FRAY LORENZO.-¡Por vida de mi padre San Francisco! ¡Qué pronto olvidaste a Rosalía, en quien cifrabas antes tu cariño! El amor de los jóvenes nace de los ojos y no del corazón. ¡Cuánto lloraste por Rosalía! y ahora tanto amor y tanto enojo se ha disipado como el eco. Aún no ha disipado el sol los vapores de tu llanto. Aún resuenan en mis oídos tus quejas. Aún se ven en tu rostro las huellas de antiguas lágrimas. ¿No decías que era más bella y gentil que ninguna? y ahora te has mudado. ¡Y luego acusáis de inconstantes a las mujeres! ¿Cómo buscáis firmeza en ellas, si vosotros les dais el ejemplo de olvidar?
ROMEO.-¿Pero vos no reprobabais mi amor por Rosalía!
FRAY LORENZO.-Yo no reprobaba tu amor, sino tu idolatría ciega.
ROMEO.-¿Y no me dijisteis que hiciera todo lo posible por ahogar ese amor?
FRAY LORENZO.-Pero no para que de la sepultura de ese amor brotase otro amor nuevo y más ardiente.
ROMEO.-No os enojéis conmigo, porque mi señora me quiere tanto como yo a ella y con su amor responde al mío, y la otra no.
FRAY LORENZO.-Es que Rosalía quizá adivinara la ligereza de tu amor. Ven conmigo, inconstante mancebo. Yo te ayudaré a conseguir lo que deseas para que esta boda sea lazo de amistad que extinga el rencor de vuestras familias.
ROMEO.-Vamos, pues, sin detenernos.
FRAY LORENZO.-Vamos con calme para no tropezar.
ESCENA CUARTA
Calle
(BENVOLIO y MERCUTIO)
MERCUTIO.-¿Dónde estará Romeo? ¿Pareció anoche por su casa?
BENVOLIO.-Por casa de su padre no estuvo. Así me lo ha dicho su Criado.
MERCUTIO.-¡Válgame Dios! Esa pálida muchachuela, esa Rosalía de duras entrañas acabará por tornarle loco.
BENVOLIO.-Teobaldo, el primo de Capuleto, ha escrito una carta al padre de Romeo.
MERCUTIO.-Sin duda será cartel de desafío.
BENVOLIO.-Pues Romeo es seguro que contestará.
MERCUTIO.-Todo el mundo puede responder a una carta.
BENVOLIO.-Quiero decir que Romeo sabrá tratar como se merece al dueño de la carta.
MERCUTIO.-¡Pobre Romeo! Esa rubia y pálida niña le ha atravesado el corazón a estocadas, le ha traspasado los oídos con una canción de amor, y el centro del alma con las anchas flechas del volador Cupido… ¿Y quién resistirá a Teobaldo?
BENVOLIO.-¿Quién es Teobaldo?
MERCUTIO.-Algo más que el rey de los gatos; es el mejor y más diestro esgrimidor. Maneja la espada como tú la lengua, guardando tiempo, distancia y compás. Gran cortador de ropillas. Espadachín, espadachín de profesión, y muy enterado del inmortal passato, del punto reverso y del par.
BENVOLIO.-¿Y qué quieres decir con eso?
MERCUTIO.-Mala landre devore a esos nuevos elegantes que han venido con gestos y cortesías a reformar nuestras antiguas costumbres. “¡Qué buena espada, qué buen mozo, qué hermosa mujer!” Decidme, abuelos míos, ¿no es mala vergüenza que estemos llenos de estos moscones extranjeros, estos pardonnez moi, tan ufanos con sus nuevas galas y tan despreciadores de lo antiguo? ¡Oh, necedad insigne! (Sale Romeo.)
BENVOLIO.-¡Aquí tienes a Romeo! ¡Aquí tienes a Romeo!
MERCUTIO.-Bien roma trae el alma. No eres carne ni pescado. ¡Oh materia digna de los versos del Petrarca! Comparada con su amor, Laura era una fregona, sino que tuvo mejor poeta que la celebrase; Dido una zagala, Cleopatra una gitana, Hero y Elena dos rameras, y Ciste, a pesar de sus negros ojos, no podría competir con la suya. Bon jour, Romeo. Saludo francés corresponde a vuestras calzas francesas. Anoche nos dejaste en blanco.
ROMEO.-¿Qué dices de dejar en blanco?
MERCUTIO.-Que te despediste a la francesa. ¿Lo entiendes ahora?
ROMEO.-Perdón, Mercutio. Tenía algo que hacer, y no estaba el tiempo para cortesías.
MERCUTIO.-¿De suerte que tú también las usas a veces y doblas las rodillas?
ROMEO.-Luego no soy descortés, porque eso es hacer genuflexiones.
MERCUTIO.-Dices bien.
ROMEO.-Pero aquello de que hablábamos es cortesía y no genuflexión.
MERCUTIO.-Es que yo soy la flor de la cortesía.
ROMEO.-¿Cómo no dices la flor y nata?
MERCUTIO.-Porque la nata la dejo para ti.
ROMEO.-Cállate.
MERCUTIO.-¿Y no es mejor esto que andar en lamentaciones exóticas? Ahora te reconozco: eres Romeo, nuestro antiguo y buen amigo. Andabas hecho un necio con ese amor insensato. (Entran Pedro y el Ama.)
MERCUTIO.-Vela, vela.
BENVOLIO.-Y son dos: una saya, y un sayal.
AMA.-¡Pedro!
PEDRO.-¿Qué?
AMA.-Tráeme el abanico.
MERCUTIO.-Dáselo, Pedro, que siempre será más agradable mirar su abanico que su cara.
AMA.-Buenas tardes, señores.
MERCUTIO.-Buenas tardes, hermosa dama.
AMA.-¿Pues hemos llegado a la tarde?
MERCUTIO.-No, pero la mano lasciva del reloj está señalando las doce.
AMA.-¡Jesús, qué hombre!
MERCUTIO.-Un hombre que Dios crió, para que luego echase él mismo a perder la obra divina.
AMA.-Bien dicho. Para que echase su obra a perder… ¿Pero me podría decir alguno de vosotros dónde está el joven Romeo?
ROMEO.-Yo te lo podré decir, y por cierto que ese joven será ya más viejo cuando le encontréis, que cuando empezabais a buscarlo. Yo soy Romeo, a falta de otro más joven.
AMA.-¿Lo decís de veras?