– Vale.

– A principios de este mes sacó el dinero de la herencia: la cantidad exacta es nueve mil trescientas doce coronas. Es la única vez que ha tocado la cuenta.

– Entonces, ¿de qué diablos vive?

– Escuchad esto: en enero de este año abrió una cuenta. En esta ocasión, en el Skandinaviska Enskilda Banken. Ingresó una suma de más de dos millones de coronas.

– ¿Qué?

– ¿De dónde sacó el dinero? -preguntó Modig.

– Recibió una transferencia desde un banco de las islas Anglonormandas de Inglaterra.

– No entiendo nada -dijo Sonja Modig al cabo de un instante.

– O sea, ¿se trata de dinero que no ha declarado? -preguntó Bublanski.

– Correcto, pero técnicamente no tiene obligación de hacerlo hasta el próximo año. Lo remarcable es que la suma no figura en el informe sobre el rendimiento de cuentas que efectuaba el abogado Bjurman. Y lo hacía mensualmente.

– Es decir, que o ignoraba su existencia o los dos estaban metidos en algún trapicheo. Jerker, ¿cómo andamos en la parte técnica?

– Anoche le presenté los resultados al instructor del sumario. Esto es lo que sabemos: uno, podemos vincular a Salander con los dos lugares del crimen. En Enskede encontramos sus huellas dactilares en el arma homicida y en los fragmentos de una taza de café que se hizo añicos. Estamos esperando el resultado de las pruebas de ADN que recogimos… pero no creo que quepa duda de que ella estuvo en la casa.

– De acuerdo.

– Dos, tenemos sus huellas dactilares en la caja del arma del piso de Bjurman. -Vale.

– Tres, por fin tenemos un testigo que la sitúa en el lugar del crimen de Enskede. Nos ha llamado el dueño de un estanco y nos ha contado que la noche en la que se cometió el asesinato, Lisbeth Salander entró en su establecimiento y compró un paquete de Marlboro Light.

– ¿Y lo suelta ahora? ¿Después de habernos pasado un día sí y otro también solicitando la colaboración ciudadana?

– Ha estado fuera durante los días de fiesta, como todos los demás. En fin -Jerker Holmberg señaló un plano-, la tienda está situada en esta esquina, a unos doscientos metros del lugar del crimen. Ella entró justo cuando él se disponía a cerrar, a las diez de la noche. La ha descrito con todo detalle.

– ¿Y el tatuaje del cuello también? -preguntó Curt Svensson.

– Ahí ha vacilado; cree haberlo visto. Sí está seguro, en cambio, de que llevaba un piercing en una ceja.

– ¿Qué más?

– Por lo que respecta a los datos puramente técnicos, no mucho más. Pero no está nada mal.

– Faste, ¿y el piso de Lundagatan?

– Tenemos sus huellas pero no creo que viva allí. Lo hemos puesto todo patas arriba; al parecer pertenece a Miriam Wu. Fue incluida en el contrato recientemente, en febrero de este mismo año.

– ¿Qué sabemos de ella?

– No tiene antecedentes penales. Una lesbiana penosamente célebre. Suele actuar en performances y cosas así en el Festival del Orgullo Gay. Dice que estudia sociología y es copropietaria de una tienda porno en Tegnérgatan, Domino Fashion.

– ¿Una tienda porno? -preguntó Sonja Modig, arqueando las cejas.

En una ocasión, para gran deleite de su marido, ella se había comprado un conjunto de ropa interior muy sexy en Domino Fashion. Algo que bajo ninguna circunstancia iba a revelar a los hombres presentes en esa sala.

– Bueno, venden esposas, ropa de puta y cosas así. ¿Necesitas un látigo?

– O sea, que no es una tienda porno sino un establecimiento para la gente a la que le gusta la ropa interior algo sofisticada -precisó ella.

– ¿Qué más da?

– Continúa -dijo Bublanski, irritado-. ¿No tenemos ninguna pista de Miriam Wu?

– Ni rastro.

– Puede que se haya ido fuera durante las fiestas -sugirió Sonja Modig.

– O que Salander también se la haya cargado -apuntó Faste-. Tal vez quiera acabar con todos sus conocidos.

– Entonces, si Miriam Wu es lesbiana, ¿debemos deducir que ella y Salander son pareja?

– Creo que podemos concluir con bastante seguridad que existe una relación sexual -dijo Curt Svensson-. Baso esa afirmación en varias cosas. En primer lugar, en que hemos encontrado las huellas dactilares de Salander en la cama y alrededor de ésta. También las hemos hallado en unas esposas que, a todas luces, han sido empleadas como juguete sexual.

– Entonces, seguro que le gustarán las esposas que tengo preparadas para ella -dijo Hans Faste.

Sonja Modig soltó un quejumbroso suspiro.

– Sigue -pidió Bublanski.

– Una persona nos ha llamado y nos ha dicho que vio a Miriam Wu morreándose en el Kvarnen con una tía cuya descripción se correspondía con la de Salander. Por lo visto eso sucedió hace más de dos semanas. El informante afirma saber quién es Salander y dice que se la ha encontrado allí en otras ocasiones, aunque durante el último año ella no se ha dejado ver. No me ha dado tiempo a hablar con el personal del local. Lo haré esta tarde.

– En el informe de los servicios sociales no consta que sea lesbiana. En sus años de adolescencia se escapaba con frecuencia de las familias de acogida e iba por ahí ligándose a tíos en bares y clubes de Estocolmo. Ha sido detenida en más de una ocasión porque la hallaron en compañía de hombres mayores.

– Ya, pero si suponemos que hacía la calle, eso no nos dice una mierda -dijo Hans Faste.

– Curt, ¿qué hay de su círculo de amistades?

– Casi nada. No ha sido detenida por la policía desde que tenía dieciocho años. Conoce a Dragan Armanskij y a Mikael Blomkvist; es todo cuanto sabemos. Por supuesto, también a Miriam Wu. La misma fuente que nos ha informado de que Wu y ella habían sido vistas en el Kvarnen dice que antes solía reunirse allí con unas chicas, las Evil Fingers.

– ¿Las Evil Fingers? ¿Y eso qué es? -preguntó Bublanski.

– Parece ser algo esotérico. Un grupo de tías que solían irse de juerga y armarla.

– No me digas que Salander es también una especie de adoradora de Satán -dijo Bublanski-. Los medios de comunicación se van a poner las botas.

– Una panda de lesbianas satánicas -sugirió Faste solícito.

– Mi querido Hans, tienes una visión de las mujeres que data de la Edad Media -le dijo Sonja Modig-. Hasta yo he oído hablar de las Evil Fingers.

– ¿Sí? -dijo Bublanski, sorprendido.

– Era un grupo femenino de rock de finales de los años noventa. No eran superestrellas, pero durante una época fueron bastante conocidas.

– O sea, un grupo de lesbianas satánicas heavies -dijo Hans Faste.

– Venga, dejad de lanzaros pullas -dijo Bublanski-. Hans, tú y Curt averiguad quiénes eran las integrantes de las Evil Fingers y hablad con ellas. ¿Tiene Salander más amigos?

– Aparte de su anterior administrador, Holger Palmgren, no muchos más. Este último está ingresado en una clínica, en la unidad de enfermos crónicos y, por lo visto, su estado es reservado. Para ser sincero, no puedo decir que haya encontrado un círculo de amigos. Es cierto que no hemos dado con su vivienda habitual ni con ninguna agenda de direcciones, pero no parece tener amigos íntimos.

– Ya, pero nadie puede vivir como un fantasma sin dejar huellas en su entorno. ¿Qué me decís de Mikael Blomkvist?

– No lo hemos vigilado directamente, aunque durante las fiestas contactamos esporádicamente con él -dijo Faste-. Por si acaso apareciera Salander. Volvió a casa después del trabajo y no parece haber salido de allí desde entonces.

– Me cuesta pensar que esté relacionado con el asesinato -dijo Sonja Modig-. Su coartada se sostiene y es capaz de dar cuenta de todo lo que hizo aquella noche.

– Pero conoce a Salander. Es el vínculo existente entre ella y la pareja de Enskede. Además, según él, dos hombres atacaron a Salander una semana antes de los asesinatos. ¿Qué debemos pensar sobre eso? -preguntó Bublanski.

– A excepción de Blomkvist no hay ni un solo testigo de esa agresión… si es que ocurrió -puntualizó Faste.


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