– Hazlo, -dijo mi madre-. Ha estado demasiado tranquilo por aquí. Pienso que necesitamos que un caballo anime las cosas.
– Sé que no existe Santa Claus, -dijo Mary Alice-, pero si hubiera, ¿piensas que le daría regalos a un caballo?
Todos nos enderezamos de un salto.
– Absolutamente.
– Por supuesto.
– Apuéstalo.
– Diablos, él le daría regalos a un caballo.
Mary Alice dejó de agitarse y pareció pensativa.
– Yo sólo me preguntaba, -dijo.
Angie miró a Mary Alice.
– Podría haber un Santa, -dijo Angie, muy seriamente.
Mary Alice contempló su plato. Tenía importantes decisiones que tomar.
Mary Alice no era la única atrapada entre la espada y la pared. Yo tenía a Diesel a un lado y a Morelli en el otro, y podía sentir el tirón de sus personalidades. No rivalizaban. Diesel estaba en un lugar completamente diferente de Morelli. Era más que sus campos de energía se cruzaban sobre mi espacio aéreo.
La Abuela saltó a mitad del postre.
– Miren la hora -dijo ella-. Tengo que irme. Bitsy Greenfield vendrá a recogerme, y ese esqueleto se irá sin mí si no estoy lista. Tenemos que llegar tempranos para éste. Es una ceremonia especial. Será sólo con entrada.
– Quizás no deberías conversar demasiado, -dije a la Abuela-. Las personas podrían no entender lo del trabajo artístico en tus dientes.
– No hay problema, -dijo ella-. Nadie en aquel gentío puede ver bastante bien para notar algo diferente. Porque todo el mundo está sufriendo [18] degeneración macular y cataratas, no tengo que ponerme ni siquiera maquillaje. Ser viejo tiene un montón de ventajas. Todo el mundo se ve bien cuando tienes cataratas
– De acuerdo, dime otra vez por qué ese tipo es tu nuevo mejor amigo, -dijo Morelli. Estábamos fuera en el pequeño pórtico trasero, agitando nuestros brazos para mantenernos calientes. Era el único lugar donde podíamos tener una conversación privada.
– Él busca a un tipo llamado Ring. Y piensa que Ring está de alguna manera conectado conmigo. Pero no lo sabemos. Por eso se queda cerca de mí hasta que lo solucionemos.
– ¿Cómo de cerca?
– No tan cerca.
Dentro de la casa mis padres y mi hermana sacaban regalos de escondites y los arreglaban bajo el árbol. Angie y Mary Alice estaban profundamente dormidas. La Abuela estaba lejos en algún sitio, probablemente con su studmuffin. Y Diesel había sido enviado en busca de baterías.
– Te tengo un regalo, -dijo Morelli, apretando con sus dedos el cuello de mi abrigo, y tirándome hacia él.
– ¿Es un regalo grande?
– No. Es uno pequeño.
De modo que eliminé el primer artículo en mi lista de deseos de Navidad. Morelli me dio una caja pequeña, envuelta en fino papel metálico rojo. Abrí la caja y encontré un anillo. Estaba hecho de bandas entrelazadas delgadas de oro y platino. Unido a las bandas habían tres zafiros azules, profundos y pequeños.
– Es un anillo de amistad, -dijo Morelli-. Intentamos la cosa del compromiso, y no funcionó.
– No todavía, de todas formas, -le dije.
– Sí, todavía no, -dijo él, deslizando el anillo en mi dedo.
Un sonido cristalino nos llegó en el aire frío. Oí detenerse un coche en el bordillo. Una puerta se abrió y se cerró. Y luego una segunda.
– No eres el único, -dijo la Abuela.
La voz masculina más profunda no nos llegó tan claramente.
– ¡Es la Abuela y el studmuffin! -Susurré a Morelli.
– Escucha, -dijo Morelli-, de verdad me gustaría quedarme pero tengo trabajo…
Abrí la puerta de la cocina.
– Olvídalo. Te quedas. No enfrentaré sola al studmuffin.
– Miren a quién tengo aquí, -anunció la Abuela a todos-. Este es mi amigo John.
