– Bueno, quizá nosotros cambiemos eso para la reunión de los veinte años dijo Bosch, que inmediatamente lamentó el comentario frívolo-. Perdón, no ha sido un comentario agradable.
– Bueno, espero que lo cambien. Pienso en ella todo el tiempo. Siempre me pregunto quién lo hizo y por qué nunca los encontraron. Miro su foto en la placa todos los días al entrar en la escuela. Es raro. Ayudé a recoger el dinero para la placa como delegada de curso.
– ¿Los? -preguntó Bosch.
– ¿Qué?
– Ha dicho que nunca los encontraron. ¿Por qué ha dicho «los»?
– No lo sé, «lo», «la», lo que sea.
Bosch asintió.
– Señora Sable, gracias por su tiempo -dijo-. ¿Puede hacernos un favor y no hablar con nadie de esto? No queremos que la gente esté preparada para nosotros, ¿me entiende?
– ¿Como conmigo?
– Exactamente. Y si piensa en algo más, cualquier cosa de la que quiera hablar, mi compañera le dará una tarjeta en la que constan todos nuestros números.
– De acuerdo.
Sable parecía sumida en un recuerdo lejano. Los detectives se despidieron y la dejaron con la pila de papeles para clasificar. Bosch pensó que probablemente estaba recordando un tiempo en el que cuatro chicas eran las mejores amigas y el futuro brillaba ante ellas como un océano.
Antes de salir de la escuela pasaron por la oficina para ver si la administración disponía de información de contacto actualizada de la ex estudiante Tara Wood. Gordon Stoddard le pidió a la señora Atkins que lo comprobara, pero la respuesta fue negativa. Bosch preguntó si podía llevarse el anuario de 1988 para hacer copias de algunas de las fotos y el señor Stoddard dio su aprobación.
– Ya me iba -dijo el director-. Les acompañaré.
Charlaron por el camino de regreso a la biblioteca y Stoddard les dio el anuario, que ya había sido devuelto al estante. En el camino de salida hacia el aparcamiento, Stoddard se detuvo con ellos una vez más delante de la placa conmemorativa. Bosch pasó los dedos por encima de las letras en relieve del nombre de Becky Verloren. Se fijó en que los bordes se habían suavizado con el paso de los años porque muchos estudiantes habían hecho lo mismo.
11
Rider se ocupó del archivo y el teléfono mientras Bosch conducía hacia Panorama City, que se hallaba justo al este de la 405 y al otro lado de los límites jurisdiccionales de la División de Devonshire.
Panorama City era un barrio de la zona norte de Van Nuys que se había segregado muchos años antes, cuando los residentes decidieron que necesitaban distanciarse de las connotaciones negativas adscritas a Van Nuys. En el nuevo municipio no había cambiado nada más que el nombre y unos pocos carteles de calles. Aun así, Panorama City sonaba más limpio y hermoso y a salvo del crimen, y los residentes se sentían más a gusto. Pero habían pasado muchos años y grupos de residentes habían solicitado renombrar otra vez sus barrios y distanciarse de las connotaciones negativas asociadas con Panorama City, si no físicamente, al menos en imagen. Bosch suponía que ésa era una de las formas en que la ciudad de Los Ángeles se reinventaba a sí misma. Como un escritor o un actor que no para de cambiar su nombre para dejar atrás fracasos del pasado y empezar de nuevo, aunque sea con la misma pluma o la misma cara.
Como suponían, Roland Mackey ya no estaba en la empresa de remolque de coches en la que había trabajado mientras cumplía su sentencia más reciente de libertad condicional. Sin embargo, como igualmente suponían, el ex presidiario no había sido especialmente hábil en cubrir su pista. El informe penitenciario contenía todo el historial laboral de una vida que había pasado en gran parte en libertad condicional. Había conducido una grúa para otras dos empresas en periodos anteriores en que estuvo en libertad vigilada por parte del Estado. Rider, haciéndose pasar por una conocida, llamó a cada uno de ellos y enseguida localizó a su actual empleador: Tampa Towing. A continuación llamó a.dicho servicio de grúas Y preguntó si Mackey estaba trabajando ese día. Al cabo de un momento cerró el teléfono y miró a Bosch.
– Tampa Towing. Entra a las cuatro.
Bosch miró el reloj. Mackey tenía que entrar a trabajar al cabo de diez minutos.
– Pasemos a echarle una mirada. Después comprobaremos su dirección. ¿Tampa y qué?
– Tampa y Roscoe. Debe de estar enfrente del hospital.
– El hospital está en Roscoe y Reseda.
– ¿Qué hacemos después de echarle un vistazo?
– Bueno, subimos y le preguntamos si mató a Becky Verloren hace diecisiete años; él dice que sí y lo llevamos a comisaría.
– Vamos, Bosch.
– No lo sé. ¿Qué quieres hacer después?
– Comprobamos su dirección como has dicho, y entonces creo que estaremos preparados para los padres. Estoy pensando que necesitamos hablar con ellos de este tipo antes de preparar una trampa, especialmente en el diario. Voto por que vayamos a la casa y veamos a la madre. Total, ya estamos aquí arriba.
– Quieres decir si sigue aquí -dijo Bosch-. ¿También has hecho una búsqueda de ella en Auto Track?
– No hace falta. Estará ahí. Has oído cómo hablaba García. El fantasma de su hija está en esa casa. No creo que se vaya nunca.
Bosch supuso que Rider tenía razón al respecto, pero no respondió. Se dirigió hacia el este por Devonshire Boulevard hacia Tampa Avenue y después bajó a Roscoe Boulevard. Llegaron a la intersección pocos minutos antes de las cuatro. Tampa Towing era de hecho una estación de servicio Chevron que disponía de dos elevadores hidráulicos. Bosch metió el coche en el estacionamiento de una pequeña galería comercial situada al otro lado de la calle y apagó el motor.
No se sorprendió cuando dieron las cuatro y siguieron pasando los minutos sin signo de Roland Mackey. No creía que fuera alguien ansioso por entrar a trabajar para remolcar coches.
A las cuatro y cuarto, Rider dijo:
– ¿Qué opinas? ¿Crees que mi llamada podría haber…?
– Aquí está.
Un Camaro de treinta años con imprimación gris en los cuatro guardabarros entró en la estación de servicio y aparcó cerca de la bomba de aire. Bosch había captado sólo un atisbo del conductor, pero le bastó para saber que era Mackey. Sacó de la guantera unos gemelos que había comprado a través del catálogo de una aerolínea durante uno de sus vuelos a Las Vegas.
Se dejó resbalar en el asiento y vigiló a través de los prismáticos. Mackey salió del Camaro y caminó hacia el garaje abierto de la estación de servicio. Llevaba un uniforme con pantalones azul marino y una camisa de color azul más claro. Encima del bolsillo del pecho izquierdo había un óvalo que decía Ro y de uno de sus bolsillos traseros asomaban unos guantes de trabajo.
Había un viejo Ford Taurus en un elevador hidráulico en el garaje y un hombre trabajando debajo con un destornillador eléctrico. Cuando Mackey entró, el mecánico se estiró con aire despreocupado y le saludó chocando palmas. Mackey se detuvo cuando el hombre le dijo algo.
– Creo que le está hablando de la llamada telefónica -dijo Bosch-. Mackey no parece muy preocupado. Acaba de sacar el móvil del bolsillo. Está llamando a la persona que probablemente cree que le ha llamado.
Leyendo los labios de Mackey, Bosch dijo:
– Eh, ¿me has llamado?
Mackey rápidamente terminó la conversación.
– Creo que no -dijo Bosch.
Mackey volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo.
– Ha intentado llamar a una persona -dijo Rider-. No debe de tener mucha vida social.
– El nombre en la insignia pone Ro -dijo Bosch-. Si su colega le ha dicho que han preguntado por Roland quizás ha llamado a la única persona que lo llama así. Quizás era su querido papá, el soldador.
– Bueno, ¿qué está haciendo?
– No puedo verlo. Ha ido a la parte de atrás.
– Diría que deberíamos salir de aquí antes de que empiece a echar un vistazo.