Se quitó la camiseta, desgarrada y empapada en sudor, envolvió con ella las libretas y pasó a la otra habitación, para salir por la ventana. Podía haber subido la escalera y salido por la cocina sin arañarse más el pellejo, pero no estaba seguro de que el señor McBride se hubiese marchado en el vehículo.

Se dirigía al lugar donde había dejado a los otros, cuando media docena de brazos salieron de entre el maíz de la primera hilera y tiraron de él. Se tambaleó entre las plantas. Una mano sucia le tapó la boca.

– ¡Dios mío! -murmuró Mike-. Creíamos que te había matado. Suéltale, Harlen.

Jim Harlen apartó la mano.

Dale escupió y enjugó la sangre de un labio cortado.

– ¿Por qué haces eso, imbécil?

Harlen le miró echando chispas por los ojos, pero no dijo nada.

– ¡Las tienes! -gritó Lawrence, levantando el fajo de libretas.

Los muchachos empezaron a hojearlas.

– ¡Mierda! -exclamó Harlen.

– ¡Eh! -dijo Kevin, mirando burlonamente a Dale-. ¿Entiendes tú eso?

Dale sacudió la cabeza. Las libretas estaban llenas de garabatos, extraños lazos y trazos, y florituras. Era alguna clase de jeroglífico indescifrable o caligrafía marciana.

– Nos ha jodido -dijo Harlen-. Vayamos a casa.

– Esperad -dijo Mike. Miraba con ceño una de las pequeñas libretas. De pronto sonrió-. Yo conozco esto.

– ¿Puedes leerlo? -preguntó Lawrence asombrado.

– No -dijo Mike-. No puedo leerlo, pero sé lo que es.

Dale se acercó más.

– ¿Puedes descifrar esta clave?

– No es una clave -dijo Mike, sin dejar de sonreír-. Mi estúpida hermana Peg siguió un curso de esta materia. Es taquigrafía, esa escritura rápida que hacen las secretarias.

Los muchachos aplaudieron y gritaron hasta que Kevin sugirió que se callasen. Metieron las libretas en la mochila de Lawrence tan cuidadosamente como si hubiesen sido huevos recién puestos, y después corrieron agachados hacia el sitio donde habían dejado las bicicletas.

Dale sintió que el sol le quemaba el cuello y los brazos mucho antes de llegar a Jubilee College Road, a pesar de que tenía curtida la piel. La lejana torre del agua resplandecía en las olas de calor, como si toda la ciudad fuese una ilusión, un espejismo a punto de desaparecer.

Estaban a medio camino del pueblo cuando una nube de polvo se alzó detrás de ellos, al acercarse rápidamente un camión.

Mike hizo un ademán, y Harlen, Kev y él se pusieron a un lado de la carretera, y Dale y Lawrence, al otro. Cruzaron las cunetas, soltaron las bicis y se dispusieron a encaramarse en la valla y meterse en los campos.

El camión redujo la marcha, con la oscura cabina resplandeciendo en el calor de la carretera y del motor. El conductor miró con curiosidad, detuvo el camión e hizo marcha atrás.

– ¿Qué estáis haciendo? -gritó el padre de Kevin desde la alta cabina del camión de la leche. La larga cuba remolcada tenía el resplandor del acero pulido, y deslumbraba bajo el sol del mediodía-. ¿Qué estáis tramando?

Kevin sonrió y señaló con indiferencia hacia el pueblo.

– Sólo estamos dando un paseo en bicicleta.

Su padre miró de soslayo a los muchachos encaramados en la valla de alambre, como pájaros prestos a levantar el vuelo.

– Vete enseguida a casa -dijo-. Necesito que me ayudes a limpiar la cuba. Además, tu madre quiere que quites las hierbas del jardín esta tarde.

– De acuerdo -dijo Kevin, y saludó.

Su padre frunció el ceño y el largo camión reemprendió la marcha y desapareció entre la nube de polvo.

Los chicos permanecieron un minuto en la carretera, sujetando sus bicis antes de volver a montar en ellas. Dale se preguntó si los otros tendrían entumecidas las piernas.

