– Y entonces, ¿qué?
– Haz lo que tengas que hacer aquí lo más rápido posible y luego nos llevaremos todo a la nave. ¿Sabes si está ocupada ahora mismo?
– No, creo que no -respondió Donovan, vacilante-. ¿Qué quieres decir con «todo»? ¿El cadáver también?
Bosch asintió.
– En la nave podrás trabajar mejor, ¿no?
– Mucho mejor, pero ¿qué me dices del forense? Él tiene que autorizar el levantamiento del cadáver.
– De eso ya me encargo yo. Vosotros aseguraos de que tenéis fotos e imágenes en vídeo antes de ponerlo en la grúa por si algo se mueve durante el traslado. Pero primero tomadle las huellas dactilares y pasádmelas.
– De acuerdo.
Donovan se dirigió a Quatro para explicarle el procedimiento y Bosch se volvió hacia Edgar y Rider.
– Muy bien, de momento seguimos con el caso. Si teníais planes para hoy, ya podéis anularlos; va a ser una noche muy larga-les advirtió-. Os cuento el plan.
»Kiz, tú vas a ir casa por casa. -Bosch señaló la cima de la colina-. Ya conoces el procedimiento; preguntar si alguien vio el Rolls y averiguar cuánto tiempo lleva aquí. A ver si hay suerte y encontramos a alguien que oyera el eco de los disparos. Primero tenemos que determinar la hora en que ocurrió el asesinato y después…, ¿tienes teléfono?
– No, tengo la radio del coche.
– No nos sirve. Hay que evitar a toda costa hablar de esto por radio.
– Puedo usar el teléfono de alguna casa.
– Muy bien. Llámame en cuanto termines o ya te avisaré yo por el busca. Después, según como vaya la cosa, tú y yo iremos a dar la noticia al pariente más cercano o a su oficina.
Rider asintió y Bosch se volvió hacia- Edgar.
Jerry, tú vas a trabajar desde la comisaría. Lo siento; te ha tocado el papeleo.
Joder. La nueva es ella.
– Pues la próxima vez no te presentes en camiseta. No puedes llamar a la puerta de la gente vestido así.
– Tengo una camisa en el coche. Me cambio y punto.
– Otra vez será; hoy vas a escribir los informes. Pero antes me gustaría que comprobaras el nombre de Aliso en el ordenador. El permiso de conducir es del año pasado, así que Tráfico tendrá sus huellas dactilares en su base de datos. Trata de encontrar a alguien de Huellas que lo compare con las que Art está tomando del cadáver ahora mismo. Quiero confirmar la identidad lo antes posible.
– Pero si en Huellas no habrá nadie… Art es el único que está de servicio. ¿Por qué no lo hace él?
– Porque va a estar ocupado; tendrás que sacar a alguien de la cama. Necesitamos la identificación.
– Lo intentaré, pero no puedo…
– Muy bien. Después llama a todos los coches base de esta zona y pregúntales si habían visto el Rolls. Powers, el agente que encontró el cadáver, te dará las fichas con las entrevistas de campo de los chicos que suelen merodear por aquí. Quiero que compruebes los nombres en el ordenador antes de empezar a escribir informes.
– A este paso no empezaré ni el lunes que viene.
Bosch no le hizo caso.
– Yo me quedo con el cadáver -explicó-. Si no puedo moverme, Kiz, tú irás a su despacho y yo ya me encargaré de la notificación a la familia. ¿Todo claro?
Rider y Edgar asintieron. Bosch notó que Edgar seguía enfadado por algo.
– Ya puedes irte, Kiz.
Harry esperó a que Rider se hubiera alejado.
– ¿A qué viene esa cara, Jerry?
– Sólo quiero saber si de ahora en adelante las cosas van a funcionar así. ¿Me va a tocar a mí todo el marrón mientras la princesa patina sobre el hielo?
– Yo no te haría eso y tú lo sabes. Anda, dime qué te preocupa.
– Pues que no estoy de acuerdo con tus decisiones. En mi opinión, deberíamos llamar a Crimen Organizado ahora mismo. Esto tiene toda la pinta de ser uno de sus casos, pero parece que no quieras llamarles porque llevas demasiado tiempo esperando una oportunidad. Eso es lo que me preocupa. -Edgar hizo un gesto para subrayar que era obvio y continuó-:
Harry, no tienes que demostrar nada. Y nunca van a faltar cadáveres; estamos en Hollywood, ¿recuerdas? Yo creo que deberíamos pasar de este caso y esperar el siguiente.
