– Hemos venido a escuchar los problemas del compañero Cayetano y no a teorizar -impuso el Pequeñito con el apoyo explícito de Aguader.

– Una mica de seny, companys que ens donaran altre vegada per cul i encare ens agradarà.

Era la preocupación constante del viejo Aguader, que les dieran por culo y les gustara. Cayetano compuso la estampa de Cristo recién descendido del madero con ayuda de Machado y de Joan Manuel Serrat.

– Me tienen crucificado. Vienen a por mí y de hoy no pasa que me detengan para hacerme comer el marrón de dos asesinatos. ¿Cómo puedo resistir?

– Ante todo, nada más tener la mano de la pasma en el hombro, en el que sea -dictó Pérez-, tú reclama un abogado de oficio.

– Y cuando se va el abogado te dan hule.

– Lo importante es llegar al juez teniendo salidas.

– Para un juez un vagabundo, un mendigo es caca de la vaca, denén.

– Tú hazme caso, Cayetano.

– Compañeros, os he citado para hablar del día después. Imaginaros que me detienen, que me como el marrón o que incluso me cuelgan la muerte de Pepita de Calahorra, la de La Dolce Vita, muerta, muerta de sobredosis, entonces quiero que contéis a la prensa lo que habéis sabido en estos días de investigación.

Era el momento de Bienzobas. Seguía sin mirarles, sobre todo porque había sacado un cuaderno del bolsillo de un pantalón que había sido militar y para consultar sus apuntes tenía que rozarlos con las pupilas, pero ninguno de los asistentes expresó impaciencia alguna, como si la cosa hubiera pasado a buenas manos y en cuanto Bienzobas coordinara la vista con las notas, la reunión habría llegado a su cenit.

– En Barcelona a tantos de tantos de tantos… La fecha se pondrá en su día y aquí viene el resultado de muchas horas de trabajo, en las distintas zonas de Barcelona aquí tan dignamente representadas.

Por fin el cerebro y los ojos de Bienzobas habían encontrado el punto de partida. Sus compañeros se sentaron al pie de la higuera y empezó su discurso.

25. LA ABOGADA DE OFICIO

Bienzobas tenía la oratoria eficaz y la gesticulación condicionada por el total esfuerzo de que el cuaderno no se le despegara de los ojos. No soportaba que se le recomendara ponerse gafas, sobre todo desde que en una reyerta le habían roto las que mejor le habían ido en su vida, encontradas en un contenedor del paseo de Gracia. Las gafas estropean la vista, sostenía, y las graduadas aún peor, porque las hacen mal ex profeso, para que gastes en óptico y en oftalmólogo. Así que se pegó el papel a los ojos e improvisó un resumen en función de los datos en presencia.

– Lo más productivo ha sido lo de las basuras. Hemos examinado las que hemos podido, dentro del circuito que nos señalaste, Cayetano. Las de Vía Layetana nos han demostrado que esa gente no escarmienta y hay notas del jefe en las que comenta las relaciones con un tal Aquiles y los riesgos de recomponer operativos paralelos hispano-argentinos. Es el borrador de una nota que envía al delegado del gobierno de España. De los restos dejados por el llamado Aquiles en el hotel Juan Carlos se ha hecho cargo la hija del Careto, que está allí de limpiamierdas de lujo. También tenemos las llamadas desde el hotel de Aquiles a Argentina. Se le ha seguido en sus conexiones con los chulais de la cabeza rapada y la moto. Lo del detective privado eso ha sido mascao. Le desparrabaron el despacho y dedicamos a tres compañeros a hacer el inventario de las virutas. De ese percha lo sabemos todo, también de su pinche y de una tal Charo, que era puta de teléfono y ahora está en Andorra de recepcionista, enchufada por un alto cargo de la Generalitat. Olavarría y Osorio, van detrás del gordo como los sobrinos del pato Donald detrás del pato Donald. En cuanto a la Samuelson, se ha dado puerta con el artista de la Villa Olímpica y están escondidos en una casa de Vallvidrera de la que sólo salen papeles escritos en latín y declaraciones de renta y potes que huelen a lomo adobado. Bref, como se dice en francés, dispones, Cayetano, de un triángulo de evidencias que es la rehostia: el argentino Aquiles, la cúpula político-policial y los fachas musculitos cabezas rapadas. Por sus desperdicios les conoceréis.

