Don Juan se apartó del tema tan repentinamente como lo había traído a cuento, y empezó a hablar de algo sin ninguna relación.

24 de octubre, 1968

Arrinconé a don Juan y le dije que intuitivamente sentía que jamás recibiría otra lección de equilibrio, y que él debía explicarme todos los detalles pertinentes, pues de otro modo nunca podría descubrirlos por mí mismo. Don Juan dijo que yo tenía razón con respecto a que don Genaro no volvería a darme otra lección.

– ¿Qué más quieres saber? -preguntó.

– ¿Qué son esas fibras como tentáculos, don Juan?

– Son los tentáculos que salen del cuerpo de un hombre y son visibles para cualquier brujo que ve. Los brujos actúan con la gente de acuerdo a la forma en que ven sus tentáculos. Las personas débiles tienen fibras cortas, casi invisibles; las personas fuertes las tienen largas y brillantes. Las de Genaro, por ejemplo, son tan brillantes que parecen gruesas. Por las fibras se conoce si una persona está sana o está enferma, si es mezquina o bondadosa o traicionera. También se conoce, por las fibras, si una persona puede ver. Aquí hay un problema desconcertante. Cuando Genaro te vio supo, igual que mi amigo Vicente, que podías ver; cuando yo te veo, veo que puedes ver, y sin embargo sé muy bien que no puedes. ¡Qué contrariedad! Genaro no podía creerlo. Le dije que eras un sujeto raro. Creo que quiso verlo por sí mismo y te llevó a la cascada.

– ¿Por qué piensa usted que doy la impresión de que puedo ver?

Don Juan no respondió. Permaneció largo rato en silencio. No quise preguntarle nada más. Finalmente me habló y dijo que sabía por qué, pero no cómo explicarlo.

– Piensas que todo el mundo es sencillo de entender -dijo- porque todo cuanto tú haces es una rutina sencilla de entender. En la caída de agua, cuando miraste a Genaro cruzar el agua, creíste que era un maestro de los saltos mortales, porque sólo en eso pudiste pensar. Y eso es todo lo que siempre creerás que hizo. Pero Genaro nunca saltó al cruzar esa agua. Si hubiera saltado, habría muerto. Genaro se equilibró con sus magníficas fibras brillantes. Las alargó lo suficiente para poder, digamos, rodar en ellas hasta el otro lado de la caída de agua. Demostró la manera correcta de alargar esos tentáculos, y la manera de moverlos con precisión.

"Pablito vio casi todos los movimientos de Genaro. Néstor, en cambio, sólo vio las maniobras más obvias. Se perdió los detalles delicados. Pero tú, tú no viste nada de nada.

– Quizá si me hubiera usted dicho por anticipado qué cosa observar…

Me interrumpió y dijo que el darme instrucciones sólo habría estorbado a don Genaro. De haber yo sabido lo que iba a ocurrir, mis fibras, agitadas, habrían interferido con las de don Genaro.

– Si pudieras ver -dijo-, te habría sido evidente, desde el primer paso que Genaro dio, que no estaba resbalando al subir por las peñas. Estaba aflojando sus tentáculos. Dos veces los enredó en las piedras y se sostuvo como una mosca en la mera roca. Cuando llegó arriba y estuvo listo para cruzar el agua, los enfocó sobre una piedra chica en medio de la corriente, y una vez que los tuvo afianzados dejó que las fibras lo jalaran. Genaro jamás saltó; por eso podía aterrizar en las piedras resbalosas en el mero borde del agua. Genaro todo el tiempo tenía las fibras bien enredadas en cada roca que usó.

"No se estuvo mucho tiempo en la primera piedra, porque tenía el resto de sus fibras amarradas a otra, todavía más chica, en el sitio donde mayor era el empellón del agua. Sus tentáculos volvieron a jalarlo y aterrizó en ella. Esa fue la más notable de todas las cosas que hizo. La superficie era demasiado chica para que un hombre se sostuviera, y el empellón del agua habría arrastrado su cuerpo al precipicio si él no hubiera tenido algunas de sus fibras enfocadas todavía en la primera roca.

