Dejó la tele sobre el escritorio y la enchufó. Iba a regresar al salón para coger la cinta y la carpeta cuando vio a Buddy bajando la escalera con el vídeo en la mano y hojeando el expediente.

– Eh, Buddy…

– Está como un cabra, tío.

McCaleb estiró el brazo y cerró la carpeta, y a continuación cogió la cinta de la mano de su socio y compañero de pesca.

– Sólo estaba echando un vistazo.

– Te he dicho que es confidencial.

– Sí, pero ya sabes que trabajamos bien juntos.

Era cierto que, por casualidad, Lockridge había sido de gran ayuda para McCaleb cuando éste investigó la muerte de la hermana de Graciela. Pero eso había sido una investigación de calle activa. Esta vez sólo se trataba de revisar una documentación y no necesitaba a nadie mirando por encima de su hombro.

– Esto es distinto, Buddy. Es cuestión de unas horas. Sólo voy a echar un vistazo y ya está. Ahora deja que empiece a trabajar. No quiero pasarme aquí toda la noche.

Lockridge no dijo nada y McCaleb no esperó. Cerró la puerta del camarote de proa y se volvió hacia el escritorio. Al bajar la mirada hacia el expediente sintió un estremecimiento unido a la familiar sensación de terror y culpa.

McCaleb sabía que era el momento de sumergirse de nuevo en la oscuridad, de explorarla y conocerla, porque sólo así podría atravesarla. Asintió con la cabeza, aunque estaba solo. Era una manera de reconocer que había estado mucho tiempo esperando ese momento.

3

La imagen del vídeo era clara y estable, la iluminación buena. Los aspectos técnicos de la grabación de la escena de un crimen habían mejorado mucho desde sus días en el FBI. El contenido era el mismo. La cinta que McCaleb estaba mirando mostraba el retablo crudamente iluminado de un asesinato. Finalmente congeló la imagen y la examinó. El camarote estaba en silencio, y la única intrusión del exterior era el suave batir del mar contra el casco del barco.

En el centro de la pantalla se hallaba el cuerpo desnudo de un hombre que había sido atado con cuerda de empacar. Tenía los brazos y las piernas firmemente sujetas detrás del torso, hasta tal extremo que la postura del cadáver parecía el reverso de la posición fetal. El cuerpo estaba boca abajo sobre una moqueta vieja y sucia. La cámara enfocaba el cadáver demasiado de cerca para determinar en qué clase de sitio había sido hallado. McCaleb suponía que la víctima era un hombre basándose sólo en la masa corporal y la musculatura, porque un cubo de fregar gris colocado sobre la cabeza impedía ver la cara. Un trozo de cuerda ataba los tobillos de la víctima, le subía por la espalda, pasaba entre los brazos y por debajo del reborde del cubo, donde estaba enrollado al cuello. A primera vista daba la sensación de que era una ligadura de estrangulación en la cual la palanca de piernas y pies tensaba la cuerda en torno al cuello de la víctima, causándole asfixia. En efecto, la víctima había sido atada de tal modo que en última instancia se había provocado su propia muerte al ser incapaz de mantener las piernas flexionadas en una posición tan antinatural.

McCaleb continuó con su examen de la escena. Una pequeña cantidad de sangre se había derramado sobre la moqueta desde el cubo, lo cual indicaba que iba a ver alguna herida en la cabeza cuando se retirara el cubo.

McCaleb se arrellanó en su vieja silla de escritorio y reflexionó sobre su primera impresión. Todavía no había abierto el expediente. Prefería ver en primer lugar la cinta a fin de estudiar la escena del crimen de la forma más parecida posible a como lo habían hecho los investigadores originalmente. Ya estaba fascinado por lo que estaba observando. Advirtió la implicación del ritual en la escena de la pantalla del televisor. También sintió la descarga de adrenalina en la sangre. Pulsó el botón del mando a distancia y el vídeo continuó reproduciéndose.

