En el caso Verloren no había indicios de robo. Probablemente se trataba más de un caso de negligencia al tratar de encontrar una caja almacenada diecisiete años atrás en una sala enorme repleta de cajas idénticas.
– La encontrarán -dijo Bosch-. Quizás incluso podrías conseguir que tu colega de la sexta les ponga el miedo en el cuerpo. Entonces seguro que la encuentran. -Más les vale. La prueba de ADN no nos servirá sin la pistola.
– Eso no lo sé.
– Harry, es la cadena probatoria. No puedes ir a juicio con ADN y no mostrar al jurado el arma del que salió. Sin ella, ni siquiera podemos ir al fiscal del distrito. Nos echaría de una patada en el culo.
– Calma. Lo que estoy diciendo es que ahora mismo somos los únicos que sabemos que no tenemos la pistola. Podemos disimular.
– ¿De qué estás hablando?
– ¿No crees que todo esto terminará con Mackey y nosotros en una sala?
Aunque tuviéramos la pistola como prueba, no podríamos probar más allá de toda duda que él dejó allí su sangre al disparar a Becky Verloren. Lo único que podemos probar es que la sangre es suya. Así que, si quieres saber mi opinión, va a reducirse a una confesión. Tendremos que ponerlo en la sala, enfrentarle al resultado de la prueba de ADN y ver si coopera. Eso es todo. Así que lo único que digo es que pongamos un poco de aderezo para el interrogatorio. Vamos a la armería y pedimos prestada una Colt del 45 y la sacamos de la caja cuando estemos con él en la sala. Le convencemos de que tenemos la cadena de pruebas y se lo traga o no.
– No me gustan los trucos.
– Los trucos forman parte de este oficio. No hay nada ilegal en eso. Incluso los tribunales lo han dicho.
– De todos modos, creo que vamos a necesitar más que el ADN para convencerlo.
– Yo también. Estaba pensando que…
Bosch se detuvo y esperó mientras la camarera dejaba dos platos humeantes.
Él había pedido arroz frito con gambas; Rider, costillas de cerdo. Sin decir palabra, Bosch levantó su plato y sirvió la mitad del contenido en el plato de Rider. A continuación, pinchó con un tenedor tres de las seis costillas de cerdo. Casi sonrió al hacerlo. Llevaban menos de un día juntos en el trabajo y ya habían recuperado el ritmo fácil de su anterior compañerismo. Estaba feliz.
– Eh, ¿en qué anda Jerry Edgar?
– No lo sé. Hace mucho que no hablo con él. En realidad nunca superamos aquello.
Bosch asintió. Cuando Bosch había trabajado con Rider en la mesa de Homicidios de la División de Hollywood habían sido divididos en equipos de tres. Jerry Edgar era el tercer miembro del equipo. Bosch se retiró y poco después Rider fue ascendida. Edgar se quedó en Hollywood con la sensación de que se había quedado aislado y postergado. Y ahora que Bosch y Rider estaban trabajando otra vez y asignados a Robos y Homicidios, Edgar no había dicho esta boca es mía.
– Harry, ¿qué estabas diciendo cuando llegó la comida?
– Sólo que tienes razón. Necesitaremos más. Una cosa en la que estaba pensando era que he oído que desde el 11-S y la Patriot Act es más fácil conseguir pinchar conversaciones.
Rider se comió un trozo de gamba antes de responder.
– Sí, eso es cierto. Era una de las cosas que monitorizaba para el jefe. Nuestras peticiones se han multiplicado por treinta. Las aprobaciones también han subido. Se ha corrido la voz, y ahora es una herramienta a la que podemos recurrir. ¿Cómo piensas usarlo?
– Estaba pensando en pinchar los teléfonos a Mackey y después colar una historia en el periódico. Que digan que estamos otra vez trabajando el caso, mencionamos la pistola, quizá mencionamos el ADN, bueno, algo nuevo. No que tenemos un resultado con el ADN, sino que podemos tenerlo. Entonces nos retiramos y lo vigilamos. Escuchamos y vemos qué pasa. Después podríamos hacerle una visita, y a ver si algo se pone en marcha.
Rider reflexionó mientras se comía una costilla de cerdo con los dedos. Parecía inquieta por algo, y a buen seguro que no era por la comida.
– ¿Qué? -preguntó Bosch.
– ¿A quién llamaría?
– No lo sé. A aquel con quien lo hiciera o para el que lo hiciera.
Rider asintió pensativamente mientras masticaba.
– No lo sé, Harry. Llevas menos de un día en el trabajo después de tres años de tomar el sol y ya estás interpretando cosas en el caso que no veo. Supongo que todavía eres el maestro.
– Tú estás oxidada de estar sentada detrás de un escritorio enorme de la sexta.
– Hablo en serio.
– Yo también. Más o menos. Creo que he esperado tanto a esto que estoy plenamente alerta, supongo.
– Sólo cuéntame cómo lo ves, Harry. No hace falta que te excuses por tu instinto.
– De hecho, todavía no lo veo. Y es parte del problema. El nombre de Roland Mackey no está en ninguna parte del expediente, y ése es el primer problema. Sabíamos que estaba cerca, pero no tenemos nada que lo relacione con la víctima.
– ¿De qué estás hablando? Tenemos la pistola con su ADN.
– La sangre lo relaciona con la pistola, no con la chica. Has leído el expediente.
No podemos demostrar que su ADN se depositara en el momento del asesinato. Ese único informe podría dinamitar todo el caso. Es un gran agujero, Kiz. Tan grande que un jurado podría pasar por él. Todo lo que Mackey ha de hacer en el juicio es levantarse y decir: «Sí, robé la pistola en una casa de Winnetka. Después subí a la colina y disparé varias veces. Estaba imitando a Mel Gibson y ese maldito trasto me mordió, me arrancó un trozo de piel de la mano. Nunca había visto que eso le pasara a Mel. Así que me enfurecí y lancé la maldita pistola a los arbustos y me fui a casa para ponerme unas tiritas.» El informe del laboratorio -nuestro propio puto informe- lo respalda y se acabó la historia.
Rider no sonrió en ningún momento. Bosch sabía que le estaba entendiendo. -No hace falta que diga nada más, Kiz, y conseguirá una duda razonable y nosotros no podremos demostrar lo contrario. No tenemos pruebas en la escena, no tenemos pelos, ni fibras, no tenemos nada. Y luego está su perfil. Y si hubieras visto su historial antes de meterte con el caso y tener su ADN nunca habrías dicho que este tipo podía ser un asesino. Quizás en una pelea o en un arrebato de pasión. Pero nunca algo como esto, algo planeado, y ciertamente, no a los dieciocho años.
Rider negó con la cabeza de manera casi nostálgica.
– Hace unas horas nos han dado esto como un regalo de bienvenida. Se suponía que Iba a ser coser y cantar…
– El ADN hace que todo el mundo salte a una conclusión. Ése es el problema:
La gente cree que la tecnología lo soluciona todo. Ven demasiada televisión.
– ¿Es ésta tu extraña forma de decir que no crees que lo hiciera él?
– Todavía no sé lo que creo.
– Entonces lo seguimos, le pinchamos el teléfono, lo asustamos de alguna manera y vemos a quién llama y cómo reacciona.
Bosch asintió con la cabeza.
– Eso estaba pensando -dijo.
– Antes ha de autorizarlo Abel.
– Seguimos las reglas, como me ha dicho el jefe hoy.
– Vaya, vaya… ¡El nuevo Harry Bosch!
– Lo tienes delante.
– Antes de pedir la escucha hemos de asegurarnos de que ninguno de los protagonistas conocía a Roland Mackey. Si se confirma, voto por ir a ver a Pratt por el pinchazo.
– Me parece bien. ¿Qué más has sacado de la lectura?
Quería ver si ella había captado la corriente racial subyacente antes de proponerlo.
– Sólo lo que había allí -respondió Rider-. ¿Había algo más que se me ha pasado?
– No lo sé, nada obvio.
– ¿Entonces qué?
– Estaba pensando en el hecho de que la chica era mulata. Incluso en el ochenta y ocho tenía que haber gente a la que no le gustara la idea. Si a eso añadimos el robo del que surgió el arma… La víctima era un judío. Dijo que lo estaban acosando y que por eso compró la pistola.
Rider asintió pensativamente mientras tragaba un bocado de arroz.