Prólogo
Durante la mayor parte de mi infancia mis aspiraciones profesionales fueron sencillas: quería ser una princesa intergaláctica. No me interesaba demasiado dirigir hordas de gentes del espacio. Lo que más deseaba era ir vestida con capa y botas sexys y llevar un arma que molara.
Como resultó que el rollo de la princesa no me salió bien, acabé yendo a la universidad, y cuando me licencié me puse a trabajar de compradora de ropa interior para una cadena de tiendas. Aquello tampoco me salió muy bien, así que tuve que chantajear a mi primo el avalista de fianzas para que me diera trabajo como cazarrecompensas. Tiene gracia cómo son las cosas del destino. Nunca conseguí vestirme con capa y botas sexys, pero al final tengo una especie de arma molona. Vale, de acuerdo, es una pequeña 38 y la guardo en la lata de las galletas, pero no deja de ser un arma, ¿verdad?
En aquellos tiempos en los que me preparaba para ser princesa solía tener frecuentes encontronazos con el chico más malo del vecindario. Tenía dos años más que yo. Se llamaba Joe Morelli. Y era todo un peligro.
Sigo teniendo encontronazos con Joe Morelli. Y sigue siendo un peligro…, pero ahora es de esa clase de peligros que le gustan a una mujer.
Es policía, tiene una pistola más grande que la mía y no la guarda en una caja de galletas.
Me propuso matrimonio hace un par de semanas, durante un ataque de libido. Me desabrochó los vaqueros, enganchó la cinturilla con un dedo y me atrajo hacia él…
– Hablando de esa proposición, Bizcochito… -me dijo.
– ¿De qué proposición estamos hablando?
– De la de matrimonio.
– ¿Lo dices en serio?
– Estoy desesperado.
Eso era evidente.
La verdad es que yo también estaba desesperada. Estaba empezando a pensar en mi cepillo de dientes eléctrico en plan romántico. El problema era que no sabía sí estaba preparada para el matrimonio. El matrimonio es un rollo espeluznante. Tienes que compartir el cuarto de baño. ¿Qué te parece? ¿Y qué pasa con las fantasías? ¿Y si la princesa intergaláctica reaparece y tengo que salir a cumplir una misión?
Morelli sacudió la cabeza.
– Ya estás pensando otra vez.
– Hay que tener en cuenta muchas cosas.
– Permíteme que te recuerde algunas cosas buenas: tarta de bodas, sexo oral, y, además, puedes usar mi tarjeta de crédito.
– Me gusta lo de la tarta de bodas.
– Y las otras cosas también te gustan -dijo Morelli.
– Necesito tiempo para pensarlo.
– Por supuesto -dijo Morelli-, piénsalo todo el tiempo que quieras. ¿Lo pensamos arriba, en el dormitorio?
Su dedo seguía metido en la cintura de mis vaqueros y yo empezaba a sentir calor allí abajo. Eché una mirada furtiva a las escaleras.
Morelli sonrió y me arrimó más a él.
– ¿Pensando en la tarta de bodas?
– No -dije-. Y tampoco estoy pensando en la tarjeta de crédito.