Curt Svensson recordó, sereno, que Lisbeth Salander también presentaba un aspecto físico bastante característico y que la policía, después de casi tres semanas de pesquisas, seguía ignorando su paradero.

La segunda tarea consistía en que desde la dirección del equipo de investigación se debía designar un grupo que centrara su actividad en la llamada «lista de puteros» que se hallaba en el ordenador de Dag Svensson. Lo cual conllevaba un problema de naturaleza logística. Si bien era cierto que el grupo investigador tenía a su disposición el ordenador de Dag Svensson de la redacción de Millennium, así como los archivos comprimidos que contenían la copia de seguridad del portátil desaparecido, también se había de tener en cuenta que en esos discos se hallaba el material de una investigación de años, literalmente miles de páginas que tardarían mucho tiempo en catalogar y leer. El grupo necesitaba refuerzos. Bublanski nombró en el acto a Sonja Modig para dirigir los trabajos.

El tercer cometido consistía en centrarse en una persona desconocida llamada Zala. En ese aspecto, debían recurrir a la ayuda del grupo especial de investigación del crimen organizado, que, según les confirmaron, ya se había topado con ese nombre en repetidas ocasiones. Puso a Hans Faste al frente de esa línea de trabajo.

Por último, Curt Svensson coordinaría la continuación de las pesquisas sobre el paradero de Lisbeth Salander.

La presentación de Bublanski duró seis minutos, pero desencadenó una disputa de una hora. Hans Faste no atendía a razones; se opuso abiertamente a la forma en que Bublanski dirigía la investigación y no hizo ni el menor amago de ocultar su postura. Bublanski se sorprendió; Faste nunca le había caído particularmente bien pero, aun así, le consideraba un policía competente.

Hans Faste opinaba que, al margen de la reciente información suplementaria, debían centrarse en Lisbeth Salander. Sostenía que la cadena de indicios que señalaba a Salander tenía tanto peso que a esas alturas hasta resultaba absurdo empezar a considerar la posibilidad de que existieran otros culpables.

– Todo eso no son más que chorradas. Tenemos un caso patológico con tendencia a la violencia que no ha hecho más que confirmar su locura a lo largo de su vida. ¿Crees de veras que todos los informes del psiquiátrico y de los médicos forenses son una broma? Salander está vinculada al lugar del crimen. Tenemos indicios de que hace de puta y pruebas de que posee una gran suma de dinero, no declarada, en su cuenta bancaria.

– Soy consciente de todo eso.

– Pertenece a una especie de secta sexual lésbica. Y me juego el cuello a que esa bollera de Cilla Norén sabe más de lo que pretende hacernos creer.

Bublanski elevó la voz.

– Faste, para ya con eso. Estás completamente obsesionado con la perspectiva homosexual del caso. No es nada profesional por tu parte.

Se arrepintió de lo que le acababa de decir ante todo el grupo. Debería haberlo hablado en privado con él. El fiscal Ekström acalló las voces indignadas. Parecía indeciso respecto a qué línea de investigación seguir. Al final, dejó que imperara la propuesta de Bublanski; hacer caso omiso a su propuesta sería sinónimo de apartarlo de la dirección del equipo.

– Se hará lo que dice Bublanski.

Bublanski miró de reojo a Sonny Bohman y a Niklas Eriksson, de Milton Security.

– Tengo entendido que sólo os quedan tres días, así que debemos aprovechar al máximo la situación. Bohman, ¿puedes ayudar a Curt Svensson a buscar a Lisbeth Salander? Eriksson, tú sigues con Modig.

Tras reflexionar un instante, Ekström levantó la mano cuando todos estaban a punto de abandonar la sala.

– Una cosa. Máxima discreción con lo de Paolo Roberto, ¿eh? La prensa se pondría histérica si apareciera otra cara famosa. Así que, de puertas para fuera, ni una sola palabra.

Sonja Modig se acercó a Bublanski después de la reunión.

– He perdido los nervios con Faste. No ha sido muy oportuno ni correcto por mi parte -dijo Bublanski.

