A mitad de semestre tenía las notas más altas del primer curso. En los exámenes parciales tuvo bien todas las respuestas de todas las preguntas. Fue con Stewart a celebrarlo con una cerveza, y cuando volvieron la habitación de Leisha estaba destruida: la computadora aplastada, los bancos de datos borrados, los impresos y libros ardían en un cesto metálico de desperdicios. Habían hecho trizas sus ropas y partido su escritorio. Lo único intacto era la cama.

Stewart dijo:

– No es posible que hayan hecho esto en silencio. ¡Todo el mundo en el piso… caray, hasta en el piso de abajo!, tuvo que enterarse. Alguien llamará a la policía.

Pero nadie lo hizo. Leisha se sentó en el borde de la cama, ofuscada, mirando lo que quedaba de su traje de baile. Al día siguiente Dave Hannaway le dirigió una larga y amplia sonrisa.

Camden voló nuevamente al este, furioso. Le rentó un departamento en Cambridge con seguridad electrónica y un guardaespaldas llamado Toshio. Cuando se fue, Leisha despidió al guardaespaldas pero se quedó con el departamento. Les daba a ella y Stewart más privacidad, que usaban para discutir interminablemente la situación. Leisha era la que argumentaba que era una aberración, una inmadurez.

– Siempre hubo odio, Stewart.

A los judíos, a los negros, a los inmigrantes, odio a los yagaístas por tener más iniciativa y dignidad. Solamente soy el último objeto de odio. No es nada nuevo, nada especial. No implica una especie de división básica entre durmientes e insomnes.

Stewart se incorporó en la cama y buscó los emparedados en la mesa de luz.

– ¿Te parece que no? Leisha, eres un tipo de persona totalmente diferente, más adecuada evolutivamente, no sólo para sobrevivir sino para predominar.

Todos los demás "objetos de odio" que nombraste, excepto los yagaístas, eran sectores carentes de poder en su sociedad.

Ocupaban posiciones inferiores.

En cambio vosotros… los tres insomnes de Derecho en Harvard estáis en la Revista de Derecho.

Todos. Kevin Baker, el mayor, ya ha fundado una exitosa firma de software para bio-interfase y está ganando dinero, y mucho.

Todo insomne está teniendo las máximas calificaciones, ninguno tiene problemas psicológicos, todos sois sanos… y la mayoría no ha llegado a adulto. ¿Cuánto odio piensas que encontraréis cuando hayáis conquistado el mundo de las finanzas y los sitios de privilegio y la política nacional?

– Dame un emparedado -dijo Leisha-. He aquí mi evidencia de que estás equivocado: tú mismo, Kenzo Yagai, Kate Addams, el profesor Lane, mi padre. Todo durmiente que habita el mundo de los negocios limpios, de los contratos de mutuo beneficio. Y sois la mayoría, o al menos la mayoría de los que importan.

Creéis que la competencia entre los más capaces lleva a mejores condiciones de intercambio para todos, fuertes y débiles. Los insomnes están haciendo contribuciones reales y concretas a la sociedad, en un montón de campos. Eso tiene que contrapesar las incomodidades que causamos.

Somos valiosos para vosotros. Tú lo sabes.

Stewart sacudió las migas de las sábanas.

– Sí, yo sí. Y los demás yagaístas.

– Los yagaístas controlan el mundo de los negocios y de las finanzas y el académico. O los controlarán pronto. Deberían hacerlo en una meritocracia. Subestimas a las mayorías, Stew.

La ética no es privativa de los que se destacan.

– Espero que tengas razón -dijo Stewart-. Porque, sabes, estoy enamorado de ti.

Leisha abandonó su emparedado.

– Alegría -murmuró Stewart contra su pecho-, tú eres alegría.

Cuando Leisha fue a su casa para el día de Acción de Gracias, le contó a Richard de Stewart. Él la escuchó con los labios apretados.

– Un durmiente.

– Una persona -replicó Leisha-. Una persona buena, inteligente y exitosa.

– ¿Sabes lo que han hecho tus buenos, inteligentes y exitosos durmientes, Leisha? Han eliminado a Jeanine del patinaje olímpico. Por "alteración genética, análoga al abuso de esteroides para crear una ventaja no deportiva". Chris Devereaux dejó Stanford: le hicieron trizas el laboratorio, destruyendo dos años de trabajo en proteínas de conformación de memoria. La compañía de software de Kevin Baker está luchando contra una asquerosa campaña, por supuesto clandestina, sobre los niños que usan software diseñado por "mentes no humanas". Corrupción, esclavitud mental, influencias satánicas: toda la cantilena de la caza de brujas. ¡Despierta, Leisha!

El eco de sus palabras resonó por un momento en ambos. Richard estaba en guardia, como un boxeador, con los dientes apretados. Finalmente dijo, muy quedo:

– ¿Lo amas?

– Sí -respondió Leisha-, lo siento.

– Es tu elección -dijo fríamente Richard-. ¿Qué haces mientras duerme? ¿Mirarlo?

– ¡Haces que suene como una perversión!

Richard no dijo nada. Leisha respiró hondo. Habló rápido pero con calma, en un torrente controlado de palabras:

– Mientras duerme Stewart, trabajo. Lo mismo que tú. Richard… no me hagas esto. Yo no quería herirte. Y no quiero perder al grupo. Creo que los durmientes pertenecen a nuestra misma especie… ¿vas a castigarme por eso? ¿Vas a sumarte al odio? ¿Vas a decirme que no puedo pertenecer a un mundo más amplio que incluya a toda la gente honesta y valiosa, duerma o no?

¿Vas a decirme que la división más importante es la genética y no la de la espiritualidad económica? ¿Vas a obligarme a hacer una elección artificial, "nosotros" o "ellos"?

Richard tomó una pulsera.

Leisha la reconoció: se la había regalado ella en el verano. Su voz era tranquila:

– No, no es una elección -jugó un momento con los eslabones, y luego levantó la vista hacia ella-. No por ahora.

Al comenzar la primavera, Camden caminaba más lentamente. Tomaba medicinas para la presión, para el corazón. Él y Susan, le dijo a Leisha, se iban a divorciar.

– Cambió, Leisha, después que me casé con ella. Tú lo viste.

Era independiente, productiva, feliz, y en unos años dejó todo y se convirtió en una arpía, en una arpía quejosa -sacudió la cabeza, genuinamente asombrado-. Tú viste el cambio.

Así era. Un recuerdo le brotó: Susan planteándoles a ella y Alice "juegos" que en realidad eran pruebas mentales de control, con sus cabellos bailoteando en torno a sus ojos alegres. En ese entonces Alice amaba a Susan, tanto como Leisha.

– Papá, quiero la dirección de Alice.


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