—Habla, que ya te estoy oyendo...

—No, no me atrevo ni a hablarte siquiera... Perdóname... ¡Estoy perdida si tú no me salvas, si tú no me ayudas, si tú no lo detienes!

—¿Detener a quién? —apremia Mónica francamente alarmada.

—¡A Juan del Diablo...! —estalla Aimée.

—¡Ah! —se tranquiliza Mónica—. Pensé...

—Renato no sabe nada. Me cree pura, limpia, inocente, y no me importa morirme cien veces con tal de que siga creyéndolo... Es por él, Mónica, te juro que es por él... ¡Es por Renato que no quiero cometer esa infamia! ¿Cómo puedo destrozar el corazón de un hombre tan bueno? ¿Cómo puedo amargar su vida para siempre? ¿Cómo puedo clavarle el puñal de una desilusión así? Si te pido que me ayudes, si te pido que me salves, es por él, Mónica... Tú me comprendes... ¡Hermana... Hermana...!

—He resuelto apartarme de tu camino, Aimée. He resuelto dejar que sigas tu suerte... Mi lucha fue inútil, y la abandono. ¡Haz lo que quieras, todo lo que quieras...!

Como desplomada en la alfombra, a los pies de Mónica, está Aimée, que ahora se ha incorporado, tomando desesperadamente entre las suyas las manos heladas y blancas de su hermana. Como lejana, como ausente, ha permanecido Mónica sin dar muestras de que aquel dolor, verdadero o fingido, le conmoviera. Ha hecho el ademán de alejarse, de apartarse, pero Aimée, desesperada, le cierra el paso:

—¡No puedes abandonarme ahora!

—Cien veces me pediste que me fuera, que te dejara en paz...

—Cien veces lo pedí, y no lo hiciste. Continuaste aquí impidiendo con tu presencia que yo resolviera mis cosas mal o bien, exasperándome, enfureciéndome... Y ahora... precisamente ahora...

—¿Pretendes echarme a mí la culpa? —le ataja indignada Mónica.

—No, hermana, no es eso... Al contrario... Mido, veo, palpo que tienes razón en todo, que tus reproches eran merecidos, que tus pronósticos eran ciertos. Como una loca seguí la ley de mis instintos. Ciega por una pasión malsana, rodé y rodé, y ahora estoy al borde del infierno... Pero no quiero caer más abajo, no quiero seguir rodando, no quiero hundirme en el cieno definitivamente, y hundir conmigo el nombre de mi esposo...

—¡Ahora piensas en tu esposo! ¡No mientas más!

—Te lo juro, hermana... Me enloquece la idea de perderlo, de ser indigna a los ojos de él... Estoy desesperada, arrepentida... No quiero más que a Renato, no quiero vivir más que para él... ¡Pero Juan no me deja! ¿No lo comprendes?

—¿Que no te deja? ¡No sigas mintiendo! ¡Tú eres quien lo busca, quien lo enloquece, quien le has jurado que lo amas a pesar de todo, que estás dispuesta a seguirle a donde quiera que él te lleve...!

—¡No... No... No iré con él! Antes se lo diré todo a Renato. Si tú no me ayudas, si tú no me salvas, buscaré la muerte... Le confesaré la verdad a Renato, y que me mate. Sí, que me mate, para acabar con todo de una vez... ¡Que venga el escándalo! ¡Que venga la muerte! ¡Yo misma le saldré al encuentro!

—¡Aimée! ¿Dónde vas? —detiene Mónica con un grito a su hermana que empieza a alejarse con pasos rápidos—. ¿Estas loca?

—¡Poco me falta! Pero antes que Juan venga a buscarme a esta casa, antes de ponerlos a él y a Renato frente a frente, en una lucha en la que Renato será vencido... Porque Juan le matará; Juan es más audaz, más fuerte... Antes que Juan le mate a él, prefiero que Renato me mate a mí. Y ahora mismo...

—¡Quieta, Aimée! ¿Dónde está Juan? ¿Qué quieres que haga?

—¿Vas a ayudarme? ¡Mónica de mi alma! Ya sé que no lo haces por mí... A mí quisieras verme muerta...

—No, Aimée. Eres mi hermana, mi sangre... Debiera aborrecerte, abandonarte a tu suerte, pero no puedo hacerlo. No es sólo por Renato; es por ti también. Si hay algo que yo pueda hacer...

—Juan te escuchará. A ti tiene que escucharte... Eres la única que puede detenerlo, aunque sea de momento... Un plazo, una prórroga, unas horas de tiempo para hacer algo, algo con qué librarme de ese maldito Juan...

—Ahora le maldices...

—¡Le maldigo y le aborrezco! ¡Quiero a Renato y viviré para él! ¡Te lo juro! Si me salvas de ésta, seré la mujer más buena, más sumisa, más honesta, más dedicada al amor de mi esposo...

—¿Pero cómo salvarte, Aimée?

—Juan quiere llevarme esta noche... A las doce me espera con dos caballos detrás de la iglesia... Si no voy, si no llego, si falto a esa cita, vendrá a buscarme, me arrastrará con él... Ha jurado que me llevará, aunque sea delante de Renato...

—¡Pero es un salvaje, un demente! —exclama Mónica con el espanto reflejado en su blanco rostro.

—Es... quien es. Ya lo sabes... Procura sólo que no dé el escándalo esta noche. Dile que estoy enferma, prométele en mi nombre que me iré con él... Pero no esta noche, no en este momento... —Y, visiblemente alarmada, señala—: ¡Porque ya son las doce! Seguramente que en este instante llega... Esperará sólo unos minutos si yo no me presento, si tú no llegas a detenerlo. No le importará matar ni destrozar a Renato. ¡Lo odia, lo odió siempre! ¡Corre, Mónica, corre, ve y háblale...! Yo me quedaré aquí rezando porque Dios tenga piedad de nosotros, y porque acepte mi arrepentimiento...

Ha caído a los pies del crucifijo que preside la alcoba de Mónica, y llora... llora de espanto, de angustia, de miedo... Mónica le mira un instante, perladas de sudor las sienes, y venciendo su horror, ofreciéndose entera al momento terrible, sale arrastrando el cuerpo helado y el alma ardiente...

3

NERVIOSO, INQUIETO, CON una impaciencia que es alegría febril, va Renato de un lado a otro del despacho, seguido por los cansados pasos del viejo Noel. Un instante, los ojos del joven D'Autremont miran compasivos al viejo notario, para en seguida proponerle:

—Está usted rendido. Váyase a descansar si quiere...

—¿Piensas que podría descansar sin saber en qué acaba todo esto? Vamos a hacer un trato, hijo: tú te vas a descansar, y yo lo espero.

—¡Qué ocurrencia! Usted sí que se ve que no puede más. Vaya, Noel, vaya a reposar...

—Me voy, pero sólo a dar una vuelta. Mucho me temo que doña Sofía no se haya acostado esperando que pase yo a hablar con ella. Si me permites usar esta puerta secreta... Da directamente frente a la alcoba de tu madre, según me dijo ella. Se abre oprimiendo la moldura, creo que en este lado... Aquí... Si... se hunde la moldura, pero no se abre la puerta...

—¡Oh! ¡El escondrijo que buscábamos! ¿No le dije que quedaba en este panel? Se abrió al apretar usted la moldura...

Han ido los dos hacia el estante, donde efectivamente se encuentra el hueco de una puertecilla... Pero en la oscura cavidad sólo hay un papel arrugado... un papel del que los dedos de Renato se apoderan rápidamente y, emocionado exclama:

—¡Aquí está! ¡Esto era! Delante de mí, mi padre arrugó esta carta y la arrojó aquí dentro.

—¿Era esa la carta que...?

—Si... Creo que si... Usted, naturalmente, sabrá lo que dice...

—No, hijo, nunca llegué a leerla. Bertolozi la envió con el propio Juan, como ya te conté, y tu padre la leyó frente al cadáver del que había sido su implacable enemigo...

Fija la vista en aquellas líneas que le queman, Renato permanece silencioso e inmóvil mucho tiempo, y al fin comienza a leer en voz alta lo que ya leyó con la mirada. Comienza a leer con la misma angustia, con el mismo invencible respeto conque leyó su padre frente al cadáver de Andrés Bertolozi.

Con mis últimas fuerzas te escribo, Francisco D'Autremont, y te pido que vengas a mi lado... Ven sin miedo... Es tarde para que yo me cobre en sangre todo el mal que me has hecho. No he de repetirte cuánto te odio. Tú lo sabes... Si se matase con el pensamiento, te habría aniquilado, pero sólo yo mismo me he consumido inútilmente en la hoguera de este rencor que me pudre el alma. Me mata el odio más que el alcohol... Por odio he callado durante años enteros. Hoy quiero decirte algo que acaso te interese. Esta carta la pondrá en tus manos un muchacho. Tiene doce años y nadie se ocupó jamás de bautizarlo. Yo le llamo Juan, y los pescadores de la costa le dicen algo más... Juan del Diablo. Es una fiera, un salvaje, lo crié en el odio... Tiene tu corazón malvado, y yo le he dado, además, rienda suelta a todos sus instintos, he destilado sobre su corazón rencor y veneno... ¿Sabes por qué? ¡Es tu hijo!"


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