ASTROV.- ¡Pues sí..., la abrazaba..., mientras tú te quedabas con un palmo de narices! (Le hace burla con los dedos.)

VOINITZKII (mirando a la puerta).- ¡No! ¡La que está loca es la tierra por sosteneros aún!

ASTROV.- No dices más que tonterías.

VOINITZKII.- ¿Y qué?... ¿No estoy loco?... ¡Ello me da derecho a decir tonterías!

ASTROV.- ¡Esa ya es vieja broma!... Tú no eres un loco, sino, sencillamente, un chiflado..., un bufón. Yo también, antes, solía considerar a los chiflados como enfermos, como anormales ... ; pero ahora opino que el estado normal del hombre es la chifladura. Tú eres completamente normal.

VOINITZKII (cubriéndose el rostro con las manos).- ¡Qué vergüenza!... ¡Si supieras qué vergüenza es la mía!... ¡Este agudo sentimiento de vergüenza no puede compararse a ningún dolor. (Con tristeza.) ¡Es insoportable! (Inclinando la cabeza sobre la mesa.) ¿Qué hago? ... ¿Qué hago?

ASTROV.- Nada.

VOINITZKII.- ¡Dime algo! ... ¡Oh Dios mío!... ¡Tengo cuarenta y siete años, y, suponiendo que viva hasta los sesenta, son todavía trece los que me quedan!... ¡Es mucho!... ¿Cómo vivir estos trece años... ¿Qué hacer?... ¿Cómo llenarlos?... ¡Oh!... ¿Comprendes?... (Estrechando convulsivamente la mano de Astrov.) ¿Comprendes?... ¡Oh, si pudiera vivir el resto de mi vida de una manera nueva!... ¡Despertarme en una tranquila y clara mañana sintiendo que empezaba a vivir otra vez y con todo el pasado olvidado y disuelto como el humo!... (Llora.) ¡Empezar una vida nueva! ... ¡Sóplame! ¡Dime cómo empezar!... ¡Con qué empezar!

ASTROV (con enojo).-¡Qué vida nueva ni qué monsergas!... ¡En nuestra posición, en la tuya y en la mía, no hay esperanza!

VOINITZKII.- ¿No?

ASTROV.- Estoy convencido ello.

VOINITZKII.- ¡Dame algo! (Elevándose la mano al corazón.) ¡Me quema aquí!

ASTROV (con un grito de enfado). - ¡Basta! (Apaciguándose.) Los que dentro de cien o doscientos años hayan de sucedernos en la vida, puede que hayan encontrado el modo de ser felices; pero nosotros -tú y yo- sólo tenemos una esperanza: la de que nuestras tumbas sean visitadas por gratas apariciones. (Suspirando.) ¡Sí, hermano!... En toda la región no habrá habido más que dos hombres inteligentes y honrados: tú y yo... Sólo que, en cosa de diez años, la vida despreciable, la vida cotidiana..., nos absorbió con sus putrefactas emanaciones, nos envenenó la sangre y..., nos volvimos cínicos como los demás. (En tono vivo.) Pero, bueno..., a todo esto, no desvíes la conversación y devuélveme lo que me has cogido.

VOINITZKII.- No te he cogido nada.

ASTROV.- Has cogido de mi botiquín un frasco de morfina. (Pausa.) Escucha... Si quieres suicidarte a toda costa..., vete al bosque y pégate allí el tiro... La morfina tienes que entregármela, porque si no, hará habladurías se harán conjeturas, y pensarán que fui yo el que te la di... Para mí ya es bastante el tener que hacerte la autopsia... ¿Crees que es interesante? (Entra Sonia.)

VOINITZKII.- ¡Déjame!

ASTROV (a Sonia).- ¡Sofía Alexandrovna!... ¡Su tío ha escamoteado de mi botiquín un frasco de morfina y no quiere devolvérmelo!... ¡Dígale que la cosa no tiene nada de inteligente por su parte!... Además, no tengo tiempo que perder. Ya es hora de que me marche.

SONIA.- ¡Tío Vania!... ¿Has cogido, en efecto, la morfina? (Pausa.)

ASTROV.- La ha cogido, sí. Estoy seguro.

SONIA.- ¡Devuélvela! ¿Por qué asustarnos? (Con ternura.) ¡Devuélvela, tío Vania!... ¡Yo no soy quizá menos desgraciada que tú, pero no me desespero!... ¡Resisto y resistiré hasta que mi vida acabe por sí misma!... ¡Resiste tú también! (Pausa.) ¡Devuélvelo! (Besándole las manos.) ¡Mi tío querido... mi amado tío... devuélvelo!... (Llorando.) ¡Eres bueno y te apiadarás de nosotros y lo devolverás!... ¡Resiste, tío, resiste!...

VOINITZKII (cogiendo un frasco de la mesa y entregándoselo a Astrov).- Toma... (A Sonia.) Hay que apresurarnos a trabajar, a hacer algo... De otra manera no podré ... no podré.

SONIA.- Sí, Sí... ¡A trabajar!... Tan pronto como hayamos despedido a los nuestros, nos pondremos al trabajo... (Removiendo nerviosamente los papeles.) ¡Lo tenemos todo abandonado!

ASTROV guardando el frasco en el botiquín y ajustan- do las correas).- Ahora ya puede uno ponerse en camino.

ELENA ANDREEVNA (entrando).- ¿Está usted aquí, Iván Petrovich?... Ya nos vamos...; pero vaya a ver a Alexander. Quiere decirle algo.

SONIA.- ¡Ve, tío Vania! (Cogiendo a Voinitzkii por el brazo.) ¡Anda, vamos! ¡Tú y papá tenéis que hacer las paces! ¡Es imprescindible! (Salen Sonia y Voinitzkii.)

ELENA ANDREEVNA.- Me marcho. (Tendiendo la mano a Astrov.) Adiós.

ASTROV.- ¿Ya?

ELENA ANDREEVNA.- Me prometió usted hoy que se marcharía de aquí.

ASTROV.- Lo recuerdo, en efecto. Me voy ahora mismo. (Pausa.) ¿Se ha asustado usted? (cogiéndole una mano.) ¿Tanto miedo tiene?

ELENA ANDREEVNA.- Sí.

ASTROV.- ¿Y si se quedara?... ¿Eh? ... Mañana en el campo forestal ...

ELENA ANDREEVNA.- No. Está decidido. Por eso le miro tan valientemente... , porque nuestra marcha está decidida... Sólo quiero rogarle una cosa: que tenga mejor opinión de mí... Quisiera que me estimara.

ASTROV (con un gesto de impaciencia).- ¡Ah... ¡Quédese! ¡Se lo ruego!... ¡Confiese que en este mundo no tiene nada que hacer!... ¡Que carece de objetivo en qué ocupar su atención y que, más tarde o más temprano, cederá inevitablemente al sentimiento!... Y entonces, ¿no sería mejor aquí, en plena naturaleza, que en Jarkov o en Kursk?... ¡Más poético, por lo menos, y hasta bonito!... ¡Aquí tenemos un campo forestal y una hacienda medio derruida al gusto de Turgueniev!...

ELENA ANDREEVNA.- ¡Qué gracioso es usted!... Aunque esté enfadada, me agradará recordarle. Es usted un hombre interesante y original. No hemos de volver a vernos y, por tanto, ¿por qué guardar el secreto?... Me sentí un poco atraída hacia usted... Bueno..., estrechémonos la mano y separémonos como amigos. No guarde mal recuerdo de mí.

ASTROV (Después de cambiar con ella un apretón de manos).- Sí... Márchese. (Pensativo.) ¡Parece usted una persona buena..., con alma...; pero, sin embargo, diríase que su ser contiene algo extraño!... Desde que con su marido llegó aquí, todos cuantos antes trabajaban y trajinaban abandonaron sus asuntos y se pasaron todo el verano ocupados solamente de la gota de su marido y de usted... Ambos nos contagiaron de ociosidad... Yo me sentía tan interesado por usted que estuve un mes entero sin hacer nada, aunque durante este tiempo la gente seguía enfermando y los mujiks llevando a pastar su ganado a mis bosques... Así, pues, usted y su marido -con sólo su presencia- llevan la destrucción por dondequiera que van... Hablo en broma; pero lo cierto es que es extraño, y que estoy convencido de que, si hubiera continuado aquí, el destrozo hubiera sido enorme... Yo hubiera sucumbido, pero tampoco usted hubiera resultado ilesa... Pero bien, márchese. ¡Finita la comedia! ...


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