– Tranquilo, qué me vas a contar a mí -sonrió ella y continuó-: Empecé con el ordenador de Svensson el lunes pasado.

– Ya lo sé. ¿Hasta dónde has llegado?

– Tenía una docena de versiones del manuscrito y muchísimo material de la investigación; cuesta mucho discernir lo importante de lo accesorio. Sólo abrir y ojear todos los documentos nos llevará días.

– ¿Niklas Eriksson?

Sonja Modig dudó. Luego se dio media vuelta y cerró la puerta del despacho de Bublanski.

– Sinceramente, no quiero hablar mal de él, pero no es de gran ayuda.

Bublanski frunció el ceño.

– Suéltalo.

– No sé, no es un policía de verdad como lo fue Bohman en su día. Dice muchas tonterías, tiene más o menos la misma actitud que Hans Faste con Miriam Wu y no le interesa en absoluto la tarea. No sé qué le pasa, pero parece tener un problema con Lisbeth Salander.

– ¿Por qué lo dices?

– Me da la sensación de que está amargado, de que algo le corroe por dentro.

– Lo siento. Bohman está bien, aunque sigue sin gustarme que haya gente de fuera en el equipo.

Sonja Modig asintió con la cabeza.

– Bueno, ¿y qué vamos a hacer?

– Tendrás que aguantarle lo que queda de semana. Armanskij nos ha dicho que, si no hay resultados, se retirarán. Ponte a investigar y hazte a la idea de que te toca hacer todo el trabajo a ti solita.

Las indagaciones de Sonja Modig cesaron cuarenta y cinco minutos más tarde. La apartaron del equipo. De repente, el fiscal Ekström la convocó a una reunión en su despacho, donde ya estaba Bublanski. Los dos hombres estaban rojos de rabia. El periodista freelance, Tony Scala, acababa de publicar la primicia de que Paolo Roberto había rescatado a la bollera BDSM Miriam Wu de un secuestrador. El texto contenía varios detalles que sólo se conocían en el ámbito de la investigación. Estaba formulado de tal manera que daba a entender que la policía se estaba planteando la posibilidad de dictar auto de procesamiento contra Paolo Roberto por malos tratos graves.

Ekström ya había recibido varias llamadas de periodistas pidiendo información sobre el papel del boxeador en los sucesos. Se dejó dominar por la emoción y los nervios cuando acusó a Sonja Modig de filtrar la historia. Modig declinó de inmediato toda responsabilidad, pero resultó estéril. Ekström quería que abandonara la investigación. Bublanski estaba furioso y cerró filas con Modig.

– Sonja dice que no ha filtrado nada. Para mí, eso es más que suficiente. Es una locura echar a una investigadora con experiencia que ya conoce el caso.

Ekström replicó haciendo patente una abierta desconfianza hacia Modig. Enfurruñado y en silencio, acabó por sentarse a su mesa. Su decisión era inamovible.

– Modig, no puedo demostrar que filtres información, pero no tengo ninguna confianza en ti. Quedas excluida del equipo de este caso desde este mismo instante. Cógete el resto de la semana libre. El lunes te encomendaré otras tareas.

Modig no tenía elección. Asintió con la cabeza y se dirigió hacia la puerta. Bublanski la detuvo.

– Sonja, y que conste en acta, no creo en absoluto en esta acusación y cuentas con mi total confianza. Pero no soy yo el que toma las decisiones. Pásate por mi despacho antes de irte.

Ella asintió con la cabeza. Ekström parecía furioso. El color del rostro de Bublanski había adquirido un tono preocupante.

Sonja Modig volvió a su despacho, donde, antes de la interrupción, ella y Niklas Eriksson se encontraban trabajando con el ordenador de Dag Svensson. La dominaba la ira, estaba al borde de las lágrimas. Eriksson la miró de reojo y notó que algo iba mal, pero no dijo nada. Ella lo ignoró. Se sentó a su mesa y se quedó mirando fijamente al vacío. Un tenso silencio se instaló en la habitación.


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