– Bellefleur…

Me estaba aplastando.

– Bill-dije, con voz chirriante por el miedo. Soltó su presa de inmediato.

– Perdóname -dijo con formalidad.

– Tengo que irme a la cama -añadí-. Estoy realmente agotada, Bill.

Me dejó sobre la grava sin apenas una sacudida. Me miró.

– Les dijiste a todos esos vampiros que te pertenecía-dije.

– Sí.

– ¿Qué significa eso exactamente?

– Significa que si tratan de alimentarse de ti, los mataré – explicó-, significa que eres mi humana.

– Debo decir que me alegra que lo hicieras, pero no estoy muy segura de lo que conlleva ser tu humana-dije con cautela-. Y no recuerdo que me preguntaran si me parecía bien.

– Sea como sea, es probable que sea mejor que ir de fiesta con Malcolm, Liam y Diane.

No estaba dispuesto a darme una respuesta directa.

– ¿Vas a llevarme a ese bar?

– ¿Cuándo es tu siguiente noche libre?

– Dentro de dos noches.

– Entonces al anochecer. Yo conduzco.

– ¿Tienes coche?

– ¿Cómo crees que llego a los sitios si no? -tal vez hubiese una sonrisa dibujada en su resplandeciente rostro. Se giró y se adentró en el bosque. Dijo por encima del hombro-: Sookie, déjame en buen lugar.

Me quedé allí con la boca abierta.

¡Que lo dejara en buen lugar!

4

La mitad de los clientes habituales de Merlotte's creían que Bill había tenido que ver con las marcas en los cuerpos de las fallecidas. El otro cincuenta por ciento pensaba que algunos de los vampiros de otro pueblo o ciudad más grande habían mordido a Maudette y a Dawn cuando iban de copeo, y que se merecían lo que les había pasado por querer irse a la cama con chupasangres. Algunos creían que las chicas habían sido estranguladas por un vampiro, y otros que simplemente habían proseguido su promiscua vida sexual hasta acabar de mala manera.

Pero aparte de eso, todos los que venían al bar estaban preocupados porque otra mujer pudiera ser asesinada. Perdí la cuenta de las veces que me dijeron que tuviera cuidado, que vigilara a mi amigo Bill Compton, que cerrara con llave la puerta y no dejara entrar a nadie en casa… Como si fueran cosas que no hiciera ya de por sí.

Jason se convirtió en blanco tanto de la conmiseración como de las sospechas, por haber tenido "citas" con ambas mujeres. Cierto día vino a nuestra casa y se lamentó largo y tendido, mientras la abuela y yo tratábamos de empujarlo a que prosiguiera -con su trabajo como haría un hombre inocente. Pero por primera vez (que yo recordara) mi atractivo hermano estaba de verdad preocupado. Por supuesto, no me alegraba que se viera en problemas, pero tampoco llegaba a lamentarlo del todo. Sé que eso fue mezquino y ruin por mi parte. No soy perfecta.

Soy tan imperfecta que, a pesar de la muerte de dos mujeres a las que conocía, me pasé una buena parte del tiempo preguntándome qué quería decir Bill con lo de que lo dejara en buen lugar. No tenía ni idea de lo que constituía el atuendo adecuado para visitar un bar de vampiros, y no estaba dispuesta a vestirme con una especie de disfraz estúpido, como se decía que hacían algunos asiduos a dichos bares. Y desde luego, no conocía a nadie a quien preguntar. Tampoco era lo bastante alta o esbelta como para ponerme un vestido de licra como el que había visto a la vampira Diane.

Al final saqué un vestido del fondo del armario, uno que había tenido pocas ocasiones de llevar. Era un atuendo para una cita especial, siempre que desearas conseguir la atención personal de tu acompañante. Tenía un corte bajo y cuadrado en el cuello y carecía de mangas. Estrecho y blanco, la tela tenía repartidas algunas brillantes flores rojas con largos tallos verdes. Así vestida, destacaba mi bronceado y me resaltaban las tetas. Me puse unos pendientes de esmalte rojo y zapatos de tacón alto muy sexys, a los que añadí un monedero rojo de paja. Me retoqué con maquillaje suave y dejé que mi largo pelo ondulado cayera por mi espalda.

La abuela se quedó asombrada cuando me vio salir del cuarto.

