Ella inclinó la cabeza, sus ojos encontrando los de él sin flaquear.

– No creo que puedas destruir nada entre nosotros. Te amo con todo mi corazón. Toda mi alama. Confiesa todo lo que quieras, Nicolai, muéstrame tu peor lado, todavía te amaré-. Levantó los brazos, cogió su cara entre las manos, y le besó con fuerza. Sus ojos resplandecieron hacia él-. Y que te quede claro, Nicolai DeMarco. Si lo peor ocurriera y la bestia se liberara y me destruyera, nunca lamentaré lo que compartimos, lo que somos juntos. Amo cada centímetro de ti. Incluso esa parte de ti que es capaz de destruirme.

Cuando pretendió girarse y alejarse de él, él apretó su agarre y bajó la cabeza para reclamar su boca. El amor fluyó, casi abrumándolo, casi superándole. Le atravesó con la fuerza de una avalancha y la sacudió hasta el mismo centro de su ser.

CAPITULO 19

El golpe en la puerta hizo que el corazón de Isabella palpitara. Fue fuerte, insistente, heraldo de sombrías noticias. Nicolai retuvo la posesión de su muñeca pero se giró hacia el sonido, su cara una vez más una máscara inexpresiva.

Los capitanes Bartolmei y Drannacia se apresuraron a entrar, esbozando rápidos saludos.

– Está en movimiento, Don DeMarco. Uno de los pájaros ha vuelto y trae noticias -Drannacia miró hacia Isabella y se inclinó, disculpándose-. Tememos que las noticas no pueden esperar.

– Grazie -dijo Nicolai y se inclinó pausadamente una vez más para tomar posesión de la boca de Isabella.- No hay necesidad de preocuparse -susurró contra sus labios-. Volveré en breve.

Ella descubrió repentinamente que amaba el lado salvaje de él, lo celebraba. La parte de él que era capaz de defender su valle, derrotar a Rivellio. Esa parte de Nicolai le mantendría a salvo para ella y se lo devolvería.

– Estaré muy muy enfadada si recibes mucho más de un arañazo de ese hombre odioso -le advirtió, manteniendo una sonrisa pegada a su cara apesar del peso en su pecho.

– Y yo estaré muy muy enfadado contigo si no estás esperando aquí cuando vuelva. Nada de aventuras, cara mia -La yema de su pulgar se deslizó en una larga caricia sobre la piel sensible de la muñeca de ella.

– Yo misma tengo bastante de lo que ocuparme -replicó-. Estoy más que agradecida. Theresa y Violante ya están aquí. Cuando la gente venga de las granjas y la villaggi, necesitaré su ayuda.

Tomó su salida, con el corazón latiendo fuera de ritmo de miedo. Nicolai había conducido a sus soldados a la victoria muchas veces; tenía que creer que no le ocurriría nada ahora. Mientras cerraba la puerta, oyó la voz de Rolando Bartolmei. Una nota de acusación captó su atención, y se demoró para oirle hablar.

– Antes de que entremos en batalla, Don Demarco, permítame preguntar si he hecho algo para ofenderle o hacerle cuestionar mi lealtad.

Hubo un breve silencio. Isabella bien podía imaginar el aspecto de la cara de Nicolai, sus cejas arqueadas, la censura que comunicaba tan silenciosamente.

– ¿Por qué me preguntas semejante cosa, Rolando?

– Salí a patrullar esta mañana, mucho antes de que el sol estuviera alto, y fui seguido. Nunca vi al león, pero las marcas en la nieve seguía a mi montura donde quiera que iba. No hay leones sueltos en este momento, pero esos rastros se encontraron cerca del cuerpo estaba mañana también.

Isabella se presionó una mano contra la boca, su aliento quedó atrapado en la garganta. El recuerdo del abrigo destrozado de Rolando Bartolmei se alzó para perseguirla. Esperó la respuesta de Nicolai. Esta tardó mucho tiempo en llegar.

– No tengo razón para dudar de tu lealtad, Rolando. Si sabes de alguna razón semejante, siéntete libre para confesármelo ahora, podríamos dejar la cuestión zanjada.

– Yo siempre te he servido lealmente. -Bartolmei sonaba tenso por el ultraje-. Nunca te he dado motivos para dudar de mí.

– Ni yo a ti -devolvió Nicolai suavemente.

Isabella cerró los ojos brevemente, esperando que Rolando pudiera oir la sinceridad en la voz de Nicolai. Se estaba temiendo que no, temiendo que esa pequeña oleada de poder que sentía estuviera influenciando las emociones de los hombres. Había poco que ella pudiera hacer salvo confiar en Nicolai y la lealtad de su gente. Isabella se movió lentamente bajando la larga y curvada escalera. Tenía deberes que atender. Llamó a Sarina y Betto, preparándolos para la invasión por parte de la gente de Don DeMarco que vivía fuera de la seguridad de los muros del castello.

Theresa y Violante estaban en todas partes, Violante, bien entrenada y en su elemento, dirigiendo la preparación de comida y localización de suministros. Theresa trabajando atenta y eficientemente con Isabella y Violante, siguiendo todas las instrucciónes para que las cosas fueran como la seda.

Isabella se tomó un corto respiro en el momento en que tuvo oportunidad, apresurándose hasta el dormitorio de su hermano para comprobar su progreso y disculparse con Francesca por dejarla tanto rato sin nadie que la relevara.

Francesca levantó la mirada y gesticuló para silenciar las voces, una pequeña sonrisa curvaba su boca.

– Acaba de volverse a dormir. Su tos es todavía muy mala, pero la sanadora estuvo aquí y dijo que parecía más fuerte. Creo que dormir le ayudará. Ha estado tosiendo tanto que no puede descansar. -Alisó hacia atrás la maraña del pelo apartándolo de la cara de Lucca con dedos gentiles.

– Le conté todo, Francesca -confesó Isabella-. Debería haberte advertido de que él lo sabía todo sobre el legado DeMarco.

Para sorpresa de Isabella, Francesca se ruborizó.

– Hablamos de ello. Él es simplemente… -Se interrumpió, sin palabras-. Hablamos toda la noche. Podría escuchar su voz para siempre. La mayor parte del tiempo es divertido y me hace reir. Siempre dice cosas agradables sobre mi aspecto. Dice que cree que yo sería de un valor incalculable para romper la maldición. Creo que además lo dice en serio. -Sus ojos brillaban mientras miraba a Isabella.

– Lucca raramente comete errores en sus valoraciones, Francesca. Cuento con tu ayuda para ayudarnos a destruir la maldición.

Palmeó el brazo de Francesca.

– Solo ten en cuenta que no tenemos tierras, así que Lucca no tiene nada que ofrecer a una esposa. Ciertamente no lo suficiente para la hermana de un don.

Las elegantes cejas de Francesca se arquearon.

– Nunca he permitido que los demás dicten mis acciones. Dudo que vaya a empezar ahora. -De repente pareció ser consciente del inusual estallido de actividad fuera de la habitación. Se quedó muy quieta, el conocmiento la permeó-. Ha empezado, ¿verdad? -dijo Francesca-. Rivellio está invadiendo nuestro valle.


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