– Detective Bosch -le llamó Felton.
Harry se volvió.
– Haré lo que pueda por usted, pero este caso es muy importante para nosotros, ¿me entiende?
Bosch salió del despacho. Felton carecía de tacto. Estaba claro que Bosch quedaba en deuda con él. No hacía falta que se lo recordase.
Bosch pasó por delante de la primera sala de interrogatorios, donde habían dejado a Goshen, y abrió la puerta de la segunda. Allí sentado, con las manos esposadas a la pata de la mesa, estaba Dandi Flanagan. Tenía la nariz hinchada como una patata y con algodón en los agujeros. Flanagan alzó sus ojos inyectados en sangre y reconoció a Bosch, que salió de allí sin pronunciar una sola palabra.
Eleanor Wish estaba al otro lado de la tercera puerta. Aunque su pelo revuelto dejaba claro que los policías de la Metro la habían sacado de la cama, mostraba la mirada atenta y salvaje de un animal acorralado. A Harry, aquello le llegó al alma.
– Lo siento, Eleanor.
– ¿Por qué? ¿Qué has hecho?
– Ayer, cuando te vi en el vídeo del Mirage, le pedí a Felton, al capitán de policía, que me diese tu número y dirección porque no estabas en la guía. Sin que yo lo supiera, pasó tu nombre por el ordenador y descubrió tus antecedentes. Luego, por su cuenta, ordenó a sus hombres que te fueran a buscar esta mañana -explicó Bosch-. Es por el asunto de Tony Aliso.
– Ya te lo he dicho; no lo conocía. Me tomé una copa con él una vez -protestó-. ¿Me han traído a comisaría porque me tocó jugar en su mesa?
Eleanor sacudió la cabeza y desvió la mirada. Su rostro reflejaba una gran ansiedad; ella sabía que, a partir de ese momento, las cosas serían siempre así. Sus antecedentes penales se lo garantizaban.
– Tengo que preguntarte una cosa. Quiero aclararlo y sacarte de aquí.
– ¿Qué?
– Háblame de ese tal Terrence Quillen.
Bosch detectó la sorpresa en su mirada.
– ¿Quillen? ¿Qué tiene él…? ¿Sospecháis de él?
– Eleanor, ya sabes cómo funciona esto. Yo no puedo decirte nada; eres tú la que tienes que hablar. Simplemente responde a la pregunta. ¿Conoces a Terrence Quillen?
– Sí.
– ¿Cómo lo conociste?
– Él se me presentó hace medio año cuando salía del Flamingo. Yo llevaba en Las Vegas cuatro o cinco meses; comenzaba a estar instalada y jugaba unas seis noches a la semana. Él me explicó la situación. No sé cómo, pero sabía cosas sobre mí; quién era y que acababa de salir de la cárcel. Me contó que había un impuesto callejero, que yo tenía que pagarlo y que si no lo hacía tendría problemas. Me aseguró que si lo pagaba, él me protegería y se ocuparía de mí si me metía en algún lío. Ya sabes cómo va; puro chantaje.
En ese momento Eleanor rompió a llorar. Bosch tuvo que emplear toda su fuerza de voluntad para no levantarse y abrazarla.
– Estaba sola y asustada -prosiguió-. Así que le pagué. Le pago cada semana. Qué otra cosa podía hacer… No tenía nada ni nadie a quién acudir.
– Qué cerdo -maldijo Bosch en voz baja.
Finalmente Harry se levantó y la abrazó.
– No va a pasarte nada -susurró, mientras la besaba en la cabeza-. Te lo prometo, Eleanor.
Bosch permaneció así unos segundos, mientras ella sollozaba silenciosamente. Entonces Iverson irrumpió en la habitación, con un palillo en la boca.
– ¡Vete a la mierda, Iverson! -le soltó Bosch.
El detective cerró la puerta lentamente.
– Lo siento -se disculpó Eleanor-. Te he metido en un lío.
– No. Todo es culpa mía.
Al cabo de unos minutos Bosch regresó al despacho de Felton, que lo miró sin decir nada.
– Eleanor Wish estaba pagando a Quillen para que la dejara en paz -le dijo Bosch-. Doscientos dólares a la semana; nada más. No sabe nada de nada. Por pura casualidad se sentó en la misma mesa que Aliso el viernes. Está libre de sospecha, así que suéltela.
Felton se echó hacia atrás y se dio unos golpecitos en el labio con un bolígrafo. Era su pose de gran pensador.
– No sé -concluyó.
– De acuerdo. Hagamos un trato. Si usted la suelta, yo llamo a mi gente.
– ¿Y qué les dirá?
– Que he recibido un trato excelente en la Metro y que deberíamos trabajar conjuntamente en el caso. Les contaré que vamos a apretarle los tornillos a Goshen para que acuse al Marcas, que fue quien dio la orden de matar a Tony Aliso: dos por el precio de uno. Les diré que lo mejor es que la operación se lleve desde aquí porque la Metro conoce mejor el terreno y a los sospechosos -propuso Bosch-. Qué, ¿trato hecho?
Felton se dio unos golpecitos más en el labio antes de ofrecerle a Bosch su propio teléfono.
– Llame ahora mismo -le rogó-. Y cuando haya hablado con su jefe, pásemelo. Quiero hablar con él.
– Con ella -le corrigió Bosch.
– Lo que sea.
Media hora más tarde Bosch conducía un coche con Eleanor Wish hecha un ovillo en el asiento de delante. La llamada a la teniente Billets había surtido efecto, y Felton cumplió su parte del trato: soltar a Eleanor. Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Cuando por fin Eleanor Wish había logrado volver a empezar, iniciar una nueva vida, los cimientos en los que se sustentaban su confianza, orgullo y seguridad se habían hundido bajo sus pies. Lo peor era que todo era culpa de Bosch, y él lo sabía. Conducía en silencio, sin saber qué decir o hacer para mejorar la situación. A Harry le afectaba profundamente porque estaba ansioso por ayudarla. Aunque hacía cinco años que no la veía, Eleanor nunca había dejado de estar ahí, incluso cuando hubo otras mujeres. Una vocecita interior siempre le recordaba que Eleanor Wish era la mujer de su vida. La pareja perfecta.
– Siempre vendrán a por mí -dijo ella en voz baja.
– ¿Qué?
– ¿Conoces esa película de Humphrey Bogart en que el policía dice: «Traed a los sospechosos habituales»? Pues ésa soy yo. Hasta ahora no me había dado cuenta de que soy uno de los sospechosos habituales. Supongo que debería darte las gracias por abrirme los ojos.
Bosch no dijo nada. No sabía qué contestar porque ella tenía toda la razón.
Al cabo de unos minutos, llegaron a su apartamento. Bosch la acompañó adentro y la sentó en el sofá.
– ¿Estás bien?
– Sí.
– Cuando puedas, echa un vistazo y asegúrate de que no se han llevado nada.
– Tampoco tengo nada.
Bosch dirigió la vista a la reproducción de Aves nocturnas que colgaba de la pared. En el cuadro se veía una cafetería solitaria en una noche oscura. Dentro había un hombre y una mujer juntos, y un hombre solo. Bosch siempre se había identificado con el hombre solo, pero en ese momento vio la pareja y no estuvo seguro.
– Eleanor-le dijo-. Tengo que irme. Volveré en cuanto pueda.
– Muy bien. Gracias por sacarme de allí.
– ¿Tendrás cuidado?
– Sí, claro.
– ¿Me lo prometes?
– Te lo prometo.
De vuelta en la comisaría, Iverson estaba esperando a Harry para interrogar a Goshen. Felton había accedido a dejarlo en manos de Bosch, ya que seguía siendo su caso.
Antes de entrar en la sala de interrogación, Iverson le dio una palmada a Bosch en el hombro.
– Oye, no sé que relación tienes con esa mujer, y supongo que ya no importa porque el capitán la ha soltado, pero como vamos a trabajar juntos, bueno…, quería aclarar las cosas. No me ha hecho ninguna gracia la forma en que me has hablado, mandándome a la mierda y todo eso.
Bosch lo observó un instante y se preguntó si el palillo que tenía en la boca sería el mismo de antes.