El trabajo había sido su hogar, su vida, su simple definición de propósitos antes de Roarke. Ahora que estaba con él, o tal vez porque lo tenía a él, permanecía siendo una parte esencial de lo que ella era.

Una vez ella había sido una víctima indefensa, usada y quebrada. Ahora, era una guerrera.

Entró en la sala de detectives, lista para pelear cualquier batalla que le pusieran delante.

El detective Baxter levantó la vista de su trabajo, y lanzó un silbido bajo. -Guau, Dallas. Hubba-hubba.

– Que? -Confundida, ella miró por sobre el hombro, y luego cayó en que la sonrisa lasciva de Baxter era para ella. -Eres un hombre enfermo, Baxter. Es tranquilizador ver que algunas cosas no cambian.

– Tú eres la que está totalmente cambiada. -El se puso de pie, rodeando los escritorios. -Bonito -agregó, acariciando la solapa de ella con los dedos. – Eres un verdadero muestrario de modas, Dallas. Para vergüenza del resto de nosotros.

– Es sólo una chaqueta -murmuró ella, mortificada. -Córtala.

– Te has bronceado, también. Te hicieron un trabajo de cuerpo completo?

Ella le mostró los dientes en una sonrisa feroz. -Quieres que te patee el culo?

Divirtiéndose, él apuntó con el dedo. -Y que es eso en tus orejas?-Cuando ella levantó la mano, confundida, él parpadeó como sorprendido. -Vaya, me imagino que esos son pendientes. Y son realmente bonitos también.

Ella había olvidado que los tenía puestos. -Quieres decir que los criminales de repente han parado de matar mientras yo estaba fuera por lo que pierdes tu tiempo parado aquí criticando mi guardarropas?

– Sólo estoy deslumbrado, teniente. Absolutamente deslumbrado desde tu impactante presentación. Botas nuevas?

– Muérdeme. -Ella se volvió y siguió su camino ante la sonrisa de él.

– Y ella ha vuelto! -anunció Baxter con un aplauso.

Cretinos, pensó ella cuando se dirigía a su oficina. El Departamento de Policía y Seguridad de New York estaba poblado por un manojo de cretinos.

Jesús, como los había extrañado.

Entró en su oficina, y se paró en seco, apenas un paso más allá del umbral, parpadeando.

Su escritorio estaba despejado. Más aún, estaba limpio. De hecho, el lugar entero estaba limpio. Como si alguien hubiera venido y chupado todo el polvo y la mugre y luego hubiera lustrado lo que quedaba detrás. Con sospecha, pasó un pulgar por la pared. Sí, era definitivamente pintura fresca.

Estrechando los ojos, entró en la habitación. Era un espacio pequeño con una pequeña ventana, un escritorio abollado y ahora lustrado, y un par de sillas con los muelles rotos. El archivador, ahora brillante, había sido despejado. Una planta verde que aparentemente prosperaba, estaba encima de él.

Con un gemido de angustia, saltó hasta el archivador, tirando de un cajón para abrirlo.

– Lo sabía, lo sabía, lo sabía. El bastardo me lo sacó otra vez.

– Teniente?

Gruñendo, Eve miró hacia atrás. Su ayudante estaba parada en la puerta, tan ordenada como la habitación con su almidonado uniforme de verano.

– El maldito ladrón de caramelos encontró mi reserva.

Peabody frunció los labios. -Tenías caramelos en el archivero. -Inclinó su cabeza- Debajo de la M?

– M por mío, maldita sea -Molesta, Eve cerró el cajón de un empujón. -Olvidé sacarlo antes de irme. Que demonios pasó aquí, Peabody? Tuve que leer el nombre en la puerta para asegurarme que era mi oficina.

– Una vez que te fuiste pareció un buen momento para limpiar y pintar. Había una bonita mugre aquí.

– Yo quería usarlo así. Donde están mis cosas? -demandó- Tenía algunos pendientes, algunos cinco, y los reportes de los EM y los barredores del caso Dunwood deberían haber llegado mientras estaba fuera.

– Me ocupé de eso. Hice los cinco y cerré los pendientes, y archivé los reportes. -Ella mostró la sonrisa que danzaba en sus ojos oscuros. -Tuve algo de tiempo en mis manos.

– Hiciste el papeleo?

– Sí, señor.

– Y arreglaste para hacer la limpieza de mi oficina?

– Creo que había organismos multicelulares criándose en las esquinas. Están muertos ahora.

Lentamente Eve deslizó sus manos en los bolsillos, hamacándose en los talones. -Esta no debería ser tu forma de decirme que cuando estoy aquí no te doy tiempo para ocuparte de los asuntos diarios.

– Absolutamente no. Bienvenida de regreso, Dallas. Y tengo que decirte que, wow, te ves realmente tremenda. Elegante traje.

Eve se dejó caer en la silla de su escritorio. -Como demonios me veo usualmente?

– Es una pregunta retórica?

Eve estudió el rostro cuadrado de Peabody, su aspecto robusto contenido por un cuenco de cabello oscuro. -Estoy tratando de pensar si extrañaba tu boca irónica. No, -decidió- Ni un poco.

– Aw, estaba segura de que lo harías. Grandioso bronceado. Imagino que pasaste un poco de tiempo empapada al sol y otras cosas.

– Supongo que lo hice. Y donde conseguiste el tuyo?

– Mi que?

– El bronceado, Peabody. Te diste con una lámpara de sol?

– No, lo conseguí en Bimini.

– Bimini, como la isla? Que demonios fuieste a hacer a Bimini?

– Bueno, tú sabes, de vacaciones como tú. Roarke sugirió que, ya que tú ibas a estar fuera, tal vez yo podría tomarme una semana fuera, también, y…

Eve leventó una mano. -Roarke sugirió?

– Si, él pensó que McNab y yo podríamos usar un poco de tiempo libre, entonces…

Eve sintió que el músculo bajo su ojo empezaba a saltar. Había tomado el hábito de hacerlo cada vez que pensaba demasiado duro sobre Peabody y la moderna relación con el Detective de la División Electrónica.

En su defensa, presionó los dedos contra él. -Tú y McNaB. En Bimini. Juntos.

– Bueno, tú sabes, ya que estamos tratando de que este asunto de somos-una-pareja encaje, parecía una buena idea. Y cuando Roarke dijo que podíamos usar uno de sus transportes y ese lugar que tiene en Bimini, saltamos.

– Su transporte. Su lugar en Bimini. -El músculo saltó contra sus dedos.

Los ojos brillando, Peabody dejó de lado su empaque lo suficiente para apoyar una cadera en la esquina del escritorio. -Hombre, Dallas, era absolutamente ultra. Parece un pequeño palacio o algo así. Tiene su propia cascada en la piscina, y un todoterreno, y unos hidroskys. Y la habitación principal tiene esa cama de gel que parece de la medida de Saturno.

– No quiero escuchar sobre la cama.-

– Y es realmente privado, además piensa que está justo en la playa, por lo que sólo retozamos desnudos como monos la mitad del tiempo.

– Y no quiero escuchar sobre retozar desnudos.

Peabody abultó la lengua contra la mejilla. -A veces estábamos solo medio desnudos. De todas formas, -dijo antes de que Eve chillara- fue mágico. Y quiero darle a Roarke algún tipo de regalo de agradecimiento. Pero ya que él tiene de todo, literalmente, no tengo idea. Pensé que tal vez podrías sugerirme algo.

– Esto es una tienda para policías o un club social?

– Vamos, Dallas. Estamos al día con el trabajo. -Peabody sonrió esperanzada. -Pensé que tal vez podría darle una de las bufandas que hace mi madre. Tú sabes, ella teje, y hace unos trabajos realmente buenos. Podría gustarle eso?

– Mira, él no va a esperar un regalo. No es necesario.

– Fue la mejor vacación que tuve jamás, en mi vida. Quiero que sepa lo mucho que lo aprecio. Significa mucho para mí, Dallas, que él haya pensado en eso.

– Si, él siempre está pensando. -Pero se ablandó, podía ayudarla. -A él realmente le impactaría tener algo hecho por tu madre.

– En serio? Es grandioso. Me voy a poner en contacto con ella esta noche.

– Ahora que hemos tenido nuestra pequeña reunión aquí, Peabody, tenemos algún trabajo para hacer?

– En realidad, estamos libres.

– Entonces traeme algún caso frío.

– Alguno en particular?

– Elige alguno de traficantes. Tengo que hacer algo.

– Estoy en eso. -Ella empezó a salir, y se detuvo. -Sabes cual es una de las mejores cosas de salir de vacaciones? Regresar.

Eve pasó la mañana picando a través de caso irresueltos, buscando un hilo que no hubiera sido tirado, un ángulo que no hubiera sido explorado. El único que le interesó fue la cuestión de una mujer de poco más de veintiséis años, Marsha Stibbs, que había sido encontrada sumergida en la bañera por su esposo, Boyd, cuando había regresado de una gira de negocios fuera de la ciudad.

En la superficie, parecía ser uno de esos trágicos y típicos accidentes caseros, hasta que el reporte de los EM había verificado que Marsha no se había ahogado, sino que había muerto antes que la última burbuja del baño.

Ya que se había metido en la bañera con un cráneo fracturado, ella no se había deslizado en la espuma y la fragancia por sus propios medios.

El investigador había levantado evidencia que indicaba que Marsha había estado teniendo un romance. Un paquete de cartas de amor de alguien que se señalaba a si mismo con la inicial C había estado oculto en el cajón de lencería de la víctima. Las cartas eran sexualmente explícitas y llenas de súplicas para que ella se divorciara de su esposo y se fuera con su amante.

De acuerdo al reporte, las cartas y su contenido habían shockeado al esposo y a cada entrevistado que había conocido a la víctima. La coartada del esposo había sido sólida, ya que tenía todos los comprobantes de respaldo.

Boyd Stibbs, un representante regional de una firma de artículos deportivos, era desde todas las apariencias, un clásico hombre americano, teniendo un ingreso levemente mejor que el promedio, casado por seis años con su novia del colegio quien había llegado a ser compradora para una tienda mayorista. A él le gustaba jugar fútbol los domingos, no bebía, no jugaba, ni tenía problemas con ilegales. No había una historia de violencia, y él había tomado voluntariamente una prueba de la verdad, que había pasado sin inconvenientes.

Ellos no tenían hijos, vivían en un tranquilo edificio de apartamentos de West Side, socializaban con un estrecho círculo de amigos, y hasta el momento de la muerte de ella habían mostrado todos los signos de tener un matrimonio sólido y feliz.-

La investigación había sido minuciosa, cuidadosa y completa. Todavía el primario no había podido encontrar ningún rastro del nombrado amante con la inicial C.

Eve enganchó a Peabody con el enlace interoficinas. – Ensilla, Peabody. Vamos a golpear algunas puertas. -Echó el enlace en su bolsillo, levantó la chaqueta del respaldo de su silla y salió.


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