PARIS.-Este es Montesco, el atrevido desterrado, el asesino de Teobaldo, del primo de mi dama, que por eso murió de pena, según dicen. Sin duda ha venido aquí a profanar los cadáveres. Voy a atajarle en su diabólico intento. Cesa, infame Montesco; ¿no basta la muerte a detener tu venganza y tus furores? ¿Por qué no te rindes, malvado proscrito? Sígueme, que has de morir.
ROMEO.-Sí: a morir vengo. Noble joven, no tientes a quien viene ciego y desalentado. Huye de mí: déjame; acuérdate de los que fueron y no son. Acuérdate y tiembla, no me provoques más, joven insensato. Por Dios te lo suplico. No quieras añadir un nuevo pecado a los que abruman mi cabeza. Te quiero más que lo que tú puedes quererte. He venido a luchar conmigo mismo. Huye, si quieres salvar la vida, y agradece el consejo de un loco.
PARIS.-¡Vil desterrado, en vano son esas súplicas!
ROMEO.-¿Te empeñas en provocarme? Pues muere… (Pelean.)
PAJE.-¡Ay, Dios! pelean: voy a pedir socorro. (Vase. Cae herido Paris.)
PARIS.-¡Ay de mí, muerto soy! Si tienes lástima de mi, ponme en el sepulcro de Julieta.
ROMEO.-Sí que lo haré. Veámosle el rostro. ¡El pariente de Mercutio, el conde Paris! Al tiempo de montar a caballo, ¿no oí, como entre sombras, decir a mi escudero, que iban a casarse Paris y Julieta? ¿Fue realidad o sueño? ¿O es que estaba yo loco y creí que me hablaban de Julieta? Tu nombre está escrito con el mío en el sangriento libro del destino. Triunfal sepulcro te espera: ¿Qué digo sepulcro? Morada de luz, pobre joven. Allí duerme Julieta, y ella basta para dar luz y hermosura al mausoleo. Yace tú a su lado: un muerto es quien te entierra. Cuando el moribundo se acerca al trance final, suele reanimarse, y a esto lo llaman el último destello. Esposa mía, amor mío, la muerte que ajó el néctar de tus labios, no ha podido vencer del todo tu hermosura. Todavía irradia en tus ojos y en tu semblante, donde aún no ha podido desplegar la muerte su odiosa bandera. Ahora quiero calmar la sombra de Teobaldo, que yace en ese sepulcro. La misma mano que cortó tu vida, va a cortar la de tu enemigo. Julieta, ¿por qué estás aún tan hermosa? ¿Será que el descarnado monstruo te ofrece sus amores y te quiere para su dama? Para impedirlo, dormiré contigo en esta sombría gruta de la noche, en compañía de esos gusanos, que son hoy tus únicas doncellas. Este será mi eterno reposo. Aquí descansará mi cuerpo, libre de la fatídica ley de los astros. Recibe tú la última mirada de mis ojos, el último abrazo de mis brazos, el último beso de mis labios, puertas de la vida, que vienen a sellar mi eterno contrato con la muerte. Ven, áspero y vencedor piloto: mi nave, harta de combatir con las olas, quiere quebrantarse en los peñascos. Brindemos por mi dama. ¡Oh, cuán portentosos son los efectos de tu bálsamo, alquimista veraz! Así, con este beso… muero. (Cae. Llega fray Lorenzo.)
FRAY LORENZO.-¡Por San Francisco y mi santo hábito! ¡Esta noche mi viejo pie viene tropezando en todos los sepulcros! ¿Quién a tales horas interrumpe el silencio de los muertos?
BALTASAR.-Un amigo vuestro, y de todas veras.
FRAY LORENZO.-Con bien seas. ¿Y para qué sirve aquella luz, ocupada en alumbrar a gusanos y calaveras? Me parece que está encendida en el monumento de los Capuletos.
