ROMEO.-¿Será verdad? ¡Cielo cruel, yo desafío tu poder! Dadme papel y plumas. Busca esta tarde caballos, y vámonos a Verona esta noche.
BALTASAR.-Señor, dejadme acompañaros, porque vuestra horrible palidez me anuncia algún mal suceso.
ROMEO.-Nada de eso. Déjame en paz y obedece. ¿No traes para mi carta de Fray Lorenzo?
BALTASAR.-Ninguna.
ROMEO.-Lo mismo da. Busca en seguida caballos, y en marcha. (Se va Baltasar.)Sí, Julieta, esta noche descansaremos juntos. ¿Pero cómo? ¡Ah, infierno, cuan presto vienes en ayuda de un ánimo desesperado! Ahora me acuerdo que cerca de aquí vive un boticario de torvo ceño y mala catadura gran herbolario de yerbas medicinales. El hambre le ha convertido en esqueleto. Del techo de su lóbrega covacha tiene colgados una tortuga, un cocodrilo, y varias pieles de fornidos peces; y en cajas amontonadas, frascos vacíos y verdosos, viejas semillas, cuerdas de bramante, todo muy separado para aparentar más. Yo, al ver tal miseria, he pensado que aunque está prohibido, so pena de muerte, el despachar veneno, quizá este infeliz, si se lo pagaran, lo vendería. Bien lo pensé, y ahora voy a ejecutarlo. Cerrada tiene la botica. ¡Hola, eh! (Sale el Boticario.)
BOTICARIO.-¿Quién grita?
ROMEO.-Oye. Tu pobreza es manifiesta. Cuarenta ducados te daré por una dosis de veneno tan activo que, apenas circule por las venas, extinga el aliento vital tan rápidamente como una bala de cañón.
BOTICARIO.-Tengo esos venenos, pero las leyes de Mantua condenan a muerte al que los venda.
ROMEO.-Y en tu pobreza extrema ¿qué te importa la muerte? Bien clara se ve el hambre en tu rostro, y la tristeza y la desesperación. ¿Tiene el mundo alguna ley, para hacerte rico? Si quieres salir de pobreza, rompe la ley y recibe mi dinero.
BOTICARIO.-Mi pobreza lo recibe, no mi voluntad.
ROMEO.-Yo no pago tu voluntad, sino tu pobreza.
BOTICARIO.-Este es el ingrediente: desleídlo en agua o en un licor cualquiera, bebedlo, y caeréis muerto en seguida, aunque tengáis la fuerza de veinte hombres.
ROMEO.-Recibe tú el dinero. Él es la verdadera ponzoña, engendradora de más asesinatos que todos los venenos que no debes vender. La venta la he hecho yo, no tú. Adiós: compra pan, y cúbrete. No un veneno, sino una bebida consoladora llevo conmigo al sepulcro de Julieta.
ESCENA SEGUNDA
Celda de fray Lorenzo
(FRAY JUAN y FRAY LORENZO)
FRAY JUAN.-¡Hermano mío, santo varón!
FRAY LORENZO.-Sin duda es Fray Juan el que me llama. Bien venido seáis de Mantua; ¿qué dice Romeo? Dadme su carta, si es que traéis alguna.
FRAY JUAN.-Busqué a un fraile descalzo de nuestra orden, para que me acompañara. Al fin le encontré, curando enfermos. La ronda, al vernos salir de una casa, temió que en ella hubiese peste. Sellaron las puertas, y no nos dejaron salir. Por eso se desbarató el viaje a Mantua.
FRAY LORENZO.-¿Y quién llevó la carta a Romeo?
FRAY JUAN.-Nadie: aquí está. No pude encontrar siquiera quien os la devolviese. Tal miedo tenían todos a la peste.
FRAY LORENZO.-¡Qué desgracia! ¡Por vida de mi padre San Francisco! Y no era carta inútil, sino con nuevas de grande importancia. Puede ser muy funesto el retardo. Fray Juan, búscame en seguida un azadón y llévale a mi celda.
FRAY JUAN.-En seguida, hermano. (Vase.)
FRAY LORENZO.-Sólo tengo que ir al cementerio, porque dentro de tres horas ha de despertar la hermosa Julieta de su desmayo. Mucho se enojará conmigo porque no di oportunamente aviso a Romeo. Volveré a escribir a Mantua, y entre tanto la tendré en mi celda esperando a Romeo. ¡Pobre cadáver vivo encerrado en la cárcel de un muerto!
ESCENA TERCERA
Cementerio, con el panteón de los capuletos
(PARIS y un PAJE con flores y antorchas)
PARIS.-Dame una tea. Apártate: no quiero ser visto. Ponte al pie de aquel arbusto y estáte con el oído fijo en la tierra, para que nadie huelle el movedizo suelo del cementerio, sin notarlo yo. Apenas sientas a alguno, da un silbido. Dame las flores, y obedece.
PAJE.-Así lo haré; (aparte)aunque mucho temor me da el quedarme solo en este cementerio.
PARIS.-Vengo a cubrir de flores el lecho nupcial de la flor más hermosa que salió de las manos de Dios. Hermosa Julieta, que moras entre los coros de los ángeles, recibe este, mi postrer recuerdo. Viva, te amé: muerta, vengo a adornar con tristes ofrendas tu sepulcro. (El paje silba.)Siento la señal del paje: alguien se acerca. ¿Qué pie infernal es el que se llega de noche a interrumpir mis piadosos ritos? ¡Y trae una tea encendida! ¡Noche, cúbreme con tu manto! (Entran Romeo y Baltasar.)
ROMEO.-Dame ese azadón y esa palanca. Toma esta carta. Apenas amanezca, procurarás que la reciba Fray Lorenzo. Dame la luz, y si en algo estimas la vida, nada te importe lo que veas u oigas, ni quieras estorbarme en nada. La principal razón que aquí me trae no es ver por última vez el rostro de mi amada, sino apoderarme del anillo nupcial que aún tiene en su dedo, y llevarle siempre como prenda de amor. Aléjate, pues. Y si la curiosidad te mueve a seguir mis pasos, júrote que he de hacerte trizas, y esparcir tus miembros desgarrados por todos los rincones de este cementerio. Más negras y feroces son mis intenciones, que tigres hambrientos o mare alborotadas.
BALTASAR.-En nada pienso estorbaros, señor.
ROMEO.-Es la mejor prueba de amistad que puedes darme. Toma, y sé feliz, amigo mío.
BALTASAR.- (Aparte.)Pues, a pesar de todo, voy a observar lo que hace; porque su rostro y sus palabras me espantan.
ROMEO.-¡Abominable seno de la muerte, que has devorado la mejor prenda de la tierra, aún has de tener mayor alimento! (Abre las puertas del sepulcro.)