—Por supuesto, a ti eso no te interesa en absoluto —decía Lola—. Vives en la capital, rodeado de actrices y bailarinas... Lo sé todo. No pretendas que aquí no sabemos nada de tu dinero loco, tus amantes, tus escándalos constantes... Si quieres saberlo, nada de eso me importa, nunca fui un obstáculo para ti, vivías como querías...
Lo que siempre la hunde es que habla demasiado. Cuando estaba soltera, era callada, tranquila, misteriosa. Hay chicas que saben cómo comportarse desde la más tierna infancia. Ella lo sabía. En general, todavía está bien cuando se sienta y enseña las rodillas... o se lleva la mano a la nuca y se estira. Eso debe de volver loco a un abogado de provincias. Víktor imaginaba una velada casera: la mesita junto al diván, la botella en una cubeta, el cava que burbujea en las copas, la caja de bombones atada con una cinta, y el abogado en persona, envuelto en tela almidonada y atado con un lacito negro. Como en las mejores familias, y de repente, entra Irma...
«Qué pesadilla —pensó Víktor—. Por supuesto, es una mujer desgraciada...»
—Debes entender que no se trata de dinero —seguía diciendo Lola—, el dinero no pinta nada aquí. —Se había serenado, las manchas rojas habían desaparecido de su rostro—. Sé que, a tu manera, eres un hombre honesto, algo desordenado, extravagante, pero sin maldad. Siempre nos has ayudado, en este sentido no tengo ninguna queja. Pero ahora necesito otro tipo de ayuda. No puedo decir que sea feliz, pero tampoco lograste hacerme una infeliz. Tienes tu vida, yo tengo la mía. A propósito, no soy una vieja, aún tengo mucha vida por delante...
«Tendré que llevarme conmigo a la niña —pensó Víktor—. Se ve que ya lo ha decidido todo. Si dejo a Irma aquí, esto será el infierno. Bien, ¿y dónde la meto? Sé honesto —se dijo—. Basta con ser honesto. No se trata de un juguete. —Recordó con total honestidad su vida en la capital—. Muy mal —pensó—. Claro, siempre puedo contratar a una institutriz. Lo que significa alquilar un piso permanentemente. Pero no se trata de eso, la niña debe estar conmigo y no con una institutriz. Dicen que los mejores hijos son los que han sido educados por sus padres. Además, ella me gusta aunque sea una niña muy rara. Y, en general, es mi deber. Como persona honesta, como padre. Y soy culpable ante ella. Pero todo esto no es más que literatura. ¿Honestamente? Honestamente, tengo miedo. Porque ella se parará delante de mí como un adulto, sonriendo con su boca grande, ¿y qué podré decirle? Lee, lee más, lee todos los días, no tienes que dedicarte a nada más, simplemente lee. Ella lo sabe, sin necesidad de que yo se lo diga. Por eso tengo miedo... Pero no estoy siendo totalmente honesto. El problema es que no lo deseo. Estoy acostumbrado a vivir solo. Me encanta vivir solo. No quiero cambiar. Honestamente, ésa es la cuestión. Como todas las verdades, tiene un aspecto repelente. Es algo miserable, egoísta, cínico. Honestamente.»
—¿Por qué callas? —preguntó Lola—. ¿Pretendes quedarte callado?
—No, te escucho —se apresuró a decir Víktor.
—¿Qué es lo que escuchas? Llevo media hora esperando a que tengas la bondad de reaccionar. A fin de cuentas, no es hija mía solamente...
«¿Y debo ser honesto con ella? —pensó Víktor—. No tengo el menor deseo de ser honesto con ella. Me parece que cree que puedo resolver el problema aquí mismo, sin moverme del lugar, entre dos cigarrillos.»
—Entiéndeme —proseguía Lola—, no estoy diciendo que te hagas cargo de ella. Yo sé que no lo harás, y le doy gracias a Dios por ello, no sirves para eso. Pero tienes relaciones, conocidos, eres una persona bastante famosa, ¡ayúdame a meterla en alguna parte! Hay institutos de primera, internados, escuelas especiales. Ella es una niña inteligente, tiene talento para los idiomas, las matemáticas, la música...
—Un internado —repuso Víktor—, sí, claro... Un internado. Un orfanato... No, perdona, estoy bromeando. Vale la pena pensar en ello.
—¿Y qué hay que pensar? Cualquier persona estaría satisfecha de poder matricular a su hijo en un buen internado o en una escuela especial. La esposa de nuestro director...