BALTASAR.-Verdad es, padre mío, y allí se encuentra mi amo, a quien tanto queréis.
FRAY LORENZO.-¿De quién hablas?
BALTASAR.-De Romeo.
FRAY LORENZO.-¿Y cuánto tiempo hace que ha venido?
BALTASAR.-Una media hora.
FRAY LORENZO.-Sígueme.
BALTASAR.-¿Y cómo, padre, si mi amo cree que no estoy aquí, y me ha amenazado con la muerte, si yo le seguía?
FRAY LORENZO.-Pues quédate, e iré yo solo. ¡Dios mío! Alguna catástrofe temo.
BALTASAR.-Dormido al pie de aquel arbusto, soñé que mi señor mataba a otro en desafío.
FRAY LORENZO.-¡Romeo! Pero ¡Dios mío! ¿Qué sangre es ésta en las gradas del monumento? ¿Qué espadas éstas sin dueño, y tintas todavía de sangre? (Entra en el sepulcro.)¡Romeo! ¡Pálido está como la muerte! ¡Y Paris cubierto de sangre!… La doncella se mueve. (Despierta Julieta.)
JULIETA.-Padre, ¿dónde está mi esposo? Ya recuerdo dónde debía yo estar y allí estoy. Pero ¿dónde está Romeo, padre mío?
FRAY LORENZO.-Oigo ruido. Deja tú pronto ese foco de infección, ese lecho de fingida muerte. La suprema voluntad de Dios ha venido a desbaratar mis planes. Sígueme. Tu esposo yace muerto a tu lado, y Paris muerto también. Sígueme a un devoto convento y nada más me digas, porque la gente se acerca. Sígueme, Julieta, que no podemos detenernos aquí. (Vase.)
JULIETA.-Yo aquí me quedaré. ¡Esposo mío! Mas ¿qué veo? Una copa tiene en las manos. Con veneno ha apresurado su muerte. ¡Cruel! no me dejó ni una gota que beber. Pero besaré tus labios que quizá contienen algún resabio del veneno. Él me matará y me salvará. (Le besa.)Aún siento el calor de sus labios.
ALGUACIL 1°.- (Dentro.)¿Dónde está? Guiadme.
JULIETA.-Siento pasos. Necesario es abreviar. (Coge el puñal de Romeo.)¡Dulce hierro, descansa en mi corazón, mientras yo muero! (Se hiere y cae sobre el cuerpo de Romeo. Entran la ronda y el paje de Paris.)
PAJE.-Aquí es donde brillaba la luz.
ALGUACIL 1°.-Recorred el cementerio. Huellas de sangre hay. Prended a todos los que encontréis. ¡Horrenda vista! Muerto Paris, y Julieta, a quien hace dos días enterramos por muerta, se está desangrando, caliente todavía. Llamad al Príncipe, y a los Capuletos y a los Montescos. Sólo vemos cadáveres, pero no podemos atinar con la causa de su muerte. (Traen algunos a Baltasar.)
ALGUACIL 2°.-Este es el escudero de Romeo, y aquí le hemos encontrado.
ALGUACIL 1°.-Esperemos la llegada del Príncipe. (Entran otros con fray Lorenzo.)
ALGUACIL 3°.-Tembloroso y suspirando hemos hallado a este fraile cargado con una palanca y un azadón; salía del cementerio.
ALGUACIL 1°.-Sospechoso es todo eso: detengámosle. (Llegan el Príncipe y sus guardas.)
PRINCIPE.-¿Qué ha ocurrido para despertarme tan de madrugada? (Entran Capuleto, su mujer, etc.)
CAPULETO.-¿Qué gritos son los que suenan por esas calles?
SEÑORA CAPULETO.-Unos dicen “Julieta”, otros “Romeo”, otros “Paris”, y todos corriendo y dando gritos, se agolpan al cementerio.
PRINCIPE.-¿Qué historia horrenda y peregrina es ésta?