– Estabas cerca de Gypsy Lane -murmuró Mike.

«Es raro que los niños ya conociesen entonces Gypsy Lane», pensó.

– Ah, sí. Bueno, a la amiguita con quien estaba no le importaba un bledo lo que yo tenía en la cabeza…, que me aspen si sé por qué creía que la había llevado allí, no sería para oler los gladiolos…, pero se largó pitando en busca de su amigo. Ahora recuerdo que habíamos ido de merienda al campo y yo estaba arrancando hierba y arrojando tierra a un árbol…, ya sabes lo que pasa cuando estás excitado y no hay nada que hacer… y arranqué una mata de hierba del suelo y encontré un hueso, un maldito hueso blanco en vez de una raíz. Un puñado de malditos huesos. Y huesos humanos, entre ellos un pequeño cráneo, aproximadamente del tamaño del de Merriweather. Aquella maldita cosa había sido agujereada, como si alguien hubiese querido extraer el cerebro para postre.

Mink echó un último trago y arrojó la botella a través de aquel espacio oscuro. Se frotó las mejillas como si hubiese perdido de nuevo el hilo de su historia. Cuando prosiguió, lo hizo en tono más bajo, casi confidencial.

– El sheriff me dijo que eran huesos de vaca…, como si yo no supiese la diferencia que hay entre huesos de vaca y huesos humanos… y trató de convencerme de que no había visto ningún cráneo…, pero lo había visto, y sé que aquella parte de Gypsy Lane pasa por detrás de la finca del viejo Lewis. A nadie le habría costado mucho llevar a Merriweather allí, hacerle lo que le hicieron y después enterrar sus huesos en una fosa poco profunda.

»Pero hubo más, aparte de los malditos huesos de Merriweather… Pocos años después, estaba yo bebiendo con Billy Phillips, antes de que se fuese a la guerra…

– ¿William Campbell Phillips? -le interrumpió Mike.

Mink Harper pestañeó.

– Sí, William Campbell Phillips… ¿Y sabes quién era Billy Phillips? Primo de la pequeña Campbell que había sido asesinada. Billy era un niño llorón, que siempre estaba limpiándose la nariz llena de mocos y buscando la manera de esquivar el trabajo o de correr en busca de su madre cuando se metía en algún lío. Me quedé de una pieza cuando se alistó durante la guerra… ¿Dónde estaba, muchacho?

– Estabas bebiendo con Billy Phillips.

– Ah, sí. Yo y Billy estábamos tomando unas copas antes de que se fuese a ultramar durante la Gran Guerra. Normalmente Billy no habría bebido con nosotros, que simplemente éramos trabajadores… Él era maestro…; sólo enseñaba a los mocosos de la escuela, pero él presumía de ser profesor de Harvard… En todo caso, él y yo estábamos en el Arbol Negro una noche, él de uniforme y todo eso, y después de algunos tragos el presuntuoso Billy Phillips se mostró casi humano conmigo. Empezó a hablar de lo mala que era su madre, de cómo le impedía divertirse, y de que le había enviado a la universidad en vez de dejar que se casara con la mujer a quien amaba…

– ¿Dijo quién era aquella mujer? -le interrumpió Mike.

Mink frunció los párpados y se mordisqueó los labios.

– ¿Eh? No…, no creo…, no; estoy seguro de que no mencionó a nadie… Probablemente alguna de esas maestras con las que rondaba por ahí. Una vieja mujercita del montón, a juzgar por el concepto en que teníamos a Billy Phillips. ¿Dónde estaba?

– Bebiendo con Billy, que se volvió humano…

– Ah, sí. Billy y yo estábamos empinando el codo la noche antes de marcharse a Francia, donde lo mataron… creo que murió de pulmonía o algo parecido…, y cuando se le soltó la lengua me dijo: «Mink…», entonces me llamaban Mink, «Mink, ¿sabes lo de aquella niña, sus enaguas, el presunto crimen y todo aquello?» Billy empleaba siempre palabras rebuscadas, como «presunto», pensando probablemente que todos los de Elm Haven eran demasiado estúpidos para comprenderle…

– ¿Y qué dijo de las enaguas? -le incitó Mike.

– ¿Eh? Ah, dijo: «Mink, aquellas enaguas no eran del negro. Yo nunca me acercaba a él. Fue el juez Ashley quien me pagó un dólar de plata para meter aquellas enaguas en la bolsa del negro.» Mira, lo que se imaginó Billy cuando era un mocoso fue que el juez sabía quién era el autor del crimen y necesitaba que Billy le ayudase a prenderle, porque no tenían pruebas. Pero supongo que cuando se hizo mayor, después de ir a la universidad, aprender y todo eso, debió de preguntarse lo mismo que habría pensado el hombre más idiota del mundo: De dónde diablos habría sacado el juez las enaguas de la niña.

Mike se le acercó más.

– ¿Le preguntaste esto?

– No, creo que no. Y si lo hice, no recuerdo la respuesta. Lo que sí recuerdo es que dijo algo sobre marcharse del pueblo antes de que el Juez y los otros supiesen que ya no estaba con ellos.

– ¿Con quiénes? -preguntó Mike.

– ¿Cómo diablos puedo saberlo, chico? -gruñó Mink Harper. Se inclinó y arrojó vahos de alcohol a la cara de Mike-. De esto hace más de cuarenta años, ¿sabes? ¿Qué te imaginas que soy? ¿Un pozo de recuerdos?

Mike miró por encima del hombro hacia la entrada de aquel lugar de debajo del quiosco de música. Un pequeño rectángulo que parecía muy lejano. El ruido de los niños pequeños que jugaban en el parque se había extinguido hacía rato; no había tráfico.

– ¿Puedes recordar algo más sobre Old Central o la campana? -preguntó Mike, sin rehuir la mirada de Mink.

Con la cara a pocos centímetros de la de Mike, Mink mostró de nuevo sus tres dientes.

– Nunca volví a ver ni a oír la campana…, hasta el mes pasado, cuando me desperté de un profundo sueño en mi casita… Pero sé una cosa…

– ¿Qué cosa?

A Mike le costó mucho no echarse atrás para ponerse fuera del alcance del aliento y de la mirada de Mink.

– Sé que cuando el viejo Ashley se metió la escopeta Boss de dos cañones en la boca y apretó el gatillo, aproximadamente un año después de que terminase la guerra…, quiero decir la Primera Guerra…, nos hizo a todos un favor. También quemó su maldita casa. Su hijo vino de Peoria, donde acababa de nacer el nieto del viejo, y encontró a su papaíto…, es decir, al juez…, que se había volado la tapa de los sesos. Todo el mundo cree que fue un accidente o que el viejo juez quemó la casa, pero no fue así… Yo estaba en el cobertizo del jardín con uno de los criados cuando vi llegar el carruaje del joven señor Ashley, que se hacía llamar Ashley-Montague después de casarse con una mujer muy distinguida de Venecia… Sí, yo estaba en el cobertizo del jardín cuando oímos el disparo, y vi que el señor Ashley-Montague entraba en la casa y salía después vociferando y gritando al cielo, y esparcía petróleo por toda la gran mansión. Un criado trató de detenerle…, había habido más criados en la casa pero habían sido despedidos durante la recesión de después de la guerra…, pero no hubo manera de impedírselo. Vertió petróleo por todas partes, lo encendió y se echó atrás para observar cómo ardía. Después de aquello, ni él ni su mujer ni el pequeño volvieron a la casa. Sólo para el maldito cine gratuito y esto es todo.

Mike asintió con la cabeza, dio las gracias a Mink y se arrastró hacia la abertura, ansioso de volver a la luz del sol. Ya en la salida, con el cuerpo al aire libre, hizo una pregunta más:

– Mink, ¿qué fue lo que gritó?

– ¿Qué quieres decir, muchacho?

El viejo parecía haber olvidado de qué estaban hablando.

– El hijo del juez. Cuando incendió la casa. ¿Qué fue lo que gritó?

Los tres dientes de Mink resplandecieron amarillos en la penumbra

– Bueno, gritaba que no iban a pillarle, que nadie iba a pillarle.

Mike suspiró.

– Supongo que no diría quiénes no iban a pillarle.

Mink arrugó el entrecejo, frunció los labios en una parodia de profunda reflexión y sonrió de nuevo.

– Sí, ahora que lo recuerdo, lo dijo. Llamó al hombre por su nombre.

– ¿Al hombre?

– Sí…, dijo Cyrus, aunque lo pronunció como esa nube plana… cirro. No paraba de decir: «No, O'Cyrus, no vas a pillarme.» Tal como lo pronunció, pensé que tal vez era un nombre irlandés. O'Cirro.


Перейти на страницу:
Изменить размер шрифта: