– Bueno, Bosch -interrumpió Matthews-. ¿Quieres enterarte esta noche o prefieres esperar el informe?
– Esta noche -respondió Bosch.
– Pues escucha. No hay cambios en la lividez del cadáver, lo cual significa que el cuerpo no fue movido después de que el corazón dejara de latir. A ver, qué más… -Matthews se remitió a sus notas-. Tenemos un rigor mortis del noventa por ciento, las córneas nubladas y la piel que ya no está adherida al cuerpo. La suma de todos esos factores indica que lleva muerto cuarenta y ocho horas, tal vez cuarenta y seis. Avísanos si descubres algún dato y te lo diremos con más exactitud.
– Lo haré -prometió Bosch.
Harry sabía que Matthews se refería a qué y cuándo había comido la víctima por última vez. Esa información le serviría al forense para fijar la hora de la muerte al estudiar la digestión de los alimentos en el estómago.
– Es todo tuyo -le dijo Bosch a Matthews-. ¿Y la autopsia?
– Es el final de un puente, así que vamos fatal. Lo último que he oído es que llevamos veintisiete homicidios en el condado; eso significa que no haremos la autopsia hasta el miércoles como muy pronto. No nos llames; ya te avisaremos nosotros.
– Menuda novedad.
De todos modos a Harry no le importaba demasiado el retraso. En casos como el que le ocupaba, la autopsia solía deparar pocas sorpresas, ya que la causa de la muerte estaba bastante clara. El misterio residía en quién había asesinado a Aliso y por qué.
Cuando Matthews y sus ayudantes se llevaron el cadáver, Bosch y Donovan se quedaron solos con el Rolls. Donovan contemplaba el coche en silencio, como un diestro mira al toro que está a punto de lidiar.
– Vamos a desvelar sus secretos, Harry.
En ese momento sonó el teléfono móvil. Bosch tardó un momento en sacarlo del bolsillo interior de su chaqueta.
– Hemos confirmado la identificación. Es Aliso -le informó Edgar.
– ¿Te lo han dicho los de Huellas?
– Sí. Mossler tiene un fax en casa, así que se lo envié todo y él dio el visto bueno.
Mossler era uno de los hombres del Departamento de Investigaciones Científicas.
– ¿A partir de la huella del permiso de conducir?
– Sí. Además encontré una antigua detención por ofrecer sus servicios sexuales, de donde saqué todas las huellas de Aliso. Mossler también les echó un vistazo y es él.
– Muy bien, buen trabajo. ¿Qué más has descubierto?
– Bueno, he pasado sus datos por el ordenador. Casi no tiene antecedentes, aparte del arresto por ejercer la prostitución en el setenta y cinco. Pero hay otras cosas. Su nombre aparece como víctima de un robo en su casa en el mes de marzo. Y en la base de datos de litigios civiles he encontrado un par de demandas contra él. Tienen toda la pinta de ser por incumplimiento de contrato. Eso significa un montón de promesas rotas y gente cabreada. Puede ser un buen móvil.
– ¿De qué iban los casos?
– No lo sé; de momento sólo tengo la entrada en la base de datos. Sacaré la información en cuanto pueda pasarme por el juzgado.
– De acuerdo. ¿Has hablado con Personas Desaparecidas?
– Sí, pero nadie había denunciado su desaparición. Y tú, ¿has encontrado algo?
– Puede ser. Parece que hemos tenido suerte y vamos a sacar unas huellas del cadáver. De dos personas.
– ¿Del cadáver? ¡Genial!
– De la cazadora de cuero.
Bosch notó que Edgar se había animado. Ambos detectives sabían que aunque las huellas no fueran de un sospechoso, al menos serían lo bastante recientes para pertenecer a personas que habían visto a la víctima poco antes de su muerte.
– ¿Has llamado a la DCO?
Bosch estaba esperando la pregunta.
– Sí. Van a pasar del caso.
– ¿Qué?
– Eso han dicho, al menos de momento. Hasta que encontremos algo que les interese.
Bosch se preguntó si Edgar estaba dudando de él.
– No lo entiendo, Harry.
– Yo tampoco, pero lo único que nos queda es continuar con nuestro trabajo. ¿Sabes algo de Kiz?
– Aún no. ¿Con quién has hablado en Crimen Organizado?
– Con un tal Carbone, el que estaba de servicio.
– No lo conozco.
– Ni yo. Tengo que irme, Jerry. Tenme informado.
Poco después de que Bosch colgara, Grace Billets entró por la puerta de la nave. La teniente recorrió el lugar con la mirada y, en cuanto vio a Donovan trabajando en el coche, le pidió a Bosch que la acompañara afuera. En ese momento Harry supo que estaba enfadada.
A pesar de que Billets tenía cuarenta y tantos años y llevaba en la policía más o menos el mismo tiempo que Bosch, nunca habían trabajado juntos en el pasado. La jefa de detectives era una mujer de mediana estatura y pelo corto de un castaño rojizo. No llevaba maquillaje e iba completamente vestida de negro: tejanos, camiseta, americana y botas vaqueras. Su única concesión a la feminidad eran unos aritos de oro en las orejas. En cuanto a sus maneras, éstas tampoco denotaban concesión alguna.
– ¿Qué coño pasa, Harry? ¿Por qué habéis trasladado el cadáver dentro del coche?
– No había más remedio. O hacíamos eso o teníamos que sacarlo del Rolls ante diez mil personas. Y aguarles los fuegos artificiales que estaban esperando.
Billets escuchó en silencio la explicación de Harry.
– Perdona -se disculpó cuando éste concluyó-. No sabía los detalles. Ya veo que no tuviste otra alternativa.
A Bosch le gustaba eso de Billets; estaba dispuesta a admitir que no siempre tenía razón.
– Gracias, teniente.
– Bueno, cuéntame. ¿Qué habéis encontrado?
Cuando Billets y Bosch regresaron a la nave, Donovan estaba tratando la cazadora de cuero en una de las mesas de trabajo. El perito la había colgado de un alambre dentro de un enorme depósito y había vertido un paquete que despedía vapores de cianoacrilato que se adherían a los aminoácidos y grasas de las huellas dactilares y, al cristalizar, resaltaban sus líneas.
– ¿Cómo va? -preguntó Bosch.
– Muy bien. Creo que voy a sacar algo. Hola, teniente.
– Hola -le saludó Billets.
Bosch se dio cuenta de que ella no recordaba el nombre de Donovan.
– Oye, Art -dijo para ayudarla-, cuando termines, mándalas al laboratorio. Luego llámame a mí o a Edgar y enviaremos a alguien a recogerlas en código tres.
Código tres era una clave de la policía que significaba «autorización para luces y sirena». Bosch necesitaba las huellas lo antes posible, ya que hasta el momento eran su mejor pista.
– Muy bien, Harry.
– ¿Y el Rolls? ¿Puedo mirar dentro?
– Bueno, aún no he terminado del todo pero puedes entrar si vas con cuidado.
Bosch comenzó a registrar el interior del coche. Los bolsillos de la puerta y de los asientos estaban vacíos. Después examinó el cenicero, que encontró sin una sola ceniza, y tomó nota mental de que la víctima no parecía fumar.
Mientras tanto, Billets lo observaba a poca distancia pero sin intervenir. La teniente había llegado a jefa de la brigada de detectives por su buen hacer como administradora, no por sus dotes como investigadora. Billets era consciente de ello y sabía perfectamente cuándo mirar y no entrometerse.
Bosch buscó debajo de los asientos, pero no encontró nada de interés. Por último abrió la guantera, de la que cayó un papelito cuadrado; era el recibo de un servicio de lavado de coches del aeropuerto. Cogiéndolo por una esquina, Bosch se acercó a la mesa de trabajo y le pidió a Donovan que comprobase si había huellas en cuanto tuviera un momento.