"Genaro se mantuvo mucho rato en esa segunda posición, porque tenía que sacar otra vez sus tentáculos y mandarlos hasta el otro lado del despeñadero. Después de afianzarlos, tuvo que soltar las fibras enfocadas en la primera roca. Eso era muy arriesgado. Tal vez solamente Genaro es capaz de hacerlo. Casi perdió el control, o a lo mejor nada más se estaba burlando de nosotros: nunca lo sabremos con certeza. En lo personal, pienso que de veras estuvo a punto de perder el equilibrio. Lo se porque se puso tieso y mandó un brote magnífico, como un rayo de luz cruzando el agua. Me parece que tan sólo ese rayo habría bastado para jalarlo al otro lado. Cuando llegó a la orilla, se paró y dejó brillar sus fibras como un racimo de luces. Eso lo hizo solamente para ti. De haber podido ver, habrías visto eso.

"Genaro estuvo allí parado, mirándote, y entonces supo que no habías visto."

Segunda Parte LA TAREA DE "VER"

VII

DON JUAN no estaba en su casa cuando llegué a ella el mediodía del 8 de noviembre de 1968. Como no tenía idea de dónde buscarlo, me senté a esperar. Por alguna razón desconocida, sabía que regresaría pronto. Un rato después, don Juan entró en su casa. Asintió mirándome. Cambiamos saludos. Parecía estar cansado y se tendió en su petate. Bostezó un par de veces.

La idea de "ver" se me había vuelto obsesión, y yo había decidido usar nuevamente la mezcla alucinógena de fumar. Fue terriblemente difícil hacer esa decisión, así que todavía deseaba discutirla un poco.

– Quiero aprender a ver, don Juan -dije de sopetón-. Pero en realidad no quiero tomar nada; no quiero fumar su mezcla. ¿Piensa usted que hay alguna posibilidad de que yo aprenda a ver sin ella?

Se sentó, se me quedó viendo unos segundos y volvió a acostarse.

– ¡No! -dijo-. Tendrás que usar el humo.

– Pero usted dijo que con don Genaro estuve a punto de ver.

– Quise decir que algo en ti brillaba como si de verdad te dieras cuenta de lo que Genaro hacía, pero nada más estabas mirando. La verdad es que hay algo en ti que se asemeja a ver, pero no es; estás atascado y sólo el humo puede ayudarte.

– ¿Por qué hay que fumar? ¿Por qué no puede uno, simplemente, aprender a ver por sí mismo? Yo tengo un deseo ferviente. ¿No es bastante?

– No, no es bastante. Ver no es tan sencillo, y sólo el humo puede darte a ti la velocidad que necesitas para echar un vistazo a ese mundo fugaz. De otro modo no harás sino mirar.

– ¿Qué quiere usted decir con lo de mundo fugaz?

– El mundo, cuando ves, no es como ahora piensas que es. Es más bien un mundo fugaz que se mueve y cambia. Por cierto que uno puede aprender a capturar por sí mismo ese mundo fugaz, pero a ti de nada te servirá, porque tu cuerpo se gastará con la tensión. Con el humo, en cambio, jamás sufrirás de agotamiento. El humo te dará la velocidad necesaria para asir el movimiento fugaz del mundo, y al mismo tiempo mantendrá intactos tu cuerpo y su fuerza.

– ¡Muy bien! -dije con dramatismo-. No quiero andarme ya por las ramas. Fumaré.

Don Juan rió de mi arrebato histriónico.

– Párale -dijo-. Siempre te agarras a lo que no debes. Ahora piensas que la simple decisión de dejarte guiar por el humo va a hacerte ver. Hay mucho pan por rebanar. En todo hay siempre más de lo que uno cree.

Se puso serio un momento.

– He tenido mucho cuidado contigo, y mis actos han sido deliberados -dijo-, porque es el deseo de Mescalito que comprendas mi conocimiento. Pero ahora sé que no tendré tiempo de enseñarte todo lo que quiero. Nada más tendré tiempo de ponerte en el camino, y confío en que buscarás del mismo modo que yo busqué. Debo admitir que eres más indolente y más terco que yo. Pero tienes otras ideas, y la dirección que seguirá tu vida es algo que no puedo predecir.


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