– Con el edificio Tyrone Power nos basta.

– Muy bien.

Cuando llegaron, les estaba esperando otro hombre de uniforme: Serrurier. A instancias de Meachum, el guarda abrió la puerta de la zona de recepción y la del despacho de Aliso. Después, Meachum le ordenó que regresara a su trabajo.

Meachum no había exagerado demasiado al llamarlo cuchitril; Bosch, Rider y Meachum estaban tan apretujados que casi podían notarse el aliento. Apenas había espacio para una mesa, una silla y un archivador de cuatro cajones. Una de las paredes estaba decorada con los carteles de dos películas clásicas: Chinatown y El padrino, ambas rodadas en la Paramount, que tenía sus estudios en esa misma calle. En la pared opuesta, Aliso había contrastado aquellos carteles con dos de sus propias producciones: El arte de la capa y Víctima del deseo. A ellos se añadía algún cuadro de menor tamaño y fotos enmarcadas que mostraban a Aliso en compañía de famosos. La mayoría habían sido tomadas en aquel mismo despacho, con Aliso y el famoso de pie detrás de la mesa.

Primero, Bosch se fijó en los dos carteles. Ambos llevaban el imprimátur «Anthony Aliso Presenta», pero fue el de Víctima del deseo el que capturó su atención. Debajo del título se veía a un hombre vestido de blanco con una pistola en la mano y un gesto de desesperación en el rostro. En primer plano, una mujer con una larga cabellera negra enmarcaba la imagen y lo miraba con ojos sensuales. Todo y con ser una copia barata del cartel de Chinatown, tenía algo cautivador. Una de las razones era que la mujer, naturalmente, era Verónica Aliso.

– Una tía guapa -comentó Meachum a su espalda.

– Es su mujer.

– Ya lo veo. Parece la protagonista, pero no me suena su nombre.

– Sí, creo que ésa fue su única oportunidad.

– Pues era guapa. Aunque dudo mucho que lo siga siendo.

Bosch estudió aquella mirada en el cartel mientras pensaba en la mujer que acababa de conocer hacía apenas una hora. Sus ojos eran igual de oscuros y brillantes, con las mismas crucecitas de luz en cada pupila.

A continuación, Bosch se fijó en las fotos enmarcadas. Lo primero que le llamó la atención fue que en una de ellas aparecía Dan Lacey, el actor que lo había interpretado a él en una película para televisión sobre la búsqueda de un asesino en serie. La productora había pagado una considerable suma de dinero a Bosch y a su compañero por utilizar sus nombres y emplearlos como asesores durante el rodaje. Su compañero tomó el dinero y corrió; es decir, se retiró y se marchó a México. Bosch, por su parte, se compró una casa en las colinas. Él no podía huir; aquel trabajo era su vida.

Bosch se volvió y examinó el resto del despacho. En la pared de la entrada había unos estantes repletos de guiones y cintas de vídeo, pero ni un solo libro aparte de un par de catálogos de actores y directores.

– De acuerdo -dijo Bosch-. Chuckie, tú quédate en la puerta y obsérvanos, tal como has dicho. Kiz, tú empieza por la mesa mientras yo miro el archivador.

Como el archivador estaba cerrado con llave, Bosch tardó unos diez minutos en abrirlo con la ganzúa que llevaba en el maletín. Luego se pasó una hora hojeando las carpetas, que contenían una gran cantidad de documentos relacionados con la financiación de varios largometrajes. Aunque Bosch nunca había oído hablar de ellos, no le extrañó demasiado dada su ignorancia sobre el cine y lo que le había contado Verónica Aliso. Con sólo ojear las facturas, vio que TNA había pagado importantes sumas de dinero a varias compañías de servicios cinematográficos durante la producción de las películas. Y lo que más le sorprendía era el tren de vida que Aliso había conseguido financiar desde aquel despacho miserable.

Cuando acabó con el cuarto y último cajón, Bosch se levantó y estiró un poco los músculos. Al hacerlo, sus vértebras entrechocaron como fichas de dominó. Entonces su vista se posó en Rider, que seguía registrando los cajones de la mesa.

– ¿Encuentras algo?