—Escúchame, Lola, es una buena idea e intentaré hacer algo. Pero no es tan sencillo, se necesita tiempo. Por supuesto, voy a escribirles.
—¡A escribirles! Es lo único que sabes hacer. No se trata de escribir, sino de ir personalmente, de solicitar, de hacer antesala. De todos modos, aquí no estás haciendo nada. No me digas que te resulta tan difícil, para tu hija...
«Demonios —pensó Víktor—, intenta explicárselo ahora.» Encendió otro cigarrillo, se levantó y comenzó a pasearse por la habitación. Tras la ventana se hacía de noche y seguía cayendo la lluvia, una lluvia densa, pesada, lenta, una lluvia considerable que no se apresuraba a cesar.
—¡Ay, qué harta estoy de ti! —dijo Lola con rabia inesperada—. Si supieras cuan harta estoy de ti...
«Es hora de irse —pensó Víktor—. Comienza la sagrada ira materna, la furia de la mujer que ha sido abandonada, etcétera. De todos modos, hoy no le voy a responder nada. Ni le voy a prometer nada.»
—No se puede contar contigo para nada —seguía diciendo ella—. Inútil como marido, una nulidad como padre, ¡vaya, un escritor de moda! No ha sido capaz de educar a su hija. ¡Cualquier paleto entiende a las personas mejor que tú! ¿Qué puedo hacer ahora? No es posible esperar nada de ti. Estoy sola, agotada, soy incapaz de emprender nada. Para ella soy un cero, para ella cualquier mocoso es cien veces más importante que yo. ¡Pero no importa, ya te arrepentirás! ¡Si no la educas tú, ellos la educarán! Llegará el momento en que ella te escupirá a la cara, como a mí...
—Basta, Lola —dijo Víktor, con el ceño fruncido—. De todos modos, tú siempre... Es verdad que soy el padre, pero tú eres la madre. Para ti, todos a tu alrededor tienen la culpa...
—¡Lárgate!
—Bueno. No tengo la intención de discutir contigo. Lo pensaré. Y tú...
Ella estaba ahora de pie, muy erguida, temblando casi, saboreando por adelantado los reproches, dispuesta a lanzarse a la pelea con pasión.
—Y tú, intenta no ponerte nerviosa —prosiguió él—. Algo se nos ocurrirá. Te llamaré.
Pasó al vestíbulo y se puso el impermeable, que aún estaba mojado. Metió la cabeza en la habitación de Irma para despedirse, pero la niña no estaba. La ventana se encontraba abierta de par en par, y la lluvia repiqueteaba en el antepecho. De la pared colgaba una tela, donde estaba escrito, con letras hermosas: ruego no cerrar nunca la ventana. La tela estaba arrugada, mostraba agujeros y manchas oscuras, como si la hubieran arrancado y pisoteado varias veces. Víktor cerró la puerta.
—Hasta la vista, Lola —dijo, pero Lola no le respondió.
La calle estaba totalmente a oscuras. La lluvia le golpeaba los hombros y el capuchón. Víktor se encogió y metió las manos en los bolsillos.
«En esta plazuela nos besamos por primera vez —pensó—. Entonces, ese edificio no existía, había un terreno baldío, y más allá un basurero, allí cazábamos gatos con tirachinas. En la ciudad había una cantidad exagerada de gatos, pero ahora no veo ninguno... En aquellos tiempos no leíamos nada, sin embargo Irma tiene su habitación llena de libros. En mis tiempos, ¿cómo eran las niñas de doce años? Seres patilargos, que soltaban risitas por cualquier cosa, llenos de cintas, muñecas, cuadros con liebres y florecitas blancas, que andaban en grupos de dos o tres, susurrando, con caramelos en el bolso y dientes echados a perder. Limpias, quejicas, y las mejores entre ellas eran exactamente como nosotros: las rodillas llenas de arañazos, ojos salvajes, como de lince, aficionadas a poner zancadillas. ¿Será que han llegado los nuevos tiempos? No —se respondió—. No se trata de los nuevos tiempos. Bueno, estos tiempos tienen algo que ver... ¿No será que Irma es una niña prodigio? Existen los niños prodigio. Yo soy padre de una niña prodigio. Algo honroso, pero complicado, no tan honroso como complicado, a fin de cuentas, de honroso no tiene nada... Y siempre me ha gustado esta callejuela porque es la más estrecha. Un tropezón, y comenzaba la pelea. Es así, no podemos vivir sin eso, de ninguna manera. Desde el inicio de los tiempos. Y dos contra uno...»