Entonces, en enero – la señora M. está segura de que fue en enero de 1900- encontraron el cadáver de una niña de once años que había desaparecido antes de la Navidad. Se llamaba Sarah Lewellyn Campbell.

¡COMPROBAR LOS ARCHIVOS! ¿POR QUÉ NO DIJERON NADA LOS PERIÓDICOS?

La señora Moon está segura de que era Sarah L. Campbell.

No quiere hablar de ello, pero yo sigo preguntándole. La niña fue asesinada, posiblemente violada, decapitada y comida en parte. La señora M. está absolutamente segura de lo último.

Capturaron a un negro, «un hombre de color», que estaba durmiendo detrás de la fábrica de sebo. Se formó un pelotón. Dice que su marido, Orville, ni siquiera estaba en el condado.

Había ido a Galesburg en «viaje de compra de caballos». Un viaje de cuatro días. (Comprobar más tarde lo que es este trabajo…)

El Klan pesaba entonces mucho en Elm Haven. La señora M. dice que su Orville iba a las reuniones, como la mayoría de los hombres, pero que no actuaba de noche. Además, estaba fuera de la ciudad…, comprando caballos.

Los otros hombres del pueblo, bajo el mando del señor Ashley, el que trajo la campana, y el hijo del señor Ashley, de 21 años, arrastraron al negro hasta Old Central. La señora M. no sabe el nombre del negro. Un vagabundo.

Celebraron una especie de juicio (¿justicia Klan?), y le condenaron. Aquel mismo día por la noche lo colgaron.

De la campana.

La señora Moon recuerda haber oído sonar la campana a altas horas de aquella noche. Su marido le dijo que era porque el negro no paraba de balancearse ~ de patalear. (La señora M. se ha olvidado de que su marido estaba en Galesburg…) (Nota:

en las ejecuciones normales en la horca, se deja caer al reo, que se rompe el cuello; este hombre se balanceó durante mucho tiempo.)

¿En el campanario? La señora Moon no lo sabe. Cree que sí. O en la escalera central.

No quería decirme lo peor; he tenido que engatusarla.

Lo peor es que dejaron el cuerpo del negro en el campanario. Lo tapiaron y lo dejaron allí.

¿Por qué? Ella no lo sabe. Su Orville no lo sabía. El señor Ashley insistió en que dejasen allí el cuerpo del negro. (TENGO QUE COMPROBARLO CON ASHLEY-MONTAGUE. VISITAR SU CASA, VER LOS LIBROS DE LA SOCIEDAD HISTÓRICA QUE ÉL ROBÓ.)

La señora M. se ha echado a llorar. Dice que hubo algo peor.

Espero. Estas galletas son horribles. Espero. Ella está hablando ahora a sus gatos más que a mí.

Dice que lo peor, peor que el ahorcamiento, es que, dos meses más tarde de haber sido colgado el negro allí, desapareció otro niño.

Habían ahorcado a un inocente.

– Hay más -dijo Dale-, pero todo versa sobre lo mismo. Según las últimas notas, pensaba ir a ver al señor Dennis Ashley-Montague en persona para obtener más detalles.

Los cinco niños del gallinero se miraron.

– ¡Vaya con la Campana Borgia! -exclamó Kevin.

– Y lo peor es que algo en ella funciona todavía; una influencia maligna.

Mike se agachó y tocó una de las libretas como si fuese un talismán.

– ¿Crees que todo se debe a la campana? -preguntó a Dale.

Este asintió con la cabeza.

– ¿Crees que Roon, Van Syke y la vieja Double-Butt intervienen en esto porque forman parte del colegio?

– Sí -murmuró Dale-. No sé cómo ni por qué, pero lo creo

– Yo también lo creo -dijo Mike. Se volvió a mirar a Jim Harlen-. ¿Tienes todavía tu revólver?

Harlen hurgó dentro del cabestrillo con la mano derecha y la sacó con el revólver de cañón corto.

Mike movió la cabeza arriba y abajo.

– Dale, tú tienes armas en casa, ¿no?

Dale miró a su hermano pequeño, y después a Mike.

– Sí. Mi padre tiene una escopeta, y yo tengo la Savage.

Mike no pestañeó.

– ¿Y él te deja ir a cazar codornices con ella?

– No. Será mía cuando cumpla doce años.

– Es una escopeta, ¿no?

– Cuatro diez en la base -dijo Dale-. Veintidós en la cima.

– Sólo un proyectil en cada cañón, ¿no?

La voz de Mike sonaba tranquila, casi distraída

– Sí -dijo Dale-. Hay que abrirla para cargarla de nuevo.

Mike asintió con la cabeza.

– ¿Puedes hacerte con ella?

Dale guardó silencio durante un momento.

– Mi padre me mataría si la sacase de casa sin su permiso y sin que él me acompañara. -Miró a través de la puerta hacia la oscuridad exterior. Las luciérnagas centelleaban en los manzanos del patio de atrás de Mike-. Sí -dijo Dale-, puedo cogerla.

– Bueno. -Mike se volvió a Kevin-. ¿Tú tienes algo?

Kev se frotó la mejilla.

– No. Quiero decir que mi padre tiene una automática…, en realidad, semiautomática, de servicio, pero la guarda en el último cajón de su mesa, y está cerrado.

– ¿Podrías cogerla?

Kevin paseó arriba y abajo, frotándose la mejilla.

– ¡Es su pistola de servicio! Es como… como un trofeo o un recuerdo que le regalaron los hombres de su pelotón. Fue oficial en la Segunda Guerra Mundial y… -Dejó de pasear-. ¿Creéis que las armas servirán de algo contra esas cosas que mataron a Duane?

Mike estaba acurrucado en la penumbra, agazapado como un animal a punto de saltar. Pero toda la tensión estaba en su cuerpo, no en su voz.

– No lo sé -dijo en voz baja, tan baja que casi no podía distinguirse del rumor de los insectos del jardín de más allá del gallinero-. Pero creo que Roon y Van Syke participan en todo esto, y nadie ha dicho que sean invulnerables. ¿Puedes conseguir el arma?

– Sí -dijo Kevin, después de medio minuto de silencio.

– ¿Y municiones?

– Sí. Mi padre las guarda en el mismo cajón.

– Nosotros guardaremos las cosas aquí -dijo Mike-. Podremos echarles mano si las necesitamos. Tengo una idea…

– ¿Y tú? -dijo Dale-. Tu padre no es cazador, ¿verdad?

– No -dijo Mike-, pero está la escopeta para ardillas de Memo.

– ¿Y qué es eso?

Mike levantó las manos, con una separación de medio metro entre ellas.

– ¿Recordáis aquella pistola larga que empleaba Wyatt Earp en su número?

– ¿ La Buntline Special? -dijo Harlen, en voz demasiado fuerte-. ¿Tiene tu abuela una Buntline Special?

– No -dijo Mike-, pero se le parece. Mi abuelo la hizo confeccionar para ella en Chicago, hace unos cuarenta años. Es una escopeta cuatro-diez como la de Dale, salvo que tiene una… como se llame, de pistola.

– Una culata -dijo Kevin.

– Sí. El cañón mide aproximadamente medio metro de largo, y tiene una bonita culata de madera, de pistola. Memo siempre la ha llamado su escopeta para ardillas, pero yo creo que el abuelo se la regaló porque el sitio en que vivían, Cicero, era entonces realmente peligroso.

Kevin Grumbacher lanzó un silbido.

– Esa clase de arma es totalmente ilegal. Es una escopeta de cañones recortados. ¿Tu abuelo era de la banda de Al Capone?

– Cállate, Grumbacher -dijo Mike sin perder la calma-. Bueno, cogeremos las armas y tantas municiones como podamos conseguir. No dejaremos que nuestros padres se enteren. Y las esconderemos…

Miró a su alrededor, hurgando en el sofá.

– Detrás de la radio grande -dijo Dale.

Mike se volvió despacio, con su sonrisa visible incluso bajo la débil luz.

– Entendido. Mañana tendremos algunas cosas que hacer. ¿Quién quiere ir a hablar con la señora Moon?

Los chicos cambiaron de posición y guardaron silencio. Por fin dijo Lawrence:

– Yo iré.

– No -respondió amablemente Mike-. Te necesitaremos para otras cosas importantes.

– ¿Cuáles? -preguntó Lawrence, dando una patada a una lata que había en el suelo-. Ni siquiera tengo un arma como vosotros.

– Eres demasiado pequeño para… -empezó a decir ásperamente Dale.

Mike tocó el brazo de Dale y dijo a Lawrence:

– Si te hace falta, podrás compartir la de Dale. ¿La has disparado alguna vez?

– Sí, muchas…, bueno, un par de veces.

– Bien -dijo Mike-. De momento vamos a necesitar a alguien que sea realmente rápido en bicicleta para buscar a Roon e informarnos.


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