—O la guardó. ¡Quién sabe...!

—Tal vez; aunque no lo creo. Tu padre, al principio, se mostró muy desconfiado. Bertolozi era un hombre vengativo, cruel y traicionero... Cualquier cosa podía esperarse de él: la mayor mentira, la mayor infamia... Estoy bien seguro que después de su perdón aparente, atormentó a Gina hasta hacerla morir de pena. Y en cuanto a Juan...

—Puedo muy bien adivinar su horrible infancia. ¡Qué fácil es perdonar su rudeza y sus defectos sabiendo todo esto!

—Con cuánta razón temía tu madre que el saber todo esto te desarmara más frente a Juan, te quitara la poca voluntad de defenderte que puedas tener...

—¿Qué piensa usted que pueda hacer Juan contra mí?

—Yo no pienso, pero tu madre teme y tiene razón en temer. No quiero ni pensar lo que dirá cuando sepa todo esto.

—Yo hablaré con ella después de haber hablado con él... y acaso les dé a ella y a usted la sorpresa de comprobar que se equivocaron. A veces, el corazón sabe más que la cabeza... Juan no puede odiarme si yo voy a él como hermano, si le demuestro todo lo sinceramente que le quiero, si noblemente me adelanto a ofrecer lo que aun no ha pedido...

—¡No caigas en una locura de generosidad, Renato! Piensa que la sola existencia de Juan es, para tu madre, una ofensa viva, candente; que aun el solo nombre de Gina Bertolozi la hiere como un cuchillo envenenado.

—No puede ser. Mi madre tiene que ser más generosa... Gina Bertolozi ya está muerta...

—Hay odios que no se aplacan ni con la muerte... Hay rencores y celos de los que no tienes una idea. Tú no has sufrido nunca, Renato, no puedes medir la amargura, el dolor, la desesperación a que el alma desciende en algunos momentos. Tú no puedes ser juez, porque la vida fue hasta hoy, para ti, camino de rosas...

—Tal vez por eso comprendo y compadezco más a los que sufren, y a Juan el primero. Voy a mandar a buscarlo, Noel, para hablarle como a hermano. Para decirle...

—Seguramente, él lo sabe...

—Pero piensa que yo lo ignoro... Y si no lo piensa, cree algo peor: que soy insensible, egoísta. Quiero que sepa que estoy dispuesto a reparar, a devolver... que el mundo no es tan malo como él piensa...

—Ni tan bueno como tú imaginas, Renato. ¡Déjalo que se vaya... es el mayor deseo de tu madre!

—Hasta ahora mi madre cumplió en esta casa todos sus deseos, hasta los más injustos. Voy a contrariarla por una sola vez y confío en que su contrariedad no dure demasiado.

Renato se ha levantado, ha ido hacia la pared y toca un timbre, ante lo cual, extrañado, Noel pregunta:

—¿Qué haces, hijo?

—Llamo a un sirviente para que vaya en busca de Juan. He aguardado quince años este momento.

—¿Y si Juan no mereciera tu generosidad, Renato? ¿Si no fuera ni siquiera capaz de comprenderlo? ¿Si contestara a tu buena voluntad con sarcasmos, con desprecio, acaso con una amarga ingratitud?

—Pensaría que la culpa no es de él, sino de los que le convirtieron en un paria, de los que le desposeyeron de todo. Mi buen Noel, déjese de dudas y vacilaciones. No hay más que un camino y es el que me señala mi conciencia... —Unos golpes discretos, dados en la puerta, le interrumpen momentáneamente y, alzando la voz, invita—: Adelante... Si, Luis, yo fui quien te llamó. Busca al señor Juan por toda la hacienda y dile que lo espero en mi despacho, pues necesito hablar con él inmediatamente. Que se apresure, que no se detenga por ninguna razón, y apresúrate tú también.

2

—¿QUE ES ESO, tío Bautista?

—¿Eso...? Luis que pasó al galope, rumbo al ingenio. Entró en las cuadras pidiendo el mejor caballo que hubiera porque tenía que ir, por orden del amo, en busca de Juan del Diablo.

—Conque mandaron a buscar a Juan del Diablo...

—Sí, el amo tiene mucha urgencia de hablar con él... Vamos a ver qué regalo le ofrecen ahora a ese pordiosero que para nada sirve.

