Se apretó contra él, disfrutando plenamente con aquella lluvia de sensaciones. Cuando Brady le mordisqueó suavemente la garganta, murmuró su nombre. Como el viento entre los árboles, suspiró por él y se plegó a sus caricias como si esperara que él la moldeara.
La absoluta confianza que ella le demostró lo dejo completamente atónito. Por muy apasionada que se mostrara, era virgen. Su cuerpo era el de una mujer, pero aún seguía siendo tan inocente como la muchacha que había amado y perdido. No lo olvidaría. Cuando el deseo prendió dentro de él, lo aparto. Aquella vez debía ser ella quien disfrutara. Todo sería para ella.
Con suavidad, le bajó el corpiño hasta la cintura. La besó, tranquilizándola con murmullos al tiempo que sus manos provocaban en la piel de Vanessa pequeñas explosiones de placer.
Por fin, el vestido cayó al suelo. La ropa interior de Vanessa era una red de encaje blanco que parecía hacerse más tupida justo encima de los pechos antes de hundirse para ceñirle la cintura. Durante un momento, Brady se contentó con mirarla.
– Me dejas sin palabras…
Con torpes manos, Vanessa comenzó a desabrocharle la camisa. Aunque ya tenía la respiración entrecortada, no dejó de mirarlo mientras le quitaba la prenda y dejaba que ésta se uniera con su propio vestido en el suelo. Entonces, con el corazón latiéndole salvajemente, le rodeó el cuello con los brazos.
– Tócame… Muéstrame lo que tengo que hacer…
Aunque la besó con pasión, Brady se obligó a acariciarla con delicadeza. Las manos de Vanessa se movían rápidamente por su piel y lo empujaban desesperadamente al abismo del deseo. Cuando la dejó en la cama, observó que ella cerraba los ojos y que cuando los volvía a abrir, éstos estaban nublados por la lujuria.
Inclinó la cabeza para saborearle todo el cuerpo. Deslizó la lengua por debajo del encaje para torturarle los tensos pezones. Cuando el placer se apoderó por completo de ella, Vanessa sintió un profundo anhelo entre las caderas que la empujó a clavarle las uñas en la espalda.
Con un rápido giro de la muñeca, Brady le desabrochó las ligas. Le deslizó las medias suavemente e hizo que le ardiera la piel, encendiéndola aún mas con las caricias que le aplicaba con los labios. Parecía que no pasaba por alto ningún detalle de la piel de Vanessa, ninguna curva. Con suavidad, los dedos jugueteaban encima de ella, por todas partes…
Era tan paciente como insaciable, por lo que la fue acercando cada vez más a un abismo que ella nunca había vislumbrado. Vanessa tenía el cuerpo como un horno que no dejaba nunca de emitir calor y que vibraba con necesidades tan potentes como las de él. Se volvió loco observándola, viendo el modo en el que sentía cada nueva sensación que él le provocaba y que se le reflejaba en los ojos, en el rostro…
Deseo… Pasión… Placer… Excitación… Todas estas sensaciones parecían fluir de él para adentrarse en ella y viceversa. Todo resultaba familiar. Se reconocían perfectamente el uno al otro. Aquello los reconfortaba. Sin embargo, todo era único, nuevo, gloriosamente fresco. Aquélla era precisamente la aventura.
Brady gozó con el modo en el que la piel de Vanessa le fluía entre las manos, en la manera en la que el cuerpo se le tensaba y se arqueaba bajo sus caricias. Por fin, bajo la tenue luz de la lámpara, retiró la barrera que suponía el encaje.
Ya desnuda, Vanessa extendió las manos y le tiró frenéticamente de los pantalones. Como él sabía que sus propias necesidades le estaban volviendo loco, la cubrió con la mano y la empujó hacia el abismo del deseo.
Vanessa gritó, atónita, indefensa… Suavemente dejo que la mano se le cayera del hombro de Brady. Entre los temblores del placer, él se deslizó dentro de ella, lenta, suavemente, murmurando su nombre una y otra vez. El amor requería ternura.
Vanessa perdió su inocencia dulce e indoloramente, plena de gozo.
