Riordan tomó nota.
– ¿Qué es eso? -inquirió.
Lassiter suspiró.
– Es un programa de radio de Minnesota.
Riordan se quedó mirándolo fijamente.
– Lo que quiero decir es que… ¿Qué quiere que le diga? Mi hermana llevaba una vida normal. Trabajaba en la radio pública. Trabajaba mucho. Toda su vida giraba en torno al trabajo y a su hijo. Su vida social consistía en ir a comidas del jardín de infancia y a reuniones de la Iglesia unitaria para padres y madres solteros. No se metía en la vida de nadie. No tenía enemigos.
– ¿Cómo puede estar tan seguro de eso?
Lassiter pensó en ello. No creía que Kathy le ocultara ningún secreto, pero no podía estar seguro.
– Teníamos una relación muy buena. Cuando nuestros padres murieron, Kathy tenía veinte años y yo quince.
– Sí, claro. El congresista. Lo recuerdo. Un accidente de avión.
– De helicóptero.
– Una tragedia -dijo Riordan de forma automática – ¿Heredó mucho dinero? Me he estado preguntando cómo podía pagar una casa tan cara.
– Mi padre consiguió gastarse la mayoría del dinero de mi madre, pero, aun así, heredamos un par de cientos de miles de dólares. Kathy era bastante frugal. Y era buena inversora. Cuando nació Brandon, vendió el apartamento del centro y se mudó a las afueras.
– ¿A quién le ha dejado su dinero? Lo que quiero decir es que… -Riordan movió las dos manos en el aire. -Todavía no hemos hablado de ese tema.
Lassiter era el albacea de Kathy. Movió la cabeza de un lado a otro.
– Podría enseñarle el testamento, pero no merece la pena. Se lo dejaba todo a Brandon. Si él moría antes que ella, o si morían al mismo tiempo, todo el dinero iría a fondos benéficos.
Riordan seguía apuntando cosas en su cuaderno.
– ¿Qué tipo de fondos benéficos?
– El colegio de Valley Drive, la universidad en la que estudió, Greenpeace…
– ¿Y a usted no le dejaba nada?
– Sólo algunos objetos personales. Fotos familiares y otras cosas por el estilo. Nada que sobreviviera al fuego.
Riordan parecía decepcionado.
– ¿No había ningún hombre en su vida?
– Ya hace algunos años que no.
– ¿Y el niño? ¿Recibía una pensión del padre?
– No.
– ¿Por qué no?
– No tenía padre.
Riordan parpadeó.
– Pero… ¿Cómo…? ¿Está muerto?
– No.
Riordan se rió como un niño.
– Explíqueme eso… y puede irse.
– Le estaba sonando «el reloj biológico». Así es como lo describía ella. Y como no había ningún hombre en su vida… Bueno, ella decía que no le hacía falta ninguno.
De hecho, Kathy no lo había dicho de una manera tan directa. Le había hablado de su intención de convertirse en madre el día que cumplió treinta y siete años. Él la había invitado a pasar la noche en una coqueta pensión en el campo. Durante la cena bebieron bastante. Por lo general, Kathy no bebía mucho, pero esa noche, después de una copa de jerez, un poco de Dom Pérignon y un Armagnac, los efectos del alcohol resultaban patentes en ella. Estaba sentada delante de él, con una sonrisita pícara en los labios, jugando con la salsa de frambuesa que era todo lo que quedaba de su cœur de créme. De repente, levantó la cabeza y lo miró fijamente. Bebió un último sorbo de Armagnac y dejó la copa sobre la mesa.
– Es la última copa que voy a beber en bastante tiempo.
Lassiter no entendía lo que quería decir. El alcohol nunca había sido uno de los problemas de Kathy.
– ¿Te ha dado por la vida sana?
– En cierto modo. -Kathy acarició el borde de la copa con un dedo hasta conseguir que sonara. Después apartó el dedo y sonrió. – ¿Qué pensarías si te dijera que estoy pensando quedarme embarazada? -dijo al tiempo que se sonrojaba.
Él dudó un momento. No quería decir nada sobre sus fracasos anteriores con Murray, ni sobre su batalla adolescente contra la anorexia, cuando se consumió hasta los treinta y dos kilos. Según dijeron entonces los médicos, su sistema reproductor podía haber quedado dañado de forma permanente.
