– Bonito día -bromeó.

– Sí, claro -replicó ella.

Al ver que ella no tenía ganas de hablar, Brady giro la silla y se puso a charlar con Loretta mientras ésta preparaba el desayuno.

«No lo he visto desde hace dos días y ahora se presenta aquí», pensó Vanessa. Ni siquiera le había preguntado cómo se sentía, a pesar de que no quería que le prestara atención. Sin embargo, era médico y al que se le había ocurrido aquel ridículo diagnóstico.

– Ah, Loretta. Mi padre es un hombre con suerte -dijo Brady, cuando ella le colocó un plato de tostadas sobre la mesa.

– Supongo que saber cocinar es una prioridad cuando un Tucker está buscando esposa -comentó Vanessa. Tenía toda la intención del mundo de ser desagradable.

– No vendría mal -replicó Brady mientras se servía un buen chorro de sirope.

Vanessa se puso de muy mal genio, no porque ella no supiera cocinar, sino porque aquella idea machista y retrógrada la enfureció. Antes de que tuviera tiempo de encontrar una respuesta adecuada, Loretta le colocó un plato de tostadas sobre la mesa.

– Yo no me puedo comer todo esto.

– Yo sí -dijo Brady mientras devoraba sus propias tostadas-.Yo me comeré lo que tú no quieras.

– Bueno, si los dos ya estáis servidos, me voy a abrir la tienda -anunció Loretta-. Van, queda mucha sopa de pollo de la que Joanie te trajo ayer. Si la calientas en el microondas, te la puedes tomar para almorzar. Si sigue lloviendo así, probablemente regresaré temprano. Buena suerte con Scott.

– Gracias.

– ¿Scott? -preguntó Brady, cuando Loretta se hubo marchado.

– No me preguntes -respondió Vanessa.

– Como quieras. En realidad he venido porque quena hablarte de la boda.

– ¿De la boda? ¡Ah, de la boda! Sí. ¿Qué pasa?

– Mi padre ha estado ejerciendo su poder de convicción. Cree que ha convencido a Loretta para que se casen el sábado de la semana que viene.

– ¿Tan pronto?

– ¿Por qué esperar? Así pueden aprovechar el picnic que él celebra precisamente ese fin de semana como conmemoración de los caídos para invitar a todos los amigos.

– Entiendo -susurró Vanessa. Ni siquiera se había acostumbrado a vivir con su madre otra vez y ella… Se recordó que no era decisión suya-. Supongo que se mudarán a casa de tu padre.

– Creo que sí. Han estado pensando que acabarán alquilando esta casa. ¿Te importa?

Vanessa se concentró en cortar un trozo de tostada. ¿Cómo lo iba a saber? No había tenido tiempo para descubrir si aquella casa seguía siendo su hogar o no.

– Supongo que no. No pueden vivir en dos casas al mismo tiempo.

– No creo que Loretta vaya a venderla. Esta casa lleva años siendo propiedad de tu familia.

– A menudo me he preguntado por qué la ha conservado.

– Igual que tú, ella creció aquí -dijo Brady mientras se servía una taza de café-. ¿Por qué no le preguntas qué planes tiene al respecto?

– Tal vez lo haga. No hay prisa.

– En realidad, de lo que yo quería hablar contigo es del regalo de boda -comentó Brady. Como la conocía, decidió cambiar de conversación-. Evidentemente, no necesitan ni la vajilla ni el tostador.

– No, supongo que no…

– He estado pensando. Se lo he preguntado a Joanie y le ha gustado la idea. ¿Por qué no juntamos un poco de dinero y les regalamos una luna de miel? Un par de semanas en Cancún. Ya sabes, una hermosa suite con vistas al mar Caribe, noches tropicales… Todo. Ninguno de los dos ha estado nunca en México. Creo que les gustaría.

Vanessa lo miró atentamente. Era una idea estupenda, algo que sólo se le podía haber ocurrido a Brady.

– ¿Y será una sorpresa?

– Creo que podremos conseguirlo. Mi padre ha estado tratando de organizar sus citas para tener un fin de semana libre. Comprar los billetes y hacer las reservas es muy fácil. Luego, tendremos que hacerles las maletas sin que se den cuenta.

Vanessa sonrió. Le gustaba la idea.

– Si tu padre está en este momento tan cegado por el amor como mi madre, creo que podremos conseguirlo. Podríamos darles los billetes durante el picnic y luego meterlos en una limusina. ¿Hay limusinas por aquí?

