No hubo cobertura de la desaparición inicial de Becky Verloren. Los periódicos obviamente lo habían visto del mismo modo que la policía. En cambio, una vez que se halló el cadáver, hubo varios artículos sobre la investigación, el funeral y el impacto que la muerte de la chica tuvo en su instituto. Incluso se publicó un despiece ambientado en el Island House Grill. El artículo, aparecido en el Times, probablemente había sido un intento de que el caso tuviera sentido para los lectores potenciales del periódico en el Westside. Un restaurante en Malibú era algo con lo cual los westsiders podían relacionarse.
Ambos periódicos relacionaban el arma homicida con un robo ocurrido un mes antes del asesinato, pero ninguno mencionaba las implicaciones antisemitas. Ni el uno ni el otro citaban las pruebas de sangre y tejido recuperados en el arma. Bosch supuso que la sangre y el tejido eran el as en la manga de los investigadores, la prueba que se reservaban para disponer de una ventaja si se identificaba a un sospechoso.
Finalmente, Bosch se fijó en que no había en los medios entrevistas con los apenados padres. Aparentemente, los Verloren habían elegido no mostrar su dolor para consumo público. A Bosch eso le gustó. Le parecía que cada vez con más frecuencia los medios forzaban a las víctimas de la tragedia a llorar en público, delante de las cámaras y en los reportajes de los periódicos. Los padres de hijos asesinados se convertían en rostros conocidos que aparecían en la pequeña pantalla como expertos la siguiente vez que se producía un asesinato de niños y había una nueva pareja de padres destrozados. A Bosch le desagradaba. Le parecía que la mejor manera de honrar a los muertos era llevarlos cerca del corazón, no compartirlos con el mundo a través del espectro electrónico.
En la parte de atrás del archivador había un bolsillo que contenía un sobre con la insignia del águila del Times y la dirección en la esquina. Bosch lo sacó y encontró una serie de fotos en color de 20 x 25 tomadas en el funeral de Rebecca Verloren, una semana después del asesinato. Muy probablemente se había producido un trato: las fotos a cambio del acceso. Bosch recordó haber hecho tratos semejantes en el pasado, cuando debido a una cuestión de agenda o de presupuesto no podía llevar a un fotógrafo de la policía a un funeral. Prometía al periodista que se ocupaba del caso una exclusiva siempre y cuando e1 fotógrafo del periódico no le importara hacer una serie completa de fotos de la multitud asistente al sepelio. Nunca se sabe cuándo puede presentarse un asesino para regodearse con la angustia y el dolor que ha causado. Los periodistas siempre aceptaban el trato. Los Ángeles era uno de los mercados más competitivos del mundo para los medios, y para los periodistas el acceso a la noticia era una cuestión de vida o muerte.
Bosch estudió las fotos, pero estaba limitado al buscar a Roland Mackey, porque no sabía qué aspecto tenía en 1988. Las fotos que Kiz Rider había obtenido del ordenador eran de su detención más reciente. En ellas se veía un hombre con entradas, perilla y ojos oscuros. Resultaba difícil comparar ese rostro con algunas de las caras adolescentes que se habían reunido en el momento de dar sepultura a uno de los suyos.
Durante un rato, estudió los rostros de los padres de Becky Verloren en una de las fotos. Estaban de pie junto a la tumba, abrazándose como si cada uno sostuviera al otro para impedir que cayera. Había lágrimas en las mejillas. Robert Verloren era negro, y Muriel Verloren, blanca. Bosch entendió entonces de dónde había sacado su hija aquella: belleza incipiente. Con frecuencia la mezcla de razas en un hijo se alza por encima de las dificultades sociales para dar como resultado un atractivo especial.
Bosch dejó las fotos en la mesa y se quedó pensativo. En ningún lugar del expediente se mencionaba la posibilidad de que la raza hubiera desempeñado un papel en el asesinato. Sin embargo, el hecho de que el hombre víctima del robo del arma homicida hubiera sido amenazado a causa de su religión parecía levantar la posibilidad de al menos un tenue vínculo con el asesinato de una chica mulata.
El hecho de que eso no se mencionara en el expediente no significaba nada. La cuestión racial era algo que siempre se mantenía en la intimidad en el Departamento de Policía de Los Ángeles. Poner algo, por escrito significaba darlo a conocer en el interior del departamento, pues los resúmenes de investigación eran revisados hasta el nivel más alto en los casos más calientes. La información podía filtrarse, y convertirse en otra cosa, en un asunto de cariz político. De manera que la ausencia de toda mención no era vista por Bosch como una tacha en la investigación. Al menos, todavía no.
Volvió a meter las fotos en el sobre y cerró el archivador. Calculaba que había allí más de trescientas páginas de documentos y fotos, y en ningún lugar de esas páginas había visto el nombre de Roland Mackey. ¿Era posible que hubiera pasado inadvertido incluso de manera periférica en la investigación conducida tantos años antes? En ese caso, ¿era todavía posible que fuera el asesino?
Estas cuestiones preocupaban a Bosch. Siempre trataba de mantener la fe en el expediente del caso, lo cual significaba que creía que las respuestas normalmente se ocultaban entre sus cubiertas de plástico. Y a pesar de todo, en esta ocasión tenía dificultades para creer en el resultado ciego. No en la ciencia. No dudaba de que la sangre y el tejido hallados en el interior del arma pertenecían a Mackey. Pero creía que el caso no cerraba. Faltaba algo.
Bajó la mirada a su bloc. Había tomado pocas notas. De hecho, sólo había compuesto una lista de gente con la que quería hablar.
Green y García Madre/Padre
escuela / amigas / profesores ex novio
agente de condicional Mackey / ¿escuela?
Sabía que todas las notas que había tomado eran obvias. Se dio cuenta de lo poco que tenía además del resultado de la prueba de ADN, y una vez más se sintió inquieto por construir una acusación sin nada más.
Bosch estaba mirando sus notas cuando Kiz Rider entró en la oficina. Llevaba las manos vacías y no sonreía.
– ¿Y? -preguntó Bosch.
– Malas noticias. El arma homicida ha desaparecido. No sé si has leído todo el expediente, pero se menciona un diario. La chica llevaba un diario. Eso tampoco está. No hay nada.
7
Decidieron que la mejor manera de digerir la mala noticia y discutida era ir a comer. Además, nada le daba más hambre a Bosch que pasarse la mañana sentado en una oficina y leyendo el expediente de un caso de asesinato. Fueron a Chinese Friends, un pequeño local de Broadway, al extremo de Chinatown, donde sabían que a esa hora todavía podrían conseguir mesa. Era un sitio donde se podía comer bien y en abundancia por poco más de cinco pavos. El problema era que se llenaba deprisa, sobre todo con el personal del cuartel general de los bomberos, los policías del Parker Center y los burócratas del City Hall. Si no llegabas allí a las doce, tenías que pedir comida para llevar y sentarte a comer al sol en el banco de la parada de autobús que había enfrente.
Dejaron el expediente del caso en el coche para no molestar a otros clientes del restaurante, cuyas mesas estaban tan juntas como los pupitres en un colegio público. Sí llevaron sus notas y discutieron el caso en una improvisada jerga concebida para mantener la conversación en privado. Rider explicó que cuando había dicho que no había pistola ni diario en la DAP se refería a que después de una búsqueda de una hora por parte de dos funcionarios no se encontró caja alguna con las pruebas. No supuso una gran sorpresa para Bosch. Como le había advertido antes Pratt, el departamento había descuidado las pruebas durante décadas. Las cajas de pruebas eran registradas y almacenadas en estantes por orden cronológico y sin ninguna clase de separación relativa al tipo de delito. Consecuentemente, las pruebas de un asesinato podían estar en un estante junto a pruebas de un robo. Y cuando los funcionarios pasaban periódicamente para eliminar las pruebas de los casos que habían prescrito, en ocasiones tiraban la caja que no correspondía. Además, la seguridad del edificio fue durante años una cuestión de escasa prioridad. No era difícil que alguien con una placa del departamento tuviera acceso a cualquier prueba que hubiera en el complejo. Así que las cajas de pruebas eran objeto de hurtos. La desaparición de armas u otro tipo de pruebas de casos de criminales famosos como los de Dalia Negra, Charles Manson o el Fabricante de Muñecas no podía considerarse algo inusual.