Permaneció un momento sentado, pensando en lo que iba a hacer. Como sus responsabilidades eran amplias y no estaban bien definidas, resultaba difícil reemplazarse a sí mismo, aunque sólo fuera temporalmente. Realmente, su cometido era hacer todo lo que fuera necesario para que las cosas funcionaran, y eso significaba encender fuegos y hacer de bombero al mismo tiempo. Podría decirse que hacía un poco de todo. O, mirándolo desde otro ángulo, podría decirse que hacía lo que le apetecía en cada momento. Y ¿cómo se delega algo así?

En la columna de «Trabajo» escribió «Bolton: todos los F y A» y, debajo, «Rifkin: todos los demás casos». Leo y Judy eran personas ambiciosas y tenían posiciones parejas en la empresa. Si le daba a uno más responsabilidades que al otro, este último se iría de la empresa. Incluso así, no bastaría con dividir los casos entre los dos. También había que ocuparse de las cuestiones administrativas, de la administración financiera, de los nuevos casos y de las relaciones con los clientes. Lassiter decidió que Bill Bohacker se encargara de todo ello. Bohacker trabajaba en la sucursal de Nueva York, pero podría hacer el trabajo perfectamente desde allí. Además, pensándolo bien, casi la mitad de las facturas de la empresa se enviaban a Wall Street.

«Bohacker: administración.»

Lo llamaría para que viniera a Washington el lunes. Si cogía uno de los primeros vuelos, podría estar en la oficina a las nueve, y los cuatro podrían reunirse para ultimar los detalles.

Encendió el ordenador, tecleó la clave de acceso de ese día y leyó el listado de casos de la oficina de Washington. Él sólo estaba involucrado directamente en dos de ellos, aunque, eso sí, los dos eran clientes muy importantes. Tendría que llagarlos y explicarles su ausencia. No creía que hubiera ningún Problema, pero, si lo había, les recomendaría que acudieran a Kroll; sin rencores.

Lassiter escribió dos notas en el lado izquierdo de la hoja:

«AFL-CIO (llamar a Uehlein)» y «American Express (llamar a Reynolds)». Estuvo pensando un rato y apuntó otro par de cosas. Después se levantó y se acercó a la ventana. En la calle, la nieve se estaba empezando a derretir. Una limusina derrapó a lo ancho de la avenida de Pennsylvania mientras los copos de aguanieve chocaban contra la ventana del despacho.

Volvió al escritorio, se sentó y miró el lado derecho de la hoja, el lado titulado «Investigación». Estaba en blanco. Con los ojos cerrados, se echó hacia atrás y pensó. ¿Por dónde empezar? ¿Se le habría pasado algo por alto a Riordan? Se pasó media hora sentado antes de escribir la primera palabra. La palabra que escribió fue «frasco».

La policía sólo había encontrado dos cosas en la ropa de Sin Nombre: un cuchillo grande y un frasco pequeño. La policía ya sabía todo lo que podía saberse sobre el cuchillo, pero no sabían nada sobre el frasco. Riordan había pedido que volvieran a analizar su contenido, pero tal vez también mereciera la pena investigar el frasco en sí. Parecía caro, o al menos poco común. Podía intentar conseguir unas fotos y pedirle a uno de sus investigadores que viera si podía averiguar algo.

Lo siguiente que escribió fue «Comfort Inn». Recordaba haberle preguntado a Riordan si Sin Nombre había hecho alguna llamada de teléfono desde el hotel, pero no recordaba haber obtenido ninguna respuesta. Lo más probable es que eso significara que Sin Nombre no había hecho ninguna llamada, pero merecía la pena asegurarse. Después de todo, pensó mirando la lista, tampoco es que tuviera muchas otras opciones.

CAPÍTULO 13

Un sonido insistente y un manto de sol cegador despertaron a Lassiter. La luz era tan brillante que tuvo que cerrar los ojos con todas sus fuerzas para huir de ella. Mientras tanto, el teléfono no paraba de sonar. Como un vampiro atrapado por el sol, Lassiter atravesó la habitación sin abrir los ojos. Encontró el teléfono, forcejeó con el auricular, se aclaró la garganta y consiguió decir:

– ¿Sí?

La persona que había al otro lado de la línea tardó unos segundos en contestar.

