– Sí. Rebecca estaba en esa edad en que quería su intimidad. Hay dos habitaciones abajo, una a cada lado de la casa. Su primera habitación estaba allí, pero a los catorce años se trasladó aquí.
Bosch asintió y miró a su alrededor antes de preguntar nada más.
– ¿Con cuánta frecuencia sube aquí, señora Verloren? -preguntó Rider.
– Todos los días. A veces cuando no puedo dormir (y me pasa muchas veces) vengo y me tumbo aquí. Aunque no me meto debajo de las sábanas. Quiero que sea su cama.
Bosch se dio cuenta de que otra vez estaba asintiendo con la cabeza, como si lo que la mujer decía tuviera sentido para él. Se acercó a una de las paredes. Había fotos que se aguantaban en el marco del espejo. Bosch reconoció a una joven Bailey Sable en una de ellas. También había una foto en la que Becky aparecía sola delante de la torre Eiffel. Llevaba una boina negra. Ninguno de los otros chicos del club de arte estaba presente.
En el espejo había asimismo una foto de un chico con Becky. Parecía que estuvieran en Disneylandia, o quizás allí mismo, en el muelle de Santa Mónica.
– ¿Quién es? -preguntó Bosch.
Muriel se acercó y miró.
– ¿El chico? Es Danny Kotchof. Su primer novio.
Bosch asintió. El chico que se había trasladado a Hawai.
– Cuando se fue le rompió el corazón -agregó Muriel.
– ¿Cuándo fue eso exactamente?
– El verano anterior, en junio. Justo después de que ella terminara primero, y él segundo. Él era un año mayor.
– ¿Sabe por qué se trasladó la familia?
– El padre de Danny trabajaba en una empresa de alquiler de coches y lo destinaron a una nueva franquicia en Maui. Era un ascenso.
Bosch miró a Rider para ver si ella había captado el significado de la información que Muriel acababa de darles. Rider sutilmente negó con la cabeza. No lo entendía, pero Bosch quería insistir por esa línea.
– ¿Danny fue a Hillside Prep?
– Sí, allí se conocieron.
Bosch miró el corcho de fotos y se fijó en un souvenir barato de un globo de nieve con la torre Eiffel. Parte del agua se había evaporado, dejando una burbuja en la parte superior del globo y la punta de la torre asomándose a la bolsa de aire.
– ¿Danny iba al club de arte? -preguntó-. ¿Hizo el viaje a París con ella?
– No, ellos se mudaron antes -dijo Muriel-. Él se fue en junio y el club fue a París la última semana de agosto.
– ¿Becky volvió a tener noticias de Danny?
– Ah, sí, se enviaban cartas y había llamadas de teléfono. Al principio llamaban los dos, pero era demasiado caro. Después llamaba siempre Danny. Todas las noches, justo antes de que Becky se fuera a acostar. Eso duró casi hasta… hasta que ella nos dejó.
Bosch se estiró y cogió la foto del borde del espejo. Miró de cerca a Danny Kotchof.
– ¿Qué pasó cuando falleció su hija? ¿Cómo se enteró Danny? ¿Cómo reaccionó?
– Bueno… Llamamos y se lo dijimos a su padre para que pudiera sentar a Danny y darle la mala noticia. Nos dijo que no lo aceptó bien. ¿Y quién podía hacerlo?
– El padre se lo dijo a Danny. ¿Usted o su marido hablaron directamente con Danny?
– No, pero Danny me escribió una carta larga que hablaba de Becky y de lo mucho que significaba para él. Era muy triste y muy dulce.
– Estoy seguro de que lo era. ¿Vino al funeral?
– No, no vino. Sus… mmm… sus padres pensaron que era mejor para él que se quedara en la isla. El trauma, ¿sabe? El señor Kotchof llamó y nos avisó que no iba a venir.
Bosch asintió. Se volvió del espejo, deslizando la foto en su bolsillo. Muriel no se fijó.
– ¿Y después? -preguntó Bosch-. Me refiero a después de la carta. ¿Contactó con ustedes en alguna ocasión? ¿Quizá llamó y habló con ustedes?
– No, creo que nunca tuvimos noticias suyas. No después de la carta.
– ¿Todavía guarda esa carta? -preguntó Rider.
– Por supuesto. Lo conservo todo. Tengo un cajón lleno de cartas que recibimos sobre Rebecca. Era una niña muy querida.
– Necesitamos que nos preste esa carta, señora Verloren -dijo Bosch-. Quizá también podríamos necesitar revisar todo el cajón en algún momento.
– ¿Por qué?
– Porque nunca se sabe -dijo Bosch.
– Porque no queremos dejar piedra sin mover -añadió Rider-. Sabemos que es duro, pero por favor recuerde lo que estamos haciendo. Queremos encontrar a la persona que le hizo esto a su hija. Ha pasado mucho tiempo, pero eso no significa que el crimen vaya a quedar impune.
Muriel Verloren asintió. Sin reparar en ello, había cogido una pequeña almohada decorativa de la cama y estaba agarrándola con ambas manos delante del pecho. Parecía como si la hubiera hecho su hija muchos años atrás. Era un cuadradito azul con un corazón rojo de fieltro en medio. Sosteniendo la almohada, Muriel Verloren parecía una diana.
13
Mientras Bosch conducía, Rider leyó la carta que Danny Kotchof había enviado a los Verloren después del asesinato de Becky. Era una sola página, llena sobre todo de recuerdos cariñosos de su hija perdida.
– «Lo único que puedo decirles es que lamento muchísimo que tuviera que ocurrir esto. Siempre la echaré de menos. Con amor, Danny.» Y eso es todo.
– ¿De cuándo es el matasellos?
Ella giró el sobre y lo miró.
– «Maui, veintinueve de julio de mil novecientos ochenta y ocho.»
– Se tomó su tiempo.
– Quizás era duro para él. ¿Por qué te centras en él, Harry?
– No lo hago. Es sólo que García y Green confiaron en una llamada telefónica para descartarlo. ¿Recuerdas lo que decía en el expediente? Decía que el supervisor del chico aseguró que había estado lavando coches en una agencia de alquiler de vehículos el día anterior y el día siguiente. No había tenido tiempo de volar a Los Ángeles, matar a Becky y volver a casa a tiempo para trabajar.
– ¿Y qué?
– Bueno, ahora averiguamos por Muriel que su padre dirigía una agencia de alquiler de vehículos. No decía nada de eso en el expediente. ¿García y Green lo sabían? ¿Cuánto quieres apostar a que ese papá dirigía la empresa donde su hijo lavaba coches? ¿Cuánto quieres apostar a que ese supervisor que proporcionó la coartada al hijo trabajaba para el padre?
– Tío, hablaba en broma de ir a París. Parece que estás buscando un viaje a Maui.
– Simplemente no me gusta el trabajo chapucero. Deja cabos sueltos. Hemos de hablar con Danny Kotchof y descartarlo nosotros mismos. Si es que eso es posible después de tantos años.
– AutoTrack, cielo.
– Eso podría encontrar lo. No lo descartemos.
– Aunque quebráramos su coartada, ¿qué estás diciendo, que este chico de dieciséis años se escabulló desde Hawai, asesinó a su antigua novia y después volvió sin que nadie lo viera?
– Quizá no lo planeó así. Y tenía diecisiete… Muriel dijo que era un año mayor.
– Ah, diecisiete -dijo ella con sarcasmo-, como si eso marcara toda la diferencia del mundo.
– Cuando yo tenía dieciocho me dieron una licencia de Vietnam a Hawai. No estaba permitido salir del estado desde allí, pero en cuanto llegué me cambié de ropa, compré una maleta de civil y pasé por delante de la policía militar para coger un avión a Los Ángeles. Creo que un chico de diecisiete años podría haberlo hecho.
– Vale, Harry.
– Mira, lo único que estoy diciendo es que fue un trabajo chapucero. Según el expediente, Green y García descartaron a este tipo con una llamada de teléfono. No dice nada allí de comprobar líneas aéreas, y ahora es demasiado tarde. Me jode.
– Lo entiendo. Pero recuerda que hemos de completar un triángulo lógico. Podemos conectar a Danny con Becky con suficiente facilidad, y la pistola conecta a Becky con Mackey. Pero ¿qué conecta a Danny con Mackey?
Bosch asintió. Era una buena pregunta, pero no le hacía sentirse mejor respecto a Danny Kotchof.
– Otra cosa es lo que escribió en esa carta -insistió Bosch-. Dijo que lamentaba que «tuviera que ocurrir». Tuviera que ocurrir. ¿Qué significa eso?