JULIETA.-¿Y qué otro puedo darte esta noche?
ROMEO.-Tu fe por la mía.
JULIETA.-Antes te la di que tú acertaras a pedírmela. Lo que siento es no poder dártela otra vez.
ROMEO.-¿Pues qué? ¿Otra vez quisieras quitármela?
JULIETA.-Sí, para dártela otra vez, aunque esto fuera codicia de un bien que tengo ya. Pero mi afán de dártelo todo es tan profundo y tan sin límite como los abismos de la mar. ¡Cuanto más te doy, más quisiera darte!… Pero oigo ruido dentro. ¡Adiós! no engañes mi esperanza… Ama, allá voy… Guárdame fidelidad, Montesco mío. Espera un instante, que vuelvo en seguida.
ROMEO.-¡Noche, deliciosa noche! Sólo temo que, por ser de noche, no pase todo esto de un delicioso sueño.
JULIETA.- (Asomada otra vez a la ventana.)Sólo te diré dos palabras. Si el fin de tu amor es honrado, si quieres casarte, avisa mañana al mensajero que te enviaré, de cómo y cuándo quieres celebrar la sagrada ceremonia. Yo te sacrificaré mi vida e iré en pos de ti por el mundo.
AMA.- (Llamando dentro.)¡Julieta!
JULIETA.-Ya voy. Pero si son torcidas tus intenciones, suplícote que…
AMA.-¡Julieta!
JULIETA.-Ya corro… Suplícote que desistas de tu empeño, y me dejes a solas con mi dolor. Mañana irá el mensajero…
ROMEO.-Por la gloria…
JULIETA.-Buenas noches.
ROMEO.-No. ¿Cómo han de ser buenas sin tus rayos? El amor va en busca del amor como el estudiante huyendo de sus libros, y el amor se aleja del amor como el niño que deja sus juegos para tornar al estudio.
JULIETA.- (Otra vez a la ventana.)¡Romeo! ¡Romeo! ¡Oh, si yo tuviese la voz del cazador de cetrería, para llamar de lejos a los halcones! Si yo pudiera hablar a gritos, penetraría mi voz hasta en la gruta de la ninfa Eco, y llegaría a ensordecerla repitiendo el nombre de mi Romeo.
ROMEO.-¡Cuán grato suena el acento de mi amada en la apacible noche, protectora de los amantes! Más dulce es que música en oído atento.
JULIETA.-¡Romeo!
ROMEO.-¡Alma mía!
JULIETA.-¿A qué hora irá mi criado mañana?
ROMEO.-A las nueve.
JULIETA.-No faltará. Las horas se me harán siglos hasta que ésa llegue. No sé para qué te he llamado.
ROMEO.-¡Déjame quedar aquí hasta que lo pienses!
JULIETA.-Con el contento de verte cerca me olvidaré eternamente de lo que pensaba, recordando tu dulce compañía.
ROMEO.-Para que siga tu olvido no he de irme.
JULIETA.-Ya es de día. Vete… Pero no quisiera que te alejaras más que el breve trecho que consiente alejarse al pajarillo la niña que le tiene sujeto de una cuerda de seda, y que a veces le suelta de la mano, y luego le coge ansiosa, y le vuelve a soltar…
ROMEO.-¡Ojalá fuera yo ese pajarillo!
JULIETA.-¿Y qué quisiera yo sino que lo fueras? aunque recelo que mis caricias habían de matarte. ¡Adiós, adiós! Triste es la ausencia y tan dulce la despedida, que no sé cómo arrancarme de los hierros de esta ventana.
ROMEO.-¡Que el sueño descanse en tus dulces ojos y la paz en tu alma! ¡Ojalá fuera yo el sueño, ojalá fuera yo la paz en que se duerme tu belleza! De aquí voy a la celda donde mora mi piadoso confesor, para pedirle ayuda y consejo en este trance.
ESCENA TERCERA
Celda de fray Lorenzo
(FRAY LORENZO y ROMEO)
FRAY LORENZO.-Ya la aurora se sonríe mirando huir a la oscura noche. Ya con sus rayos dora las nubes de oriente. Huye la noche con perezosos pies, tropezando y cayendo como un beodo, al ver la lumbre del sol que se despierta y monta en el carro de Titán. Antes que tienda su dorada lumbre, alegrando el día y enjugando el llanto que vertió la noche, ha de llenar este cesto de bien olientes flores y de yerbas primorosas. La tierra es a la vez cuna y sepultura de la naturaleza y su seno educa y nutre hijos de varia condición pero ninguno tan falto de virtud que no dé aliento o remedio o solaz al hombre. Extrañas son las virtudes que derramó la pródiga mano de la naturaleza, en piedras, plantas y yerbas. No hay ser inútil sobre la tierra, por vil y despreciable que parezca. Por el contrario, el ser más noble, si se emplea con mal fin, es dañino y abominable. El bien mismo se trueca en mal y el valor en vicio, cuando no sirve a un fin virtuoso. En esta flor que nace duermen escondidos a la vez medicina y veneno: los dos nacen del mismo origen, y su olor comunica deleite y vida a los sentidos, pero si se aplica al labio, esa misma flor tan aromosa mata el sentido. Así es el alma humana; dos monarcas imperan en ella, uno la humildad, otro la pasión; cuando ésta predomina, un gusano roedor consume la planta.
ROMEO.-Buenos días, padre.
FRAY LORENZO.-Él sea en tu guarda. ¿Quién me saluda con tan dulces palabras, al apuntar el día? Levantado y a tales horas, revela sin duda intranquilidad de conciencia, hijo mío. En las pupilas del anciano viven los cuidados veladores, y donde reina la inquietud ¿cómo habitará el sosiego? Pero en lecho donde reposa la juventud ajena de todo pesar y duelo, infunde en los miembros deliciosa calma el blando sueño. Tu visita tan de mañana me indica que alguna triste ocasión te hace abandonar tan pronto el lecho. Y si no… será que has pasado la noche desvelado.
ROMEO.-¡Eso es, y descansé mejor que dormido!
FRAY LORENZO.-Perdónete Dios. ¿Estuviste con Rosalía?
ROMEO.-¿Con Rosalía? Ya su nombre no suena dulce en mis oídos, ni pienso en su amor.
FRAY LORENZO.-Bien haces. Luego ¿dónde estuviste?
ROMEO.-Te lo diré sin ambages. En la fiesta de nuestros enemigos los Capuletos, donde a la vez herí y fui herido. Sólo tus manos podrán sanar a uno y otro contendiente. Y con esto verás que no conservo rencor a mi adversario, puesto que intercedo por él como si fuese amigo mío.
FRAY LORENZO.-Dime con claridad el motivo de tu visita, si es que puedo ayudarte en algo.
ROMEO.-Pues te diré en dos palabras que estoy enamorado de la hija del noble Capuleto, y que ella me corresponde con igual amor. Ya está concertado todo, sólo falta que vos bendigáis esta unión. Luego os diré con más espacio dónde y cómo nos conocimos y nos juramos constancia eterna. Ahora lo que importa es que nos caséis al instante.