– Gracias, Mink.

Mike se levantó, con la camisa pegada al cuerpo, enjugándose una gota de sudor de la nariz. Tenía los cabellos húmedos y le flaqueaban las piernas. Encontró la bicicleta, cruzó Hard Road, advirtió lo largas que se estaban haciendo las sombras y pedaleó lentamente por Broad, bajo el dosel de ramas arqueadas. Recordaba las libretas de Duane y la lenta traducción que Dale y él habían hecho de la letra de Gregg. La parte del diario de su tío, de la que Duane había copiado fragmentos era especialmente difícil. Una palabra les hizo comprobar los garabatos y las claves una y otra vez. Dale la había reconocido de algún libro que había leído sobre Egipto: «Osiris.»

29

Dale, Lawrence, Kevin y Harlen salieron de excursión el día siguiente después de la comida; era el miércoles trece de julio. Sólo la madre de Harlen se había mostrado remisa en darle permiso, pero había cedido, según dijo Harlen, «cuando se dio cuenta de que podría asistir a una cita cuando yo estuviese fuera».

Tenían que transportar una tonelada de material y era difícil colocarlo sobre sus bicis y hacerlo debidamente. Una vez asegurados, los montones de sacos de dormir, comida, efectos personales y mochilas pesaban mucho sobre las ya pesadas bicicletas, de manera que tuvieron que pