– El doctor Tucker ha empezado a atenderlo enseguida -afirmó ella mientras acariciaba el cabello de la pequeña-. Si se tenía que poner enfermo, éste era el mejor lugar para hacerlo. Cuando esté mejor, le podrás tocar tu nueva canción.
– ¿La de Madonna?
– Eso es -respondió Vanessa. En aquel momento se oyó la sirena de una ambulancia-. Ya vienen a llevárselo al hospital.
– ¿Irá con él el doctor Tucker?
– Estoy segura de ello.
Observó cómo los enfermeros sacaban una camilla. Brady intercambió unas rápidas palabras con ellos. Vanessa vio que colocaba las manos sobre los hombros de la madre de Annie y hablaba con ella tranquilamente. Mientras la mujer lo observaba con los ojos llenos de lágrimas. Cuando Brady echó a correr detrás de la camilla, Vanessa abrazó con fuerza a Annie.
– ¿Por qué no vas con tu madre? Seguro que te necesita -le dijo. Lo sabía muy bien. Recordó el miedo y la desesperación que había sentido cuando se llevaron a su propio padre. Se dio la vuelta y echó a correr detrás de Brady-. Espera -susurró. Sabía que no podía perder el tiempo, pero tenía que saber-. Por favor, mantenme informada de lo que ocurra.
Brady asintió y se montó en la ambulancia con su paciente.
Era casi medianoche cuando Brady llegó a su casa. En el cielo había una luna morisca que destacaba por su blancura sobre un cielo oscuro cuajado de estrellas. Permaneció allí sentado durante un momento, dejando que sus músculos se relajaran uno a uno. Como tenía bajadas las ventanillas del coche, podía escuchar como el viento susurraba entre los árboles.
La fatiga de aquel día tan largo había terminado por pasarle factura cuando regresaba a su casa. Afortunadamente, Jack le había llevado el coche al hospital. Sin él, probablemente se habría quedado dormido en la sala de espera. En aquellos momentos, lo único que deseaba era meterse en la bañera repleta de agua caliente, conectar el hidromasaje y tomarse una cerveza fría.
En la planta baja las luces estaban encendidas. Se alegraba de que se le hubiera olvidado apagarlas. Si las luces estaban encendidas, resultaba menos deprimente regresar a una casa vacía. De camino había pasado por delante de la casa de Vanessa, pero ella ya tenía las luces apagadas.
«Probablemente es lo mejor», pensó. Se sentía cansado y tenso. No era la actitud adecuada para una charla sensata y paciente. Tal vez era mejor que Vanessa pudiera pensar un poco a solas sobre el hecho de que él estaba enamorado de ella.
O tal vez no. Antes de abrir la puerta de la casa, dudó. Siempre había sido un hombre muy decidido. Cuando tomó la decisión de hacerse médico, se había dedicado en cuerpo y alma a sus estudios. Cuando decidió dejar el hospital de Nueva York para ir a ejercer a Hyattown la medicina general, lo había hecho sin arrepentirse y sin mirar atrás.
Aquellas decisiones habían cambiado por completo su vida. Entonces, ¿por qué diablos no era capaz de decidir lo que hacer sobre Vanessa?
Iba a regresar al pueblo. Si ella no le abría la puerta, subiría por el desagüe hasta llegar a su dormitorio. De un modo u otro, iban a aclararlo todo aquella misma noche.
Acababa de darse la vuelta para dirigirse a su coche cuando la puerta de su casa se abrió.
– Brady -le dijo Vanessa desde la puerta-. ¿Es que no vas a entrar?
Él se detuvo en seco y la miró fijamente. En aquel momento, Kong salió corriendo de la casa, ladrando, para abalanzarse sobre él.
– Nos trajeron Jack y Joanie -añadió-. Espero que no te importe.
– Claro que no -afirmó Brady. Con el perro saltando a su alrededor, se dirigió hacia la puerta. Vanessa dio un paso atrás.
– He traído algunas sobras del picnic. No sabía si habrías tenido oportunidad de cenar algo.
– No, no he cenado.
– ¿Qué tal el señor Benson?
– Estable. Estuvo grave durante un rato, pero es fuerte.
– Me alegro. Me alegro mucho. Annie estaba muy asustada. Debes de estar agotado… y hambriento. Hay mucha comida en el frigorífico. Por cierto, la cocina es preciosa -añadió-. Los armarios, las encimeras…Todo.
– Voy avanzando poco a poco. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
– Sólo un par de horas -mintió. Llevaba cinco-. He estado leyendo algunos de tus libros.
– ¿Por qué?
– Bueno, para pasar el tiempo.
– ¿Por qué estás aquí, Van?
Muy nerviosa, ella se inclinó para acariciar al perro.
– Por esa conversación inacabada que tú mencionaste. Ha sido un día muy largo y he tenido mucho tiempo para pensar.
– ¿Y?
¿Por qué no la tomaba en brazos y se la llevaba al dormitorio?
– Y yo… Sobre lo que dijiste esta tarde…
– Te dije que estoy enamorado de ti.
Vanessa se incorporó aclarándose la garganta al mismo tiempo.
– Sí, sobre eso. Yo no estoy segura de lo que siento… Ni tampoco lo estoy de lo que tú sientes.
– Ya te he explicado cuáles son mis sentimientos hacia ti.
– Sí, pero es muy posible que creas que es eso lo que sientes porque solías… porque estamos cayendo en la misma rutina, en la misma relación de entonces. Te resulta familiar, cómoda…
– Ni hablar. Te aseguro que no he tenido ni un solo momento de comodidad desde que te vi tocando el piano.
– En ese caso familiar -susurró ella, mientras se retorcía la cadena que llevaba colgada del cuello-, pero yo he cambiado, Brady. No soy la misma persona que era entonces, cuando me marché de aquí. No podemos fingir que esos años no han pasado. Por eso, por muy atraídos que nos sintamos el uno por el otro, sería un error ir más allá.
Brady se acercó a ella muy lentamente. Estaba dispuesto a cometer ese error. Más que dispuesto.
– ¿Es eso lo que has venido a decirme?
– En parte sí.
– Entonces, ahora me toca a mí.
– Me gustaría terminar primero -dijo Vanessa, sin dejar de mirarlo fijamente a los ojos-. He venido aquí esta noche porque nunca he conseguido sacarte de mis pensamientos… ni de mi… -se interrumpió. Quería decir corazón, pero no podía-… cuerpo. Yo nunca he dejado de apreciarte ni de hacerme preguntas. Algo sobre lo que no teníamos control evitó que maduráramos lo suficiente como para tomar la decisión de separarnos o de ser amantes. He venido aquí esta noche porque me he dado cuenta de que quiero lo que nos arrebataron. Te deseo a ti -concluyó. Se acercó a él y lo estrechó entre sus brazos-. ¿Está claro?
– Sí -susurró Brady. La besó dulcemente-. Muy claro.
Vanessa sonrió.
– Hazme el amor, Brady. Nunca he dejado de desearte…
Con las manos entrelazadas, subieron juntos al dormitorio.
Capítulo IX
Vanessa ya había estado en el dormitorio mientras esperaba la llegada de Brady, estirando y alisando las sábanas, ahuecando las almohadas y preguntándose cómo sería estar allí con él.
Brady encendió la lámpara de la mesilla de noche, que estaba colocada sobre una caja. El suelo aún estaba sin terminar y las paredes sin rematar. La cama consistía en tan sólo un colchón sobre el suelo. A pesar de todo, a Vanessa le pareció el dormitorio más hermoso que había visto nunca.
Por su parte, a Brady le habría gustado obsequiarle con velas y rosas, una cama con dosel y sábanas de raso. Lo único que podía ofrecerle era a sí mismo.
De repente, se sintió tan nervioso como un muchacho en su primera cita.
– No hay mucho ambiente aquí -dijo.
– Es perfecto.
Brady le tomó las manos y se las llevó a los labios.
– No te haré daño, Van.
– Lo sé -replicó ella. Le besó a él también las manos-. Esto va a parecer una estupidez, pero no sé lo que hacer.
Él bajo la boca, poniéndola a prueba, tentándola…
– Ya aprenderás…
Vanessa esbozó una sonrisa mientras le acariciaba suavemente la espalda.
– Creo que tienes razón -susurró.
Con un instinto que era tan potente como la experiencia, echó la cabeza hacia atrás y dejó que las manos exploraran a placer. Separó los labios para él y saboreó el pequeño gemido de placer que Brady emitió. Entonces, tembló con un gozo propio al notar que las manos de él le acariciaban los pechos, la cintura, las caderas y se deslizaban hacia los muslos antes de emprender de nuevo el viaje de vuelta.