Uno
Supe que iba a ocurrir algo malo cuando Vinnie me hizo ir a su despacho privado. Vinnie es mi jefe y mi primo. En una ocasión leí en la puerta de un retrete que «Vinnie folla como un hurón». No estoy muy segura de lo que quiere decir, pero me parece razonable, puesto que Vinnie se parece a un hurón. Su anillo de rubí rosa me recordaba a los tesoros que se ven en las máquinas tragaperras con regalos de las salas de juegos del Parque Marítimo. Vestía camisa y corbata negras y llevaba su cada vez más escaso pelo negro pegado hacia atrás, al estilo de los jefes de los garitos de juego. La expresión de su cara decía «nada contento».
Le miré desde el otro lado del escritorio e intenté reprimir una mueca.
– ¿Qué pasa ahora?
– Tengo un trabajo para ti -dijo Vinnie-. Quiero que encuentres a esa rata asquerosa de Eddie DeChooch, y que arrastres su culo huesudo hasta aquí. Le pillaron pasando un camión de cigarrillos de contrabando desde Virginia y no se presentó a su cita con el juez.
Puse los ojos en blanco con tal fuerza que pude verme el crecimiento del pelo.
– No voy a ir a por Eddie DeChooch. Es viejo, mata gente y sale con mi abuela.
– Ya casi nunca mata a nadie -dijo Vinnie-. Tiene cataratas. La última vez que intentó cargarse a alguien vació un cargador sobre una tabla de planchar.
Vinnie es el dueño y director de Fianzas Vincent Plum en Trenton, Nueva Jersey. Cuando se acusa a alguien de un crimen, Vinnie le da al juzgado un pagaré, el juzgado deja libre al acusado hasta la fecha del juicio y Vinnie reza para que el acusado se presente en el tribunal. Si el acusado decide declinar el placer de presentarse a su cita en el juzgado, Vinnie pierde un montón de dinero, a no ser que yo pueda encontrar al acusado y hacer que vuelva al buen camino. Me llamo Stephanie Plum y soy agente de cumplimiento de fianza… alias cazarrecompensas. Acepté este trabajo cuando las cosas no iban muy bien y ni siquiera el hecho de haberme graduado entre el noventa y ocho por ciento más alto de la clase podía proporcionarme un trabajo mejor. Desde entonces la economía ha mejorado y no hay una buena razón para que siga persiguiendo a los malos, salvo que enfurece a mi madre y que no tengo que ponerme pantys para ir a trabajar.
– Se lo encargaría a Ranger, pero está fuera del país -dijo Vinnie-. Por eso te toca a ti.
Ranger es un tipo mercenario que a veces trabaja como cazarrecompensas. Es muy bueno… en todo. Y da un miedo que te cagas.
– ¿Qué hace Ranger fuera del país? ¿Y qué quieres decir con fuera del país? ¿Asia? ¿América del Sur? ¿Miami?
– Me está haciendo una recogida en Puerto Rico -Vinnie empujó una carpeta por encima del escritorio-. Aquí está el acuerdo de pago de DeChooch y tu autorización para capturarle. Para mí vale cincuenta mil… cinco mil para ti. Acércate a la casa de DeChooch y entérate de por qué no apareció en su vista de ayer. Connie le llamó, pero no obtuvo respuesta. Cristo, podría estar muerto en el suelo de la cocina. Salir con tu abuela es suficiente para matar a cualquiera.
La oficina de Vinnie está en Hamilton, lo que a primera vista puede no parecer la situación ideal para una oficina de fianzas. La mayoría de los despachos de fianzas están enfrente de los calabozos del juzgado. La diferencia es que la mayoría de la gente a la que fía Vinnie son familiares o vecinos y viven cerca de la calle Hamilton, en el Burg. Yo crecí en el Burg y mis padres todavía viven allí. Realmente es un barrio muy seguro, ya que los delincuentes del Burg se cuidan mucho de cometer sus delitos en otros barrios. Vale, de acuerdo, una vez Jimmy Cortinas sacó a Dos Dedos Garibaldi de su casa en pijama y se lo llevó al vertedero… pero lo que fue la verdadera paliza no tuvo lugar en el Burg. Y los tipos que encontraron enterrados en el sótano de la tienda de caramelos de la calle Ferris no eran del Burg, o sea que no se les puede incluir en las estadísticas.
Connie Rosolli levantó la mirada cuando salí del despacho de Vinnie. Connie es la secretaria de dirección. Connie mantiene la oficina en marcha cuando Vinnie está fuera liberando facinerosos y/o fornicando con animales de granja.
Connie llevaba el pelo cardado hasta unas tres veces más que el tamaño de su cabeza. Vestía un Jersey rosa con cuello de pico que se ajustaba a unas tetas que podrían pertenecer a una mujer mucho más grande y una falda corta de punto negro que le iría mejor a una mujer mucho más pequeña.
Connie está con Vinnie desde que puso en marcha el negocio. Ha aguantado todo este tiempo porque no se calla nada y porque los días excepcionalmente malos se coge una paga extra de la caja chica.
Torció el gesto al ver que yo llevaba una carpeta en la mano.
– ¿No irás a buscar a Eddie DeChooch en serio, verdad?
– Espero que esté muerto.
Lula estaba desparramada en el sofá de cuero falso que había junto a la pared y que servía de sala de espera para los subvencionados y sus desafortunados familiares. Lula y el sofá tenían casi el mismo tono de marrón, con la excepción del pelo de Lula, que hoy era de un rojo cereza.
Cuando me pongo al lado de Lula siempre me siento como si fuera anémica. Soy norteamericana de tercera generación con ascendencia ítalo-húngara.