No encontraron más coches ni camiones antes de llegar a la sombra del pueblo. Aquí había más oscuridad, la luz se filtraba a través de una docena de capas de hojas en todas las calles, pero el día continuaba siendo cálido y bochornoso cuando se reunieron brevemente en el gallinero y se desperdigaron para ir a comer y a sus diferentes tareas.

Mike guardó las libretas. Su hermana conservaba uno de sus libros de taquigrafía y él se comprometió a buscarlo y a empezar a descifrar los textos. Dale fue a reunirse con él después de la comida para ayudarle.

Mike fue a ver cómo estaba Memo, encontró el libro de Peg en un estante, junto a su estúpido diario -ella le habría matado si le hubiese sorprendido en su habitación- y llevó todos los libros al gallinero.

Dale y él empezaron a mirar las libretas para asegurarse de que estaban en taquigrafía, decidieron descifrar un par de rayas, les resultó difícil al principio, pero después encontraron el tranquillo. Los garabatos de Duane McBride no eran iguales a los del libro de texto, pero se parecían bastante. Mike volvió a entrar en casa, encontró un bloc y dos lápices, y volvió al gallinero. Los muchachos trabajaron en silencio.

Seis horas más tarde, cuando todavía estaban leyendo, la madre de Mike lo llamó para cenar.

26

Mike se ofreció voluntario para ir a hablar con la señora Moon. Era el que la conocía más.

El día anterior, después de cenar y durante el largo y lento crepúsculo, todos salvo Cordie se reunieron en el gallinero para oír lo que había en las libretas.

– ¿Dónde está la chica? -preguntó Mike.

Jim Harlen se encogió de hombros.

– Fui a la ratonera de su casa…

– ¿Solo? -le interrumpió Lawrence.

Harlen le miró de soslayo e hizo caso omiso a su pregunta.

– Fui esta tarde pero no había nadie en casa.

– Quizás habían salido de compras o para algún recado -dijo Dale.

Harlen sacudió la cabeza. Esta tarde parecía pálido y extrañamente vulnerable con su cabestrillo y su escayola.

– No; quiero decir que estaba vacía. Había trastos desparramados por todas partes…, periódicos viejos, muebles rotos, un hacha… como si la familia lo hubiese metido todo en un camión y se hubiese largado.

– No habría sido mala idea -murmuró Mike, que había terminado de descifrar los diarios de Duane.

– ¿Eh? -dijo Kevin.

– Escuchad -dijo Mike O'Rourke levantando una de las libretas y empezando a leer.

Los cuatro muchachos escucharon durante casi una hora. Dale terminó la lectura cuando la voz de Mike empezó a ponerse ronca. Dale lo había leído todo con anterioridad -Mike y él habían comparado sus notas mientras descifraban el texto-, pero el hecho de oír la lectura en voz alta, aunque fuese con su propia voz, hacía que le temblasen las piernas.

– ¡Dios mío! -murmuró Harlen al agotarse el tema de la Campana Borgia y del tío de Duane-. ¡Mierda! -añadió, en el mismo tono reverente.

Kevin cruzó los brazos. Se estaba haciendo de noche y la camiseta de Kev brillaba más que ninguna

– ¿Y esa campana estuvo colgada allí, durante todos los años en que fuimos al colegio?

– El señor Ashley-Montague dijo a Duane que había sido quitada de allí y que la fundieron -dijo Dale-. Lo pone en una de estas libretas, y yo lo oí el mes pasado en el cine al aire libre.

– Hace mucho tiempo que no ha habido cine gratuito -se lamentó Lawrence.

– Cállate -dijo Dale-. Aquí… Voy a saltarme algo… Esto es de cuando habló con la señora Moon, el mismo día en que cenamos todos en casa del tío Henry, el mismo día en que…

– … en que Duane fue asesinado -terminó Mike.

– Sí -dijo Dale-. Escuchad.

– Leyó las notas al pie de la letra:

17 de junio:

He hablado con la señora Emma Moon. ¡Se acuerda de la campana! Me ha contado una cosa terrible. Dice que su Orville no estuvo complicado. Una cosa terrible con referencia a la campana. Invierno de 1899-1900. Varios niños de la ciudad -cree que uno de una casa de campo- desaparecieron. El señor Ashley -entonces no Montague porque todavía no se habían unido los apellidos- ofreció una recompensa de 1.000 dólares. Ninguna pista.


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