– ¿Te he despertado? -Era Riordan.

– No -mintió Lassiter de forma automática. No sabía por qué, pero siempre que lo despertaba una llamada de teléfono negaba que hubiera estado durmiendo. Aunque fueran las tres de la madrugada, se sentía culpable, como si el mundo esperara que estuviera constantemente alerta. Si quienquiera que llamase estaba despierto, ¿por qué no lo estaba él?

– ¿Seguro que no?

– Seguro. ¿Qué hora es?

– Las siete.

– Espera un momento.

Había habido un corte de luz el día anterior, y Lassiter se había olvidado de reprogramar el reloj que controlaba el mecanismo de las persianas de los grandes ventanales y los tragaluces. A través de los ventanales podía ver los árboles, con los troncos, las ramas y las hojas cubiertos de hielo; el sol se reflejaba en ellos con una intensidad dolorosa. Era como si una inmensa ola de luz solar se derramara sobre la habitación. Lassiter apretó una tecla en la pared y escuchó un murmullo metálico en el techo. Lentamente, la habitación se fue oscureciendo. Volvió a coger el teléfono.

– Dime.

– Me han apartado del caso.

– ¿Qué? ¿Por qué?

– Bueno, hay dos razones. Primero… ¿Estás seguro de que no te he despertado? A veces llamo demasiado…

– Sí, estoy seguro.

– Así que tú también eres madrugador. Igual que yo.

– Sí.

– Bueno, tal y como lo ven mis superiores, el caso está resuelto. Si dependiera de mí…

– ¿Cómo que el caso está resuelto?

Sé lo que vas a decir, pero es que, además, tenemos un doble homicidio en Annandale. Y una de las víctimas es un poli.

– Lo siento.

– Un chaval de veinticuatro años, un buen chaval. Era nuevo en el cuerpo. Paró a tomarse un café. -Riordan hizo una pausa. -El chaval tenía una hija de dos meses. Iba de camino a casa. Su mujer lo estaría esperando con la cena y, ¡zas!, se lo cargan mientras pide un café.

– Es horrible…

– Todavía no te he contado ni la mitad. La otra víctima es una tailandesa. Consiguió la nacionalidad norteamericana hace dos días. Estaba trabajando el día de Acción de Gracias. Cinco dólares ochenta y siete centavos la hora. Y ¡pim, pam, pum! Tres disparos en la cara. ¡Bienvenida a América! ¡Feliz día de Acción de Gracias! ¡Descansa en paz!

– Mira, Jim, entiendo lo que estás diciendo, pero…

– Y, además, me han invitado a dar una charla en un congreso, así que tengo que prepararla.

– ¿Un congreso?

– Sí. Es una de esas reuniones para fomentar las buenas relaciones entre los distintos países. Lo dirige la Interpol. En Praga. ¿Has estado alguna vez en Praga?

– Hace mucho tiempo. ¿De qué tienes que hablar?

– Estoy con un par de franchutes y un ruso. Me imagino que debo encajar en el perfil del típico policía norteamericano, o algo así. Tengo que hablar del «Trabajo de la policía en una sociedad democrática». Los checos no saben lo que es eso, ¿sabes? Al menos desde hace bastante tiempo.

– Qué interesante.

– En cualquier caso, hasta que vuelva, Andy Pisarcik se va a encargar de los últimos detalles del caso de tu hermana y de tu sobrino. Es un chico inteligente. Te voy a dar su teléfono.

Lassiter tenía ganas de discutir. Riordan era uno de los mejores detectives de homicidios del norte de Virginia. Pero Riordan no tenía capacidad para decidir a quién se le asignaba cada caso.

– ¿Te importa que te haga un par de preguntas, ahora que todavía estoy a tiempo?

– Depende -dijo Riordan sin comprometerse.

– Sin Nombre. ¿Te enteraste por fin de si había hecho alguna llamada desde el hotel?

Riordan vaciló unos instantes.

– La verdad, no lo sé… Déjame que lo compruebe. El Comfort Inn. Sé que pedí que lo comprobaran. Tengo todos los papeles aquí. Espera un momento. -Lassiter escuchó el ruido de unas hojas. -Sí, aquí está. Hizo una llamada. Llamó a Chicago. La llamada duró menos de un minuto. Eso es todo.


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