– Hay una en Frederick. No se me había ocurrido eso -comentó Brady. Sacó una libreta para tomar nota.

– Resérvales la suite nupcial. Si vamos a hacerlo, hay que hacerlo bien.

– Me gusta. Limusina, suite nupcial, dos billetes de primera clase… ¿Algo más?

– Champán. Una botella en la limusina y otra en la suite cuando lleguen. Y flores. A mi madre le gustan las gardenias -dijo. Se detuvo en seco mientras Brady seguía escribiendo. Había llamado madre a Loretta. Le había salido de un modo completamente natural-. Bueno… le gustaban las gardenias.

– Estupendo -afirmó Brady-. Vaya, veo que no me has dejado ninguna.

Atónita, Vanessa dirigió los ojos hacia donde él estaba mirando: su plato vacío.

– Yo… yo… Supongo que tenía más apetito de lo que había imaginado.

– Eso es buena señal. ¿Tienes acidez?

– No -contestó. Completamente asombrada, se levantó para llevar el plato al fregadero.

– ¿Dolor?

– No. Como ya te dije antes, tú no eres mi médico.

– Ya lo sé -afirmó Brady. Cuando Vanessa se volvió, estaba justo detrás de ella-, pero nos imaginaremos que yo me voy a hacer cargo de las citas del doctor Ham Tucker para hoy. Hagamos un reconocimiento vertical -dijo. Antes de que Vanessa pudiera apartarse, le apretó suavemente el abdomen-. ¿Te duele?

– No, ya te he dicho que…

Le apretó firmemente bajo el esternón. Vanessa hizo un gesto de dolor.

– ¿Te molesta?

– Un poco.

Brady asintió.

– Estás mejorando. Dentro de unos cuantos días hasta te podrás tomar un burrito.

– ¿Por qué está todo el mundo obsesionado con lo que como?

– Porque no has estado comiendo lo suficiente. Comprensible, con una úlcera.

– Te repito que no tengo úlcera. ¿Quieres apartarte?

– Cuando me hayas pagado por mis servicios.

Antes de que ella pudiera poner alguna objeción, Brady la besó firme y posesivamente. Tras murmurar su nombre, profundizó el beso hasta que ella tuvo que aferrarse a él para no perder el equilibrio. El suelo parecía hundirse a sus pies.

Brady pensó que Vanessa olía a mañana, a lluvia. Se preguntó cómo sería hacerle el amor en aquel instante y cuánto tiempo más tendría que esperar.

Por fin, levantó la cabeza, aunque dejó las manos enredadas en el cabello de la joven. En el verdor de sus ojos, se vio a sí mismo, perdido en ella. Entonces, con una dulzura infinita, volvió a besarla. Vanessa se abrazó a él con fuerza e inclinó la cabeza para que sus labios pudieran alinearse más perfectamente.

– Vanessa…

– No digas nada. Todavía no…

Le apretó la boca contra la garganta y la besó. Sabía que debía pensar, pero, por el momento, sólo quería sentir.

El pulso latía alocadamente sobre la garganta de Brady. Su cuerpo era firme y sólido. Poco a poco, él fue relajando el modo en el que le asía el cabello y comenzó a acariciárselo. Vanessa notó de nuevo el ruido de la lluvia y los aromas que flotaban en la cocina, Pero el deseo no desaparecía, como tampoco lo hacían «confusión y el miedo que batallaban dentro de ella.

– No sé qué hacer -dijo por fin-. No he podido pensar desde que te volví a ver.

– Ya sabes que te deseo, Van. No somos unos adolescentes.

– Para mí no resulta fácil…

– No. Ni quiero que lo sea. Si quieres promesas…

– No. No quiero nada que no pueda devolver.

– ¿Y qué es lo que me puedes devolver?

– No lo sé. Dios, Brady -susurró ella, tras dar un paso atrás-. Me siento como si estuviera atravesando un espejo.

– Esto no es ninguna ilusión, Vanessa. Somos sólo tú y yo.

– Mira, no voy a fingir que no quiero estar contigo. Al mismo tiempo, deseo salir corriendo en la dirección opuesta, tan rápido como pueda. Espero de todo corazón que tú puedas alcanzarme. Sé que mi comportamiento ha sido muy errático desde que llegué, y en parte se debe al hecho de que no había esperado encontrarte aquí ni revivir todos estos sentimientos del pasado. Eso es parte del problema. No sé cuánto de lo que siento por ti es sólo un eco del pasado y cuánto es real.


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