– ¿No te parece estupendo? -exclamó-. ¡A mí me parece increíble! Ahora sí que vamos a ser hermanas, Vanessa. ¡Me alegro tanto por ellos, por nosotras! -añadió, abrazando con fuerza a su amiga.

– ¡Eh! -protestó Brady-. ¿Y yo? ¿A mí ni siquiera me vas a decir hola?

– Oh, hola Brady -dijo Joanie. Al ver la mirada que su hermano le dedicaba, se echó a reír y se abalanzó sobre él-. ¡Vaya! ¡Pero si te has puesto un traje y todo!

– He hecho lo que me han dicho. Papá me pidió que viniera elegante.

– Y lo estás. Los dos lo estáis. ¡Dios mío, Vanessa! ¿Dónde has comprado ese vestido? Es fabuloso. Yo sería capaz de matar por poder meter mis caderas en algo como eso. Bueno, no os quedéis aquí. Vamos dentro. Tenemos un montón de comida, de champán… De todo.

– Es una anfitriona estupenda, ¿verdad? -comentó Brady mientras Joanie entraba en el interior de la casa llamando a gritos a su esposo.

Joanie no había exagerado con lo de la comida. Había un enorme jamón caramelizado, con una montaña de patatas asadas, una amplia selección de verduras y panecillos caseros. El aroma del pastel de manzana flotaba en el aire. El aire festivo que había en la casa se acentuaba con las velas y el brillo de las copas de cristal.

Vanessa oyó que su madre reía más libre y más abiertamente de lo que recordaba nunca. Además, estaba encantadora. Comprendió que aquello era la felicidad. Por mucho que se esforzaba en recordar, no conseguía vislumbrar ninguna imagen de su madre con un aspecto verdaderamente feliz.

Mientras todos cenaban, ella comió muy poco. Estaba segura de que, en medio de aquella confusión, nadie se daría cuenta de lo poco que ella comía. Sin embargo, cuando vio que Brady la estaba observando, se obligó a tomar otro bocado.

– Creo que la ocasión requiere un brindis -anunció el propio Brady poniéndose de pie. Rápidamente miró a Lara-.Tú tendrás que esperar tu turno -le dijo a la pequeña-. Por mi padre, que ha resultado ser más listo de lo que yo me había imaginado. Y por su hermosa futura esposa, que solía mirar al otro lado cuando yo me metía en su jardín para estar con su hija -concluyó, entre las risas de los demás. Todos golpearon las copas.

– ¿Le apetece postre a alguien? -preguntó Joanie. Todos respondieron con gemidos de protesta-. Muy bien, lo dejaremos por el momento. Jack, tú ayúdame a recoger la mesa. Ni hablar -añadió cuando vio que Loretta se ponía en pie para ayudar-. La invitada de honor no recoge los platos.

– No seas tonta…

– Lo digo en serio.

– Muy bien. Entonces, limpiaré a Lara.

– Está bien. Mi padre y tú podéis mimarla todo lo que queráis hasta que hayamos terminado. Tú tampoco -replicó, cuando Vanessa empezó a levantarse-. No voy a consentir que friegues los platos en la primera noche que pasas en mi casa.

– Siempre ha sido muy mandona -comentó Brady, cuando su hermana se marchó a la cocina-. ¿Te gustaría ir al salón? Podemos poner algo de música.

– En realidad, preferiría tomar un poco de aire fresco.

– Bien. No hay nada que me guste más que dar un paseo al atardecer con una hermosa mujer -dijo Brady. Le dedicó una picara sonrisa y extendió la mano.

Capítulo VI

La noche era templada y olía a lluvia. Los lilos habían florecido y su aroma flotaba como un elegante susurro en el aire. Al oeste, el sol se hundía en las montañas en medio de llamaradas rojizas. Rodearon la casa y se dirigieron hacia un campo de heno.

– Me he enterado de que tienes una alumna.

– Veo que la señora Driscoll hace correr muy rápidamente las noticias.

– En realidad me lo contó John Cory mientras le ponía la vacuna del tétanos. A él se lo había dicho Bill Crampton, que es hermano del padre de Annie. Tiene una tienda de reparaciones en su garaje. Todos los hombres se reúnen allí para contar mentiras y quejarse de sus esposas.

A pesar de las molestias que tenía, Vanessa se echó a reír.

– Al menos resulta tranquilizador saber que radio chismes sigue funcionando.

– ¿Cómo fue la clase?

– Tiene… posibilidades.

– ¿Cómo se siente uno al estar al otro lado?

– Muy rara. Le prometí que la enseñaría a tocar música rock.

– ¿Tú?

– La música es música -replicó Vanessa.

– Si tú lo dices…

Brady le colocó un dedo bajo el lóbulo de la oreja para poder observar el brillo del pendiente con la última luz del atardecer, aunque también para poder tocarla.

– Ya me imagino a Vanessa Sexton tocando el teclado de un grupo heavy metal -añadió-. ¿Crees que podrías ponerte uno de esos corsés metálicos o como se llamen?

– No, no podría, se llamen como se llamen. Si has venido a acompañarme para burlarte de mí, prefiero pasear sola.

– Está bien…

Brady le había rodeado los hombros con el brazo. Le agradaba el hecho de que aún se notara el aroma de su champú en el cabello de Vanessa. Se preguntó si alguno de los hombres con los que la había visto en periódicos y revistas se había sentido de aquel mismo modo.

– Me cae muy bien Jack -dijo ella.

– A mí también.

– Joanie parece muy feliz aquí, en la granja, con su familia. A menudo he pensado en ella.

– ¿Has pensado alguna vez en mí? Después de que te marcharas, de que te convirtieras en alguien importante, ¿pensaste alguna vez en mí?

– Supongo que sí -contestó ella, sin mirarlo.

– Yo no hacía más que esperar que me escribieras.

– El tiempo fue pasando, Brady. Al principio, me sentía demasiado furiosa y herida. Contigo y con mi madre. Me llevó muchos años perdonarte por haberme dejado plantada la noche del baile.

– Yo no te dejé plantada -replicó él-. Mira, es una tontería y ocurrió hace mucho tiempo, pero estoy cansado de cargar con la culpa.

– ¿De qué estás hablando?

– Yo no te dejé plantada, maldita sea. Había alquilado mi primer esmoquin y había comprado por primera vez un adorno de flores para una chica. Supongo que estaba tan emocionado con aquella noche como tú.

– Entonces, ¿por qué te estuve esperando dos horas y media en mi habitación, ataviada con mi vestido nuevo?

– Aquella noche me arrestaron -confesó él.

– ¿Cómo dices?

– Fue un error, pero, para cuando conseguí aclararlo todo, era demasiado tarde para ir a darte explicaciones. No tenían nada importante contra mí, pero yo tampoco había sido un santo hasta entonces.

– ¿Por qué te arrestaron?

– Por violación de una menor. Yo tenía más de dieciocho años. Tú no.

– Eso es ridículo. Nosotros nunca…

– Sí -dijo él, con cierto arrepentimiento-. Nunca.

– Brady, eso es una estupidez. Aunque hubiéramos tenido relaciones íntimas, en ningún caso habría sido violación. Tú sólo tenías dos años más que yo y nos queríamos.

– Ése era precisamente el problema.

– Lo siento mucho -declaró ella. Se llevó una mano al estómago. El dolor era casi insoportable-. ¡Qué mal debiste de sentirte! ¡Y también tus padres! Nadie debería pasar por algo tan horrible. ¿Quién querría que te arrestaran? -le preguntó. Al ver el gesto que Brady tenía en el rostro, supo inmediatamente la respuesta-. ¡Oh, no! ¡Dios!

– Estaba completamente seguro de que yo me había aprovechado de ti y de que te arruinaría la vida. Tal y como me explicó la situación, iba a ocuparse de que yo pagara por lo primero e iba a hacer lo necesario para evitar lo segundo.

– Me lo podría haber preguntado a mí -susurró ella-. Por una vez en la vida, me lo podría haber preguntado a mí… Es culpa mía…

– No digas tonterías…

– No son tonterías. Es culpa mía porque yo nunca le hice comprender lo que sentía. Ni sobre ti ni sobre nada. No hay nada que yo pueda decir para compensarte por lo que él hizo -musitó, mirándolo.

– No tienes que decir nada -le aseguró Brady tras colocarle las manos sobre los hombros-. Tú eras tan inocente como yo, Van. Nunca hablamos de esto porque, durante algunos días, yo estaba demasiado furioso como para intentarlo y tú demasiado enojada como para preguntar. Después, te marchaste.


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