– Te preguntaría quién es el afortunado. Y después te echaría la bronca por no habérselo dicho antes a esta mitad de la Alianza.
Enfrente de él, Kathy chupó los dientes del tenedor.
– ¿Y si te dijera que no hay ningún afortunado?
– Te diría que algo falla en tu plan.
Kathy soltó una risita.
– No es que sea difícil conseguir que te follen, claro -dijo, -pero ¿sin protección? ¿Con los tiempos que corren? ¿Y en el momento exacto? Además, si lo consiguiera, puede que el tío se pusiera pesado, que me demandara ante los tribunales para compartir la custodia, o algo así. Puede que hasta quisiera mudarse a mi apartamento. Créeme, los hombres pueden ser una auténtica pesadez. Pero, por suerte, estamos en los noventa; hay otras maneras de quedarse embarazada.
– Espera un momento. ¿Me estás diciendo…?
Ella asintió.
– Sí. Tengo una cita mañana. De hecho, esta vez sólo he quedado para hablar, para que me expliquen el procedimiento.
Al principio, Lassiter no aprobó el repentino entusiasmo de Kathy por la maternidad, aunque intentó que su hermana no lo notara. Kathy era tan impaciente, tan poco sociable… No podía imaginársela como madre. Pero, al final, su instinto había demostrado tener razón; hicieron falta cuatro años y una serie de costosas y dolorosas decepciones, pero mereció la pena. La maternidad la transformó por completo, liberándola de ese carácter introvertido que la había caracterizado desde niña. Lassiter no creía que fuera por el amor absoluto e incondicional que Brandon sentía por ella. Lo que pasaba era más bien que Kathy se había enamorado por primera vez: de su hijo.
Riordan se sonrojó. No lo podía creer.
– ¿Su hermana fue a… uno de esos sitios? ¿A una clínica de inseminación artificial? -Un gesto de desaprobación le contrajo la cara mientras movía la cabeza. Después miró a su alrededor con ademán furtivo y se inclinó hacia adelante para acercarse más a Lassiter. – ¿Sabe?, como no tengamos cuidado las mujeres van a acabar por hacerse con las riendas. No, no. No se ría. Lo digo en serio. Acabaremos como los putos zánganos.
Lassiter se dio cuenta de que debía de parecer sorprendido, porque Riordan se sintió obligado a explicarse.
– Zánganos -dijo al tiempo que asentía con un ademán exagerado. -Las abejas no pueden sobrevivir sin ellos, pero ¿qué sacan ellos? Se lo voy a decir: cuando llega el invierno, las abejas los echan a patadas de la puta colmena y ellos se mueren de frío. -Riordan hizo una pausa y asintió sensatamente para sí mismo. -No me extrañaría nada que le acabara pasando lo mismo a la especie humana. -De repente, adoptó un gesto preocupado, como si hubiera hablado demasiado. -No es nada personal contra su hermana -murmuró. Después respiró hondo, como si la mera posibilidad fuera demasiado para él, y arrastró la silla hacia atrás. Se levantó y extendió la mano. -Gracias por venir -dijo.
– De nada. Le agradezco lo que está haciendo -contestó Lassiter. Se estrecharon las manos. -Lo siento si he estado…
– No pasa nada. Olvídelo. -Riordan parecía distraído. -No es que haya sido de gran ayuda. Me refiero a lo que me ha contado sobre su hermana. -La gran cabeza del detective se balanceó tristemente de un lado a otro. -No tengo nada que nos pueda servir. -Se rascó el brazo e hizo un pequeño y extraño movimiento para colocarse la pistola de forma más cómoda. -No es por amor, no es por dinero, no es por la familia. No sé qué pensar. Después de todo, puede que el tipo esté loco.
– ¿Le importa que le haga una pregunta? -dijo Lassiter.
Riordan se encogió de hombros dentro de su americana y se ajustó la corbata.
– Dispare.
– ¿Hizo alguna llamada Sin Nombre desde el hotel?
Riordan se dio unos golpecitos en la muñeca con un paquete de cigarrillos, sacó uno con los dientes y se palpó los bolsillos buscando unas cerillas. En cuanto salieron del edificio encendió el cigarrillo, aspiró con fuerza y echó una nube de humo hacia el cielo gris. Por fin dijo: