– De acuerdo. Ábrelo -ordenó Donovan.
Bosch, que llevaba una linterna de bolsillo para guiarse en la oscuridad, se acercó a la puerta del conductor y tiró de la palanquita que abría el maletero. Poco después el hedor a muerte invadía toda la nave.
A Bosch le pareció que el cadáver no se había movido durante el traslado. No obstante, presentaba un aspecto mucho más fantasmagórico a la dura luz del láser. La cara parecía la calavera de uno de esos esqueletos fluorescentes de los parques de atracciones. Y la sangre de la herida parecía más negra; todo lo contrario de las astillas de hueso, que eran de un blanco reluciente.
En la ropa brillaban algunos cabellos e hilos finos. Bosch se acercó con unas pinzas y un tubo de plástico -como los usados para guardar monedas de cincuenta centavos- y fue recogiendo las posibles pruebas. Era un trabajo minucioso, aunque poco interesante puesto que ese tipo de fibras se podían encontrar en cualquier persona en cualquier momento. Cuando hubo acabado, Bosch le dijo a Donovan:
– La cazadora. La levanté yo para buscar la cartera.
– Vale. Vuélvela a colocar como estaba.
Bosch lo hizo y, allí, en la cadera de Aliso, apareció otra pisada. Era muy parecida a la del parachoques, pero más completa. En el talón se apreciaban unas líneas que irradiaban de un círculo, en cuyo interior parecía estar grabado el nombre de la marca. Desgraciadamente era totalmente ilegible.
Tanto si lograban identificar el zapato como si no, Bosch sabía que era un buen hallazgo ya que aquello significaba que el asesino había cometido un error. Uno como mínimo. Al menos eso les hacía abrigar la esperanza de que tarde o temprano aparecerían otras equivocaciones que los conducirían hasta el culpable.
– Coge el láser.
Bosch lo hizo y Donovan volvió a fotografiar el cadáver.
– Estoy sacando fotos para el informe, pero antes de que se lo lleven le quitaremos la chaqueta -explicó el perito.
A continuación Donovan pasó el láser por la cara interna de la puerta del maletero, lo cual provocó la aparición de varias huellas dactilares, casi todas de pulgares. Alguien debía de haber apoyado la mano mientras cargaba o descargaba cosas. Muchas de las huellas se superponían, lo cual indicaba que eran viejas. Bosch dedujo que seguramente pertenecían a la propia víctima.
– Haré unas fotos, pero no te hagas ilusiones -le advirtió Donovan.
– Ya lo sé.
Finalmente Donovan depositó la vara y la cámara encima de la caja del láser.
– Vale, ¿por qué no sacamos al tío del coche, lo ponemos allá y le damos una pasada rápida con el láser antes de que se lo lleven?
Sin esperar una respuesta, el perito volvió a encender los fluorescentes y todos se taparon los ojos con las manos, deslumbrados por aquella luz cegadora. Momentos más tarde, Matthews y sus ayudantes comenzaron a trasladar el cadáver a una camilla con ruedas donde habían desplegado una bolsa de plástico negra.
– Es un tipo tranquilo, ¿no? -bromeó Matthews cuando depositaron el cuerpo.
– Sí -convino Bosch-. ¿Qué opinas?
– Yo diría que entre cuarenta y dos y cuarenta y ocho horas. Déjame echar un vistazo y te cuento.
Pero antes de que pudiera hacerlo, Donovan volvió a apagar la luz y comenzó a recorrer todo el cuerpo con el láser, empezando por la cabeza. Aquella luz blanca hacía que las lágrimas que se acumulaban en las cuencas oculares brillaran con fuerza. En el rostro del hombre también descubrieron un par de cabellos y fibras, que Bosch recogió de inmediato, y una ligera abrasión en la mejilla derecha, oculta hasta entonces por la postura del cuerpo en el maletero.
– Podrían haberle pegado o tal vez lo hicieron al meterlo en el maletero -dijo Donovan.
De pronto, el perito se animó.
– Vaya, vaya.
La luz del láser mostraba la huella de toda una mano en el hombro derecho de la cazadora de cuero y dos pulgares borrosos, uno en cada solapa. Donovan se agachó para examinar las huellas de cerca.
– Este cuero está tratado con una sustancia que no absorbe los ácidos de las huellas dactilares. Hemos tenido mucha suerte, Harry. Si el tío llega a llevar cualquier otra chaqueta, ya te podrías olvidar. La mano está perfecta y los pulgares no han… Bueno, creo que podemos recogerlo todo con un poco de cola. A ver debajo de las solapas.
Bosch alzó cuidadosamente la solapa izquierda, dejando a la vista cuatro huellas más. Lo mismo ocurrió al levantar la derecha. Estaba claro que alguien había agarrado a Tony Aliso por las solapas.
Donovan silbó.
– Parecen dos personas distintas. Mira el tamaño de los pulgares de la solapa y el de la mano en el hombro. Yo diría que la mano es más pequeña, quizá de una mujer, no lo sé. En cambio, las manos que cogieron a este hombre por las solapas eran muy grandes.
Donovan sacó unas tijeras de una caja de herramientas y, con mucho cuidado, cortó la cazadora para poder quitársela al cadáver. A continuación Bosch la sostuvo mientras Donovan la recorría con el láser, pero no encontraron nada aparte de la pisada y las huellas dactilares que ya habían visto. Bosch fue a colgar la chaqueta en el respaldo de una silla y regresó en el momento en que Donovan pasaba el láser por las extremidades inferiores.
– ¿Qué más? -le preguntó al cadáver-. Venga, cuéntanos más cosas.
En los pantalones aparecieron algunos hilos y manchas viejas, pero nada les llamó la atención hasta que llegaron a las vueltas. Bosch desdobló la de la pernera izquierda y en el pliegue encontró una gran cantidad de polvo y fibras, así como cinco partículas de un material dorado. Bosch las cogió con las pinzas y las metió en otro tubo de plástico. En la vuelta izquierda encontró otras dos partículas iguales.
– ¿Qué es? -preguntó.
– Ni idea. Parece purpurina, pero no lo sé.
Para terminar Donovan pasó el láser por los pies descalzos del cadáver. Estaban limpios, lo cual indicaba que debieron de quitarle los zapatos después de meterlo en el maletero.
– Vale, ya está -concluyó Donovan.
Cuando encendieron las luces Matthews comenzó a manipular el cadáver: movió las articulaciones, le desabrochó la camisa para comprobar el nivel de lividez, le abrió los ojos y le hizo rotar la cabeza. Mientras tanto, Donovan se paseaba por la nave a la espera de que terminara el perito forense para poder continuar su trabajo con el láser.
– Harry, ¿quieres mi «oceo» sobre el caso? -preguntó.
– ¿«Oceo»?
– Opinión Científica a Ojímetro.
– Sí -contestó Bosch, divertido-. Dame tu «oceo».
– Bueno, yo creo que alguien secuestró a este tío, lo ató, lo metió en el maletero y se lo llevó a esa pista forestal. El tío todavía estaba vivo, ¿de acuerdo? Después de aparcar, el asesino abrió el maletero y puso el pie en el parachoques, pero no alcanzó a colocar la pistola en el cráneo. Eso era importante para él porque tenía que hacer bien su trabajo, así que apoyó el pie sobre la cadera de este pobre hombre, se inclinó un poco más y ¡pam!, ¡pam!, se lo cargó. ¿Qué te parece?
A Bosch ya se le había ocurrido todo aquello, pero había ido más allá y considerado los posibles problemas.
– Entonces, ¿cómo volvió? -preguntó.
– ¿Adónde?
– Si el hombre estaba en el maletero, el asesino tuvo que conducir el Rolls. Y si llegó hasta allí en el Rolls, ¿cómo volvió hasta donde había interceptado a Tony?
– Con la ayuda del cómplice -intervino Donovan-. En la cazadora hay dos tipos de huellas, así que alguien podría haber seguido al Rolls. Quizá la misma mujer que puso la mano en el hombro de la víctima.
Bosch asintió. Ya le había dado vueltas a todo eso. Había algo que no le gustaba, pero aún no sabía exactamente el qué.