Tengo la piel pálida y los ojos azules de mi madre y un buen metabolismo que me permite comer pastel de cumpleaños y (casi siempre) abrocharme el último botón de los Levi's. Por parte de mi padre, he heredado una incontrolable mata de pelo castaño y la tendencia a mover las manos como los italianos. A solas, en un día bueno, con una tonelada de rimel y tacones de siete centímetros, puedo atraer algo de atención. Al lado de Lula soy como papel pintado.
– Me ofrecería para ayudarte a traer su trasero a la cárcel -dijo Lula-. Probablemente te vendría bien la ayuda de una mujer de talla grande como yo. Pero la cuestión es que no me gusta cuando están muertos. Los muertos me espeluznan.
– Bueno, la verdad es que no sé si está muerto -dije.
– Por mí, vale -dijo Lula-. Cuenta conmigo. Si está vivo tendré la oportunidad de darle un puntapié en el trasero a un desgraciado, y si está muerto… me quedo fuera.
Lula habla en plan duro, pero la verdad es que las dos somos bastante cortadas cuando llega la hora de la verdad. Lula fue puta en una vida anterior y ahora le ayuda a Vinnie con el archivo. Lula era tan buena como puta como lo es en el archivo…, y no se puede decir que en el archivo sea una maravilla.
– Tal vez deberíamos ponernos chalecos -dije.
Lula sacó el bolso de uno de los cajones inferiores del archivador.
– Tú haz lo que quieras, pero yo no me voy a poner uno de esos chalecos Kevlar. No hay ninguno de mi talla, y además se cargaría mi estilismo.
Yo llevaba vaqueros y camiseta y no tenía ningún estilismo que cargarme, así que cogí un chaleco antibalas del almacén.
– Espera -dijo Lula cuando llegamos a la acera-, ¿qué es esto?
– Me he comprado un coche nuevo.
– Muy bien, chica, has hecho muy bien. Este coche es una maravilla.
Era un Honda CR-V negro y las letras estaban acabando conmigo. Tuve que elegir entre comer o molar. Y molar había ganado. Al cuerno, todo tiene su precio, ¿verdad?
– ¿Dónde vamos? -preguntó Lula acomodándose a mi lado-. ¿Dónde vive ese colega?
– Vamos al Burg. Eddie DeChooch vive a tres manzanas de la casa de mis padres.
– ¿Es cierto que sale con tu abuela?
– Lo conoció la semana pasada en un velatorio en la Fune raria de Stiva y después se fueron a tomar una pizza.
– ¿Tú crees que hicieron guarrerías?
Casi subo el coche a la acera.
– ¡No! ¡Agh!
– Sólo era una pregunta -dijo Lula.
DeChooch vive en una pequeña casa pareada de ladrillos. Angela Marguchi, de setenta y tantos años, y su madre, de noventa y tantos, viven en una mitad de la casa, y DeChooch vive en la otra. Aparqué delante de la mitad de DeChooch, y Lula y yo nos acercamos a la puerta. Yo llevaba el chaleco antibalas y Lula un top ceñido con estampado animal y pantalones amarillos elásticos. Lula es una mujer grande y tiene tendencia a poner a prueba los límites de la lycra.
– Ve tú delante y mira si está muerto -dijo Lula-. Y después, si ves que no está muerto, me avisas y yo lo saco a patadas en el culo.
– Sí, ya.
– ¿Qué? -dijo haciéndome una mueca-. ¿No me crees capaz de darle una patada en el culo?
– A lo mejor prefieres quedarte al lado de la puerta -le dije-. Por si acaso…
– Buena idea -dijo Lula echándose a un lado-. No es que me dé miedo, pero me fastidiaría manchar de sangre este top.
Llamé al timbre y esperé a que hubiera respuesta. Llamé una segunda vez.
– ¿Señor DeChooch? -grité.
Angela Marguchi asomó la cabeza por su puerta. Era unos quince centímetros más baja que yo, con el pelo blanco y huesos de pajarito, un cigarrillo colgándole entre los delgados labios y los ojos entrecerrados por el humo y la edad.
– ¿A qué viene todo este alboroto?
– Busco a Eddie.
Se acercó a mirarme y su semblante se alegró al reconocerme.
– Stephanie Plum. Dios mío, hacía mucho que no te veía. Había oído que estabas embarazada del poli ese de antivicio, Joe Morelli.
– Un rumor malicioso.
– ¿Y qué pasa con DeChooch? -le preguntó Lula a Angela-. ¿Anda por aquí?
– Está en su casa -dijo Angela-. Ya no sale para ir a ningún sitio. Está deprimido. Ni habla ni nada.
– No nos abre la puerta.
– Y tampoco contesta al teléfono. Entrad y ya está. Deja la puerta abierta. Dice que está esperando a que alguien venga a pegarle un tiro y acabe con su desdicha.
– Bueno, pues no seremos nosotras -dijo Lula-. Claro que, si está dispuesto a pagar, yo sé de alguien que…
Abrí con cuidado la puerta de Eddie y entré en el vestíbulo.
– ¿Señor DeChooch?
– Lárgate.
La voz vino de la sala, a mi derecha. Las cortinas estaban echadas y la habitación completamente a oscuras. Entorné los ojos para mirar en dirección a la voz.
– Soy Stephanie Plum, señor DeChooch. Ha faltado a su cita en el juzgado. Vinnie está preocupado por usted.
– No voy a ir al juzgado -dijo DeChooch-. No voy a ir a ninguna parte.
Me adentré más en la habitación y le descubrí sentado en una silla en un rincón. Era un tipo delgaducho de pelo blanco alborotado. Iba en camiseta y calzoncillos boxer y zapatos negros con calcetines negros.
– ¿Por qué lleva los zapatos? -le preguntó Lula. DeChooch bajó la mirada.