El capitán de la otra nave inclinóse sobre la barandilla de su puente e hizo un brusco movimiento con la mano, como si cortase algo en el vacío. Las espinas de su casco parecían querer clavarse en el Telurio que se encontraba a algunos metros más abajo de la nave blanca. Luego, el capitán levantó los dos brazos y fue bajándolos a cierta distancia el uno del otro, como si enseñase dos planos paralelos.
Mut Ang repitió este movimiento, y entonces el capitán de la nave blanca alzó una mano en señal de muda salutación, giró sobre los talones y desapareció en el negro boquete. Sus compañeros le siguieron.
— Retirémonos también nosotros — dijo Mut Ang, moviendo la palanca de descenso.
La escotilla se cerró sobre ellos antes de que Afra tuviese tiempo de contemplar el magnífico esplendor de las estrellas en la negrura del espacio, cosa que le producía especial deleite. Encendiéronse las luces de la cámara de la esclusa y empezó a oírse un leve resoplar de las bombas, primer indicio de que el aire había adquirido la densidad de la atmósfera terrena.
— ¿Vamos a levantar paredes aislantes y luego unir las galerías? — preguntó Yas Tin en cuanto se hubo desembarazado del casco.
— Sí — repuso Mut Ang—. Eso es lo que quería decirnos el capitán de aquella nave. Lo trágico está en que ellos no pueden existir sin flúor, un gas sumamente deletéreo para nosotros. En cambio nuestro oxígeno les produce a ellos un efecto letal. Muchos de nuestros materiales, pinturas y metales, que son indeteriorables en una atmósfera de oxígeno, pueden sufrir la acción corrosiva de la respiración de esos seres. En lugar de agua, ellos tienen ácido fluorhídrico, el mismo que, en nuestra Tierra, corroe el vidrio y ataca todos los siliciuros. Tendremos, pues, que alzar una pared transparente refractaria al efecto del oxígeno, y ellos, a su vez, deberán erigir una de sustancias resistentes al flúor. Bueno, vamos; no perdamos tiempo. Seguiremos discutiendo mientras hacen la pared.
El suelo azul opaco de la cámara de extinción, que separaba los camarotes de los tripulantes de la sala de máquinas del Telurio, se vio transformado en un laboratorio químico. Allí se fundió una gruesa plancha de un plástico de transparencia cristalina, para cuyo efecto utilizábanse unos componentes traídos de la Tierra, y luego se procedió a la cementación de la misma al calor de unos tapices especiales. Como se ve, un obstáculo inesperado había hecho imposible el contacto directo de los hombres de la Tierra con los llegados de otro planeta.
La nave blanca no daba señales de vida, a pesar de encontrarse bajo constante observación.
En la biblioteca del Telurio, el trabajo bullía. Los expedicionarios seleccionaban películas en relieve, grabaciones magnéticas de vistas de la Tierra, reproducciones de las mejores obras de arte. Preparábanse a toda prisa diagramas y cuadros gráficos de las funciones matemáticas, esquemas de la estructura cristalina de las sustancias más comunes de la Tierra, otros planetas y el Sol. Arreglaron una pantalla estereoscópica de grandes dimensiones, y en una funda refractaria al flúor metieron el aparato sonoro que reproducía la voz humana sin la más leve deformación.
Durante los breves intervalos para la comida y el descanso, los astronautas discutían sobre la extraña atmósfera que envolvía el planeta de donde habían llegado aquellos raros viajeros.
En el planeta desconocido el ciclo de transformación de las substancias debía ser parecido al de la Tierra donde aprovechando la energía radiada por el sol, habíase hecho posible la vida y la acumulación de energía en lucha contra la entropía. Un gas activo libre — fuera oxígeno, flúor o cualquier otro— podía acumularse en la atmósfera sólo como resultado de las funciones vitales de las plantas. La vida animal, incluida la humana, consumía el oxígeno o el flúor en combinación con el carbono, componente básico tanto de los animales como de las plantas.
El océano del planeta desconocido estaría compuesto, al parecer, de un líquido fluorhídrico, que los vegetales descompondrían bajo los efectos de la energía de su sol — lo mismo que las plantas de la Tierra el agua (hidrógeno oxigenado)— para dejar libre el flúor. Este, en mezcla con el nitrógeno, sería respirado por hombres y animales, quienes recibirían energía de la combustión de los hidratos de carbono en flúor y exhalarían fluoruro de carbono y fluoruro de hidrógeno.