El ángulo de visión se amplió cuando Jaye Winston entró en el encuadre. McCaleb vio una parte más grande de la habitación y observó que se trataba de una casa o apartamento pequeño y escasamente amueblado.

Por pura coincidencia, Winston iba vestida con el mismo conjunto que en su visita de esa mañana. Llevaba puestos guantes de látex que se había subido por encima de los puños del blazer. La placa de detective colgaba de un cordón atado alrededor del cuello. Winston se situó a la izquierda del cadáver mientras su compañero, un detective que McCaleb no reconoció, se movía hacia la derecha. Por primera vez se escuchó una conversación.

– La víctima ya ha sido examinada por un ayudante del forense y cedida para la investigación de la escena del crimen -dijo Winston-. La víctima ha sido fotografiada in situ. Ahora vamos a proceder a quitar el cubo para continuar con el examen.

McCaleb sabía que Winston estaba eligiendo cuidadosamente sus palabras y actitud con el futuro en mente, un futuro que podría incluir un proceso por asesinato en el que un jurado vería la cinta de la escena del crimen. Tenía que mostrarse profesional y objetiva, completamente desapegada emocionalmente de lo que estaba descubriendo. Cualquier desviación de esta postura podía ser aprovechada por un abogado defensor para pedir la retirada del vídeo del catálogo de pruebas.

Winston se recogió el cabello detrás de las orejas y luego colocó ambas manos en los hombros de la víctima. Giró el cadáver con la ayuda de su compañero, de manera que el cuerpo quedó de espaldas a la cámara.

Entonces la cámara enfocó el hombro de la víctima y se aproximó, al tiempo que Winston retiraba con suavidad el asa del cubo de la barbilla del hombre y procedía a levantarlo cuidadosamente para descubrir la cabeza.

– Bueno-dijo.

La detective mostró el interior del cubo a la cámara -la sangre se había coagulado en el interior- y a continuación lo puso en una caja de cartón para almacenar pruebas. Luego se volvió y miró a la víctima.

Habían enrollado cinta aislante gris alrededor de la cabeza de la víctima para formar una mordaza muy apretada en torno a la boca. Los ojos estaban abiertos e hinchados, a punto de salirse de sus órbitas. Había hemorragias en ambas córneas y la piel que rodeaba los ojos también estaba roja.

– PC -dijo el compañero, señalando los ojos.

– Kurt -dijo Winston-. Hay sonido.

– Perdón.

Estaba diciéndole a su compañero que se ahorrase las observaciones. De nuevo, estaba salvaguardándose de cara al futuro. McCaleb sabía que Kurt había reparado en la hemorragia, o petequias conjuntivas, que siempre acompañaban a una muerte por estrangulación. Aun así, la observación tenía que realizarla un forense al jurado, no un detective de homicidios en la escena del crimen.

La sangre había apelmazado el pelo algo largo de la víctima y se había acumulado en la parte del cubo en contacto con la mejilla izquierda. Winston empezó a mover la cabeza del cadáver y pasar los dedos por el cabello en busca del origen de la sangre. Al final encontró la herida en la coronilla. Retiró el pelo al máximo para verla.

– Barney, haz un primer plano de esto si es que puedes -dijo.

La cámara se acercó. McCaleb vio una herida pequeña y circular que no parecía perforar el cráneo. Sabía que la cantidad de sangre no siempre tenía relación con la gravedad de la herida, incluso heridas sin importancia en el cuero cabelludo podían derramar gran cantidad de sangre. En cualquier caso el informe de la autopsia le proporcionaría una descripción exhaustiva de la herida.

– Barn, graba esto -dijo Winston desviándose levemente del anterior tono monocorde-. Parece que hay algo escrito en la cinta que hace de mordaza.

Ella lo había observado al manipular la cabeza. La cámara se acercó. McCaleb distinguió unas letras ligeramente marcadas en la cinta aislante, allá donde ésta cruzaba la boca. Las letras parecían escritas en tinta, pero el mensaje estaba tapado por la sangre. McCaleb logró leer lo que parecía una palabra del mensaje.


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