Estaba tumbada sobre la cama de Brady, enredada entre sus sábanas. Un gorrión anunció la llegada del nuevo día. Durante la noche, el perro se había metido en la habitación para ocupar su lugar a los pies de la cama. Perezosamente, Vanessa abrió los ojos.
El rostro de Brady estaba a poco más de un centímetro del de ella. Estaba profundamente dormido, rodeándole a ella la cintura con el brazo, y una respiración lenta y pausada. En aquellos momentos, se parecía mucho más al muchacho que recordaba que al hombre que estaba empezando a conocer.
Lo amaba. Ya no le quedaba ninguna duda de ello. Su corazón casi podía estallar del amor ingente que sentía. Sin embargo, ¿amaba al muchacho o al hombre?
Con mucha suavidad, le apartó el cabello que le cubría la frente. De lo único de lo que estaba segura era de que era feliz. Por el momento, le bastaba.
Se estiró lentamente. Durante la noche, Brady le había mostrado lo hermoso que hacer el amor podría resultar cuando dos personas se querían y lo excitante que podía llegar a ser cuando se cubrían las necesidades y los deseos. Fuera lo que fuera lo que ocurriera después, al día o al año siguiente, jamás olvidaría lo que habían compartido.
Como no quería despertarlo, le tocó los labios con los suyos muy suavemente. Incluso aquel breve contacto despertó su deseo. Llena de curiosidad, le acarició suavemente los hombros con el dedo. La necesidad creció y se extendió aún más.
En lo que se refería a los sueños, a Brady le pareció que aquél era uno de los mejores. Estaba debajo de un cálido edredón mientras amanecía. Vanessa estaba en la cama a su lado. Su cuerpo estaba apretado con fuerza contra el de él y se movía suavemente, excitándolo con rapidez. Aquellos hermosos dedos tan llenos de talento le acariciaban la piel. Su hermosa boca jugaba con la de él. Cuando la abrazó, ella suspiró y se arqueó bajo sus manos.
Por donde tocaba, sólo encontraba piel cálida y suave. Ella lo había abrazado y lo tenía atrapado contra su cuerpo. Cuando dijo su nombre una, dos veces, las palabras se deslizaron por fin bajo la cortina de su fantasía. Abrió los ojos y la vio.
No era un sueño. Vanessa sonreía. Sus hermosos ojos verdes vibraban de pasión. Su cuerpo esbelto y suave se curvaba contra el de él.
– Buenos días -murmuró ella-. No estaba segura si tú…
Brady la besó. Los sueños y la realidad se mezclaron en uno cuando se deslizó dentro de ella.
La luz del sol era mucho más fuerte cuando Vanessa se tumbó encima de él, colocando la cabeza sobre su corazón. El cuerpo aún le vibraba de gozo.
– ¿Qué decías?
– Mmm… -susurró ella. El esfuerzo que le suponía abrir los ojos era ingente, por lo que los mantuvo cerrados-. ¿Yo?
– ¿Que no estabas segura de si yo qué?
– Ah… Que no estaba segura de si tenías alguna cita esta mañana.
Brady siguió acariciándole el cabello.
– Es domingo -le recordó-. La consulta está cerrada, pero tengo que ir al hospital para ver cómo está el señor Benson y un par de pacientes más. ¿Y tú?
– No mucho. Preparar las clases, ahora que tengo diez alumnos.
– ¿Diez? -preguntó Brady, muy sorprendido.
– Ayer, durante el picnic, me sometieron a una emboscada -confesó ella, tras abrir los ojos.
– Diez alumnos… ¡Vaya! Menudo compromiso. ¿Significa eso que estás pensando en volver a instalarte aquí?
– Al menos durante el verano. Todavía no he decidido si accederé a hacer una gira de conciertos en el otoño.
– ¿Qué te parece si salimos a cenar?
– Pero si todavía no hemos desayunado.
– Me refería a esta noche. Podríamos celebrar nuestro propio picnic con las sobras de ayer. Tú y yo solos.
– Me gustaría…
– Bien. ¿Por qué no empezamos bien el día?
Vanessa soltó una carcajada y le dio un beso en el torso.
– Pensaba que ya lo habíamos empezado bien.
– Lo que quería decir era que tú me podías frotar la espalda -replicó Brady. Con una sonrisa en los labios se incorporó y la sacó de la cama.