Este tipo de metabolismo proporcionaría un 50% más de energía que el basado en el oxígeno. Nada tenía de extraño, por lo tanto, que este metabolismo hubiera permitido el desarrollo de las formas superiores de vida. Pero examinadas las cosas desde el punto de vista dialéctico, la gran actividad del flúor — mayor que la del oxígeno— requería una radiación solar más intensa. Para que la energía solar pudiese desintegrar la molécula del fluoruro de hidrógeno en el proceso de la fotosíntesis de las plantas, no hacían falta los rayos del sector de luz amarilla verde, como para el agua, sino rayos de mayor intensidad, o sea azules y violetas. Por lo visto, el sol del planeta desconocido era un astro azul de temperatura sumamente elevada.
— ¡Qué contradicción! — dijo Tey Eron, que acababa de regresar del taller—. El fluoruro de hidrógeno se transforma muy fácilmente en gas.
— Sí. A una temperatura de veinte grados sobre cero — repuso Kari, tras de consultar un manual.
— ¿Cuál es el punto de congelación?
— Ochenta bajo cero.
— Por consiguiente, en ese planeta debe de prevalecer el frío. Y eso no concuerda con la hipótesis de la estrella azul de temperatura excesivamente elevada.
— ¿Por qué no? — replicó Yas Tin—. Su órbita podrá estar muy distante de ella. Sus océanos podrán encontrarse en las zonas polares del planeta o en las de clima moderado. O bien...
— Es posible que existan aún muchas razones — dijo Mut Ang—. Pero, sea como sea, tenemos ante nosotros una astronave llegada de un planeta cuya atmósfera contiene flúor, y pronto conoceremos todos los pormenores de su vida. Ahora, lo más importante es comprender que el flúor constituye un elemento muy raro en el Universo. Aunque las últimas investigaciones han revelado que el flúor, por su grado de difusión, no ocupa el cuadragésimo lugar, sino el decimoctavo, nuestro oxígeno es el tercero de los elementos más comunes, después del hidrógeno y del helio; le siguen, por números de átomos, el nitrógeno y el carbono. Otro sistema de cálculos demuestra que en el mundo hay doscientas mil veces más oxígeno que flúor. Y eso significa únicamente que en el Cosmos hay poquísimos planetas con abundancia de flúor, y que los rodeados de una atmósfera fluórica — es decir, que las plantas durante su larga existencia han cargado de flúor la atmósfera— constituyen una verdadera excepción de la regla.
— Ahora comprendo el gesto de desesperación del capitán — dijo Afra Devi—. Buscan a seres semejantes a ellos. Por eso ha debido de ser muy grande su decepción.
— Eso demuestra que ellos llevan ya mucho tiempo buscando, y además que se han encontrado ya en su camino con otros seres racionales...
— ¡Sin duda! — corroboró Afra—. Con seres que respiran oxígeno como nosotros.
— Pero pueden haber también otros tipos de atmósferas — replicó Tey Eron—. Por ejemplo: una atmósfera saturada de cloro, o de azufre, o de hidrógeno sulfurado.
— ¡En esas atmósferas no pueden desarrollarse las formas superiores de vida! — exclamó Afra con aire triunfal—. Pues, en el metabolismo, producen de tres a diez veces menos energía que el oxígeno, ¡nuestro poderoso y vivificante oxígeno terreno!
— Eso no reza para el azufre, que, en cuanto a producción de energía, es equivalente al oxígeno — objetó Yas Tin.
— ¿Se refiere usted a una atmósfera de anhídrido sulfuroso y un océano de azufre líquido? — preguntó Mut Ang, a lo que el ingeniero Yas Tin asintió con la cabeza.
— Pero en tal caso el azufre no sustituye al oxigeno, sino al hidrógeno de nuestra Tierra — dijo Afra, frunciendo el ceño— , es decir, ¡al elemento más común del Universo! Dudo de que el azufre, dada su rareza, pueda ocupar el lugar que le corresponde al hidrógeno. Está claro que una atmósfera de este género será un fenómeno aún más raro que la fluórica.