– Bien, muy bien, lo de siempre -había tomado la palabra Reme-. ¿Y ahora qué? ¿Los desperdicios son pruebas? ¿Qué juez admitirá las basuras como pruebas?

– No hacen otra cosa -opuso Bienzobas.

– Imaginemos que Cayetano se traga el marrón. ¿Cómo vehiculamos esa información?

Cayetano carraspeó y se sacó un papel de barba redoblado, lo desplegó, su boca desdentada anunció:

– Aquí está todo por escrito y en papel de barba y con una póliza de tres pesetas.

– ¿Por qué de tres pesetas?

– Porque levanté una partida de pólizas de tres pesetas descoloridas, de mal enganchar, del container aquel de Rambla Cataluña, el de delante del notario.

– Lo que no tenga ése.

La Reme y Cayetano caminaron juntos hasta el parking de la Garduña, allí la mujer se metía en la Boquería en busca de sardinas rotas que le guardaba una pescadera para sus gatas. Insistía la Reme en que lo primordial era Organización, Organización y Organización, siempre y cuando la organización respondiera a un Programa, Programa, Programa, porque un día u otro los mendigos deberían pasar por una fase constituyente.

– De cualquier moco te hacen una ONG. ¿Por qué no nosotros?

La Reme había militado en un partido más comunista que el comunista y se le notaba, pensaba Cayetano mientras se acercaba al lugar de la detención, donde guardaba el carrito con sus bienes, lugar conocido también por Lifante. Allí estaban esperándole como buitres convocados por el olor a carroña. Le dijeron las chorradas de siempre, con la sorna de siempre y se sorprendieron cuando Cayetano dijo muy serio:

– Como es una detención y además reiterativa, exijo la presencia de mi abogado de oficio.

Si es de oficio es que no tienes abogado, por lo tanto no es correcto decir mi abogado de oficio.

Bienzobas tenía la oratoria eficaz y la gesticulación condicionada por el total esfuerza de que el cuaderno no se le despegara de los ojos.

Ya en comisaría, Lifante introducía las precisiones lingüísticas, mientras Celso Cifuentes canturreaba a veces y otras gritaba:

– ¡Marchando, un abogado de oficio!

Llegó el abogado que era abogada. Rubita, tan joven que iba con el carnet de identidad en la boca, tan tímida que apretaba el bolso con las dos manos, no fueran a robárselo los policías; tan blanca que parecía víctima de los peores soles de los peores barrios de la ciudad y tenía una voz de campanita de cristal, en fin, pensó Cayetano, de buten, de buten, al comprobar el efecto sedante que la muchacha provocaba en los policías. Pidió permiso para sincerarse con su abogada de oficio y Lifante le dejó hacer.

– Habla. Habla. Todo está más claro que el agua.

Era respeto y miedo lo que la muchacha sentía por aquel sucio andrajo antropomórfico, sin dientes y con los ojos enrojecidos por el sueño y la malicia.

– Señorita, quieren que me coma un marrón.

– Ni marrones, ni hostias.

Dijo la rubita con determinación pero patinando en la segunda ese de hostias, como si no soliera emplear la palabra.

– ¿Cómo se llama Vd.?

– Cayetano Álvarez del Pas y Ruiz Urdiales. ¿Y usted, señorita, su gracia?

– Margarita González.

– A Vd. la tengo vista yo por Nou Barris.

– Vivo allí con mis padres.

Cayetano se tocó los codos y le guiñó un ojo.

– Yo conozco a media Barcelona, porque yo les veo a Vds. y Vds. o no me ven o no quieren verme, ¿comprende, señorita? Durante una época me dediqué a lo de pedigüeño moribundo, con un perrito dormido y un cartelón donde decía ¡Tengo hambre! Los perritos excitan la piedad de la gente, más que nosotros. Un buen perro patético, de esos de ojos grandes y tristes, es una mina. Pero yo quería decirle, señorita, que mientras te haces el longuis puedes observar la reacción de la gente, llegas a conocerles y memorizas muchos rostros. Con que de Nou Barris ¿eh? Una hija del pueblo, se lo ha ganado todo a base de codos. Me gusta. Siga mi juego, señorita. De hijo del pueblo a hija del pueblo, no se escandalice, no se asuste por nada, que Cayetano tiene muchas noches al sereno sobre sus espaldas y al sereno es como se conoce el sentido de la vida, señorita. Vd. debe tener amigos en la prensa. Periodistas jóvenes, de su edad, sin malear. ¿Puede movilizarlos? Los vagabundos no tenemos prensa.


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