Junto a la ancha arcada del portal que da acceso a las habitaciones del ala izquierda, Bautista da rienda suelta a su cólera, a su despecho. Acaba de salir de las caballerizas, donde la última orden de Sofía le confinara. Crecida la barba, revuelto el cabello, cubiertas de fango las altas botas y el látigo en la mano, es algo bien diferente del otro tiempo omnipotente capataz de Campo Real. Junto a él, atenta siempre a los menores ruidos, en aquel espionaje que es su vida entera, queda Yanina alerta a todo ruido y movimiento, y comenta pensativa:

—Lo único que quieren Noel y doña Sofía es que Juan del Diablo se vaya para siempre; pero hay alguien que no quiere dejarle marchar...

—¿A quién te refieres?

—Ya lo verás... ya lo verán todos. Te dije que tuvieras paciencia... Cálmate, tío.

—No me da la gana de calmarme. En las venas me hierve la sangre de ver lo que veo... Soy menos que un perro en esta casa, pero el primer sirviente que vuelva a contestarme mal va a saber quién soy, aun cuando me hayan quitado el mando para dárselo a un cualquiera.

—Calla. Estáte quieto un momento. ¿Ves?

—No veo sino a la señora Aimée que se asoma a la ventana de su cuarto.

—Todo el día ha estado en él, pero Ana ha entrado y salido más de cien veces... Es su confidente... su criada de absoluta confianza. Seguramente cuenta con ella hasta para los encargos más íntimos... ¡Oh, mira! Ana sale otra vez.. Algo va a pasar esta noche, y apostaría a que sé lo que es.

—¿Pero qué locura...?

—Baja la voz... Ana se acerca... no, va para el otro patio... Voy tras ella. Algo va a pasar esta noche...

Ha echado a andar en pos de Ana. Bautista, preocupado, la sigue. Muy cerca está el enorme carretón que debe salir rumbo al ingenio. A él enfila sus pasos Ana, mientras el rostro de Bautista se descompone de cólera, al protestar:

—¿Adonde va esa imbécil? Ese es el carro que va para el ingenio.

—Naturalmente. Ana va a buscar a Juan del Diablo, va a llevarle un encargo o un recado de Aimée de Molnar, estoy segura de eso.

—No va a llevar nada, porque no va a subir a ese carro. Está prohibida que las mujeres vayan en los carros del ingenio. Soy el jefe de las caballerizas, doña Sofía me nombró ayer, y bastantes ganas tengo que ajustarle las cuentas a esa... —Se ha dirigido con pasos rápidos al encuentro de Ana, y gritando enfurecido, la conmina—: ¡Fuera de ese carro... abajo... fuera! ¡Bájate o te bajo arrastrando, ladrona!

—¡No soy ladrona... y no me bajo! Tengo que ir para el ingenio.

—¿Que no te bajas...? Te bajarás de cabeza.

—Esteban va a llevarme... La señora mandó que fuera... —protesta Ana, forcejeando con Bautista, y alzando la voz, grita angustiada—: ¡Esteban... Esteban...!

—He dicho que no van mujeres en los carros del ingenio —recalca Bautista imperioso, mientras sujeta a la mestiza sirvienta—. Esteban, maldito pollino... Coge las riendas y lárgate de una vez. ¡Que te largues, dije o vas a arrepentirte! ¡Largo!

Bautista ha azotado a los caballos que parten asustados, mientras Esteban apenas acierta a sujetar las riendas. Luego zarandea como un guiñapo a la doncella de Aimée, arrojándola lejos de un violento empellón, al tiempo que afirma furioso:

—¡Que aprendan que todavía mando en las cocheras!

—¡Ana... Ana...! ¡Tío Bautista! —grita Yanina, que llega a todo correr—. Mírala... Está como muerta... ¡Se golpeó la cabeza al caer!

—¡Ojalá reviente! Pero no tiene nada... ¡Lo está fingiendo! ¡Es una perra maldita! Me voy por no patearla, por no acabar con ella de veras...

Bautista ha vuelto a las cocheras... El carro se aleja por el camino en sombras. Nerviosamente, Yanina toca el rostro frío y ceniciento de Ana, y la sacude llamándola insistente:

—¡Ana... Ana...! ¡No tienes nada...! No sigas fingiendo... Abre los ojos... ¡Ay, Jesús...! ¡Ana...!

Temblando por el miedo de ver aparecer a Renato o a cualquiera capaz de informarle, sin atreverse a llamar, Yanina levanta la cabeza de Ana busca algo con qué poder auxiliarla... Al fin desabrocha totalmente el corpiño, desnudándole el pecho, buscando el latido del corazón que apenas percibe débilmente... Ha tropezado con un sobre blanco... A la poca luz del farol de las cocheras lee en un instante a quién va dirigido, y con rápido movimiento lo oculta entre sus propias ropas, poniéndose de pie acto seguido. La emoción es tan fuerte que le parece ahogarse, pero un paso y una voz conocida se acercan investigando:


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