– Cariño, estás preciosa -dijo-. Pero, ¿no tendrás algo de frío con ese vestido?

Sonreí.

– No, señora, no creo. Hace bastante bueno al aire libre.

– ¿Y no quieres ponerte un bonito suéter blanco encima de eso?

– No, me parece que no -respondí riéndome. Ya había apartado lo suficiente de mi cabeza a los otros vampiros y me parecía que tener aspecto sexy volvía a ser positivo. Me sentía bastante excitada ante la perspectiva de volver a tener una cita, aunque más o menos le había contado a Bill que se trataría de una especie de misión para descubrir lo ocurrido. También intenté olvidarme de eso, para poder disfrutar de la ocasión.

Sam me llamó para decirme que mi cheque estaba listo. Me preguntó si podía ir a recogerlo, que era lo que solíamos hacer cuando no me tocaba trabajar al día siguiente. Me acerqué con el coche hasta Merlotte's, un poco nerviosa por entrar en el bar tan arreglada.

Pero cuando crucé por la puerta, recibí el premio de un instante de asombrado silencio. Sam se encontraba de espaldas a mí, pero Lafayette estaba mirando a través de la ventanilla y Rene y JB estaban en el bar. Por desgracia también estaba mi hermano, Jason, que se quedó con los ojos como platos cuando se giró para ver qué estaba mirando Rene.

– ¡Tienes buen aspecto, muchacha! -gritó Lafayette con entusiasmo-. ¿De dónde has sacado ese vestido?

– Oh, hace muchísimo que guardo esta cosa-dije bromeando. Él se rió.

Sam se giró para ver de qué hablaba Lafayette, y él también me miró con ojos atónitos.

– Cielo santo-dijo, soltando el aliento. Me acerqué a él para pedirle el cheque, sintiéndome bastante cohibida-. Pasa al despacho, Sookie-me indicó. Lo seguí hasta su pequeño cubículo en el almacén. Rene me dio un semiabrazo al pasar junto a él y JB me besó en la mejilla.

Sam revolvió los montones de papeles que tenía encima del escritorio, y al fin sacó mi cheque. Aunque no me lo entregó de inmediato.

– ¿Vas a algún sitio en especial? -me preguntó, casi a regañadientes.

– Tengo una cita-dije, tratando de que sonara como si fuera de lo más normal.

– Estás magnífica-dijo Sam, y lo vi tragar saliva. Tenía los ojos ardientes.

– Gracias. Emm, Sam, ¿puedo coger mi cheque?

– Claro. -Me lo entregó y yo lo guardé en el bolso.

– Entonces adiós.

– Adiós. -Pero en vez de indicarme que me fuera, Sam se acercó a mí y me olfateó. Puso la cara cerca de mi cuello e inhaló. Sus brillantes ojos azules se cerraron brevemente, como si estuviera analizando mi olor. Exhaló con suavidad; sentí sobre mi piel su cálido aliento.

Salí por la puerta y dejé el bar, asombrada y llena de curiosidad por el comportamiento de Sam.

Cuando regresé a casa, había un coche que me resultaba desconocido estacionado delante, un Cadillac negro que brillaba como el cristal: el coche de Bill. ¿De dónde sacaban los vampiros el dinero para comprarse esos coches? Sacudí la cabeza y cubrí los escalones del porche hasta entrar en la casa.

Dentro, Bill se giraba expectante hacia la puerta, sentado en el sofá mientras charlaba con la abuela. Esta se acomodaba en el brazo de una vieja silla llena de trastos. Cuando Bill me vio, supe que me había excedido, se puso muy enfadado. Su rostro permaneció bastante sereno, pero sus ojos despidieron llamas y torció los dedos como si estuviera recogiendo algo con ellos.

– ¿Te parece bien? -le pregunté nerviosa. Sentí que la sangre se me subía a las mejillas.

– Sí -respondió él al fin. Pero su pausa había sido lo bastante larga como para enfurecer a mi abuela.

– Cualquiera con algo en la sesera tendrá que admitir que Sookie es una de las chicas más guapas que hay por aquí-dijo, con una voz en apariencia amable pero dura en el fondo.

– Oh, desde luego -reconoció Bill, pero su voz carecía de inflexión, lo cual resultaba significativo.


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