– Puede ser -contestó Bosch-. Es muy probable que tengas razón, pero el jefe soy yo y vamos a hacerlo a mi manera. Primero voy a llamar a Billets para contarle lo que tenemos y después avisaré a la DCO. Aunque ellos decidan llevar el caso, a nosotros nos seguirá tocando una parte. Así que hagámosla bien, ¿de acuerdo?
Edgar asintió, no muy convencido.
– Queda constancia de que no estás de acuerdo, ¿vale?
– Vale.
En ese momento llegó la camioneta del forense con Richard Matthews al volante. Estaban de suerte. Bosch sabía que Matthews no era tan celoso de su territorio como otros y que podría convencerlo para trasladarlo todo a la nave del equipo de Huellas. Matthews comprendería que no quedaba otra salida viable.
– Llámame luego -le recordó Bosch a Edgar, que se despidió con gesto malhumorado.
Cuando Bosch se quedó por fin solo, entre los peritos que trabajaban en la escena del crimen, se detuvo a pensar en lo mucho que disfrutaba de su trabajo. El comienzo de un caso siempre lo excitaba de esa manera, y en ese momento se dio cuenta de lo mucho que había añorado esa sensación durante el último año y medio.
Sin embargo, Harry en seguida apartó esas reflexiones de su mente. Justo cuando se encaminaba hacia la camioneta del forense para hablar con Matthews, se produjo un estallido de aplausos. Sherezade había terminado.
La nave era una estructura prefabricada de la Segunda Guerra Mundial instalada en el patio de atrás del Parker Center, allí donde se almacenaba el material de Servicios Urbanos. No tenía ventanas; sólo una gran puerta de garaje. El interior estaba pintado de negro y hasta la última grieta o resquicio había sido tapada con cinta adhesiva. Unas gruesas cortinas negras acababan de impedir que se filtrara luz, con lo que el interior quedaba más negro que el corazón de un usurero. Los peritos que trabajaban allí la llamaban «la cueva».
Mientras descargaban el Rolls del camión, Bosch se llevó el maletín a la nave y sacó su teléfono móvil para llamar a la División contra el Crimen Organizado, una sociedad secreta dentro de un departamento ya de por sí muy cerrado. Bosch sabía poco sobre aquella unidad y apenas conocía a detectives que pertenecieran a ella. La DCO era, pues, una fuerza misteriosa, incluso dentro de la propia policía. Pocos sabían qué hacía exactamente, lo cual engendraba las inevitables sospechas y celos.
Los demás detectives solían llamar a los detectives de la DCO «manguis», porque les robaban los casos y a menudo no los solucionaban. Bosch los había visto agenciarse muchas investigaciones sin que de aquello resultaran demasiadas detenciones de mafiosos. La DCO era la única división del departamento con un presupuesto secreto, que se aprobaba en una sesión a puerta cerrada por el jefe de policía y una comisión que le decía a todo amén. A partir de ese momento, el dinero se esfumaba para pagar a confidentes e investigadores y adquirir material de tecnología punta. Lo peor era que muchos casos también desaparecían por esos mundos subterráneos.
Bosch le pidió a la telefonista que pasase su llamada al oficial de servicio en la División ese fin de semana. Mientras esperaba la conexión, volvió a pensar en el hombre del maletero. Anthony Aliso, si es que era él, se lo había visto venir y había cerrado los ojos. Bosch esperaba que en su caso no fuera así. Él no quería saberlo.
– ¿Diga? -La voz interrumpió sus pensamientos.
– Sí, hola. Soy el detective Harry Bosch, estoy al cargo de un caso de homicidio en Hollywood. ¿Con quién hablo?
– Me llamo Dom Carbone. Me ha tocado el turno del fin de semana. ¿Vas a fastidiármelo?
– Puede ser. -Bosch intentó pensar. El nombre le resultaba vagamente familiar, pero no acababa de situarlo. Sin embargo, estaba seguro de que nunca habían trabajado juntos-. Por eso llamo. Puede que os interese echarle un vistazo.