Él medía sobre 1,80 cm., con pelo cano, un cutis rubicundo, y una constitución delgada. Llevaba lentes con cristales gruesos y estaba vestido para la ocasión con pantalones grises sueltos, zapatos informales de suela de goma, y una americana sport roja. La verdad es que la Abuela había arrastrado a casa a hombres bastante peores. Si John tenía partes artificiales, se las guardaba para él mismo. Por mí perfecto.
La Abuela no se veía tan acicalada. Su lápiz labial estaba corrido, y su pelo estaba parado en punta.
– ¡Vaya!, -me susurró Morelli.
Extendí mi mano al studmuffin.
– Soy Stephanie, -dije.
Él sacudió mi mano y mi cuero cabelludo hormigueó y una chispa diminuta pasó entre nosotros.
– Soy John Ring, -dijo.
Diablos. Así que esta era la conexión. Esta era la razón por la que Diesel cayó en mi cocina.
– Justo esta noche está lleno de electricidad estática, -dijo la Abuela-. Vamos a tener que frotarlo con uno de esos paños con suavizante.
– Siento no haber podido venir a cenar, -dijo Ring-. Tuve un día agotador. -Se acercó más, ajustó sus gafas, y me escudriñó-. ¿La conozco? Me parece familiar, en cierta forma.
– Es una cazarrecompensas, -dijo la Abuela-. Captura a los tipos malos.
Zzzzzt. Una serie de chispas chisporrotearon de la cabeza de Ring.
– ¿No es rara la forma en que puede hacer eso? -dijo la Abuela-. Ha estado haciéndolo toda la noche.
Mi madre con astucia se santiguó y retrocedió. Morelli me acercó, presionándose contra mi espalda, con su mano en mi nuca.
– Mira el vello de mi brazo, -dijo Kloughn-. Está todo erizado. ¿Por qué creen que sucede? Caray, me da escalofríos. ¿Creen que significa algo? ¿Qué se supone que significa?
– El aire está totalmente seco, -dije-. A veces el vello no se queda abajo cuando el aire está muy seco.
Aquí estaba yo, cara a cara con Ring, Diesel andaba en busca de baterías, y yo no tenía ni una pista acerca de qué hacer. Mi corazón se saltaba latidos, y vibraba de pies a cabeza. Podía sentir las sacudidas atravesando las suelas de mis zapatos.
– Necesito un [19] Slurpee, -dije a la Abuela y a Ring-. ¿Vamos al [20] 7-Eleven y compramos uno?
– ¿Ahora? -dijo la Abuela-. Acabamos de llegar.
– Sí. Ahora. En verdad necesito un Slurpee.
Lo que necesitaba era sacar a Ring de la casa de mis padres. No lo quería cerca de Angie y Mary Alice. No lo quería cerca de mi mamá y papá.
– Tal vez podrías quedarte aquí y ayudar a envolver los regalos, -dije a la Abuela-. Y el Sr. Ring podría darme un aventón al 7-Eleven. Eso nos dará una oportunidad para conocernos.
Zzzzt. Zzzzzt. Al Sr. Ring no pareció gustarle la idea.
– Es sólo una sugerencia, -dije.
La mano de Morelli estaba firme en mi cuello, y Ring tomó un par de alientos profundos.
– ¿Estás bien? -La Abuela preguntó a Ring-. No te ves demasiado bien.
– Estoy… emocionado, -dijo-. P-p-por conocer a tu familia. -Zzzt.
Se veía que Ring tenía un problema de control. Se le escapaba la electricidad. Y él parecía tan incómodo con su situación como lo estaba yo.
– Bien, -dijo, forzando una sonrisa-, esta es una familia divirtiéndose típicamente en Navidad, ¿verdad? -Zzzzt. Se limpió una gota de sudor de su frente. Zzzt. Zzzt-. Y es un Árbol de Navidad precioso.
– Pagué quince dólares por él, -dijo mi padre.
Zzzt.
Al árbol le quedaban aproximadamente doce agujas y era yesca seca. Mi padre diligentemente lo regaba todos los días, pero este árbol murió en julio.