– Un par de cosas interesantes, pero ningún arma humeante, si es a eso a lo que te refieres. Aquí hay una notificación de Hacienda, que por lo visto iba a hacerle una auditoria el mes que viene. Aparte de eso, he encontrado correspondencia entre Tony Aliso y Saint John, el guionista de moda que mencionó la señora Aliso. Hay algunas palabras fuertes, pero nada amenazador. Aún me queda un cajón.

– En los archivos hay mucha cosa, sobre todo financiera. Vamos a tener que volver a examinarlo todo y me gustaría que lo hicieras tú. Qué, ¿te ves capaz?

– Sí. De momento los papeles parecen los de cualquier empresa; la única diferencia es que el producto que fabrican son películas.

– Salgo un momento a fumarme un pitillo. Cuando acabes, cambiamos; tú te encargas de los archivos y yo de la mesa.

– Buena idea.

Antes de salir, Bosch recorrió con la mirada los estantes de la pared de la entrada. Leyó los títulos de las cintas de vídeo y se detuvo cuando localizó la que estaba buscando: Víctima del deseo. Harry la puso en la pila de lo que se iban a llevar a la comisaría y observó que la carátula era idéntica al cartel. Rider le preguntó qué era.

– Es la película de Verónica Aliso -contestó Bosch-. Quiero verla.

– Ah, yo también.

Ya fuera, en un pequeño patio, Bosch encendió un cigarrillo junto a una estatua de bronce que supuso que sería de Tyrone Power. El aire era frío y el humo en el pecho le ayudaba a entrar en calor. En aquel momento reinaba un silencio absoluto en los estudios de rodaje.

Bosch se acercó hasta una papelera situada junto a un banco del patio y la usó de cenicero. Fue entonces cuando se fijó en que había una taza rota en el fondo, así como varios bolígrafos y lápices. En uno de los fragmentos de la taza, Harry distinguió el logotipo del Archway: el Arco del Triunfo sobre un sol naciente. Bosch se disponía a agacharse para recoger una estilográfica de oro de la marca Cross cuando oyó la voz de Meachum y se volvió.

– Esa chica llegará lejos, ¿no?

Meachum estaba encendiendo un cigarrillo.

– Eso dicen. Es nuestro primer caso juntos. No la conozco demasiado bien y, por lo que he oído, no hace falta que me esfuerce porque va directa a la Casa de Cristal.

Meachum asintió y arrojó la ceniza al suelo. A continuación levantó la vista hacia el tejado e hizo un gesto de saludo. Al mirar en esa dirección, Harry descubrió una cámara de seguridad instalada en la parte inferior del alero del tejado.

– No te molestes -le aconsejó Bosch-. No te ve. Está leyendo el artículo sobre el partido de los Dodgers de ayer por la noche.

– Es muy posible. Hoy en día es dificilísimo conseguir gente competente; sólo encuentro tíos que se pasan todo el santo día dando vueltas en esos cochecitos de golf para que alguien los descubra, como a Clint Eastwood. El otro día uno se me estampó contra una pared porque se puso a hablar con un par de ejecutivos creativos que pasaban. Ejecutivos creativos… menuda contradicción.

Bosch permaneció en silencio, porque no tenía el menor interés en todo aquello.

– Deberías venir a trabajar aquí, Harry. Ya llevas veinte años en la policía, ¿no? Pues te retiras y vienes a trabajar para mí. Te aseguro que tu calidad de vida mejorará muchísimo.

– No, gracias, Chuck. No me imagino paseando en uno de tus cochecitos de golf.

– Bueno, ahí queda la oferta. Cuando quieras, colega.

Bosch apagó el cigarrillo contra la parte exterior de la papelera y arrojó la colilla dentro. Había decidido no registrarla con Chuckie Meachum presente, así que anunció que regresaba adentro.

– Bosch, tengo que decirte algo.

Harry se volvió hacia Meachum.

– Oye, yo no puedo dejarte llevar nada sin que exista una orden judicial. He oído lo que decías sobre esa cinta de vídeo y ya he visto que ella está apilando cosas para llevárselas, pero no puede ser.


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