Ring extendó la mano, tocó fugazmente el árbol, y ardió en llamas.
– Mierda santa, -chilló Kloughn-. Fuego. ¡Fuego! Saquen a los niños de la casa. Saquen al perro. Saquen el jamón.
El fuego se extendió por el algodón envuelto alrededor de la base del árbol y luego a los regalos. Una veta de fuego subió a toda velocidad por una cortina cercana.
– Llamen al 911, -dijo mi madre-. Llamen a la compañía de bomberos. ¡Frank, trae el extintor de la cocina!
Mi papá se volvió hacia la cocina, pero Morelli ya tenía el extinguidor en la mano. Momentos después, estabamos parados aturdidos, boquiabiertos, contemplando el lío. El árbol había desaparecido. Los regalos se habían esfumado. La cortina estaba hecha jirones.
John Ring se había ido.
Y Diesel no había vuelto.
Hubo una serie de fuertes explosiones afuera y por la ventana vimos el cielo iluminarse, brillante como el día. Y luego todo quedó oscuro y tranquilo.
– ¡Vaya!, -dijo mi papá.
La Abuela miró alrededor.
– ¿Dónde está John? ¿Dónde está mi studmuffin?
– Querrá decir [21] Sparky, -dijo Kloughn-. ¿Entiende? ¿Sparky?
– Parece que se marchó, -dije.
– Hunh, como todo hombre, -dijo la Abuela-. Incendia tu Árbol de Navidad y luego se para y se va.
Morelli puso el extintor a un lado y torció su brazo alrededor de mi cuello.
– ¿Hay algo que quieras decirme?
– No lo creo.
– No vi nada de esto, -dijo Morelli-. No vi las chispas desprendiéndose de su cabeza. Y no le vi incendiar el árbol
– Yo tampoco, -le dije-. No vi nada, en absoluto.
Todos nos quedamos parados allí algunos momentos más sin decir nada. No hubo palabras. Sólo conmoción. Y tal vez algo de negación.
Una voz baja, y soñolienta rompió el silencio.
– ¿Qué pasó? -preguntó Mary Alice.
Estaba en la escalera en pijama. Angie estaba detrás de ella.
– Tuvimos un incendio, -dijo mi mamá.
Mary Alice y Angie se acercaron al árbol. Mary Alice estudió las cajas carbonizadas. Alzó la vista hacia mi mamá.
– ¿Eran los regalos de la familia?
– Sí.
Mary Alice estaba seria. Pensaba. Miró a Angie. Y ella miró a la Abuela.
– Está bien, -dijo finalmente-, porque lamentaría que los regalos de Santa se hubiesen quemado. -Mary Alice se subió al sofá y se sentó con las manos dobladas en su regazo-. Voy a esperar a Santa, -dijo.
– Pensé que no creías en Santa, -dijo la Abuela.
– Diesel dijo que es importante creer en las cosas que te hacen feliz. Él estuvo en mi cuarto justo ahora, y me dijo que se marchaba, pero que Santa Claus vendría a visitarnos esta noche.
– ¿Tenía un caballo con él? -preguntó la Abuela-. ¿O un reno?
Mary Alice sacudió su cabeza.
– Solamente Diesel.
Angie se subió al lado de Mary Alice.
[18] Degeneración macular: La máculea lútea es la mancha amarilla ovalada en el centro de la retina (fondo del ojo) que permite al ojo percibir detalles finos (agudeza visual). (N. de la T.)
[19] Slurpee: Una bebida parcialmente congelada que viene en varios sabores de fruta y de soda. Fue primero inventada y comenzó a ser vendida por 7-Eleven. (N. de la T.)
[20] 7-Eleven: es un conglomerado internacional que hace funcionar la cadena más grande de pequeñas tiendas a menudo localizadas junto a caminos ocupados, o en gasolineras en veinte países. Al principio, estas tiendas solían estar abiertas de las 7°° a las 23°° hrs., de ahí el nombre; sin embargo, la mayor parte de las tiendas 7-Eleven están ahora abiertas las veinticuatro horas del día, los siete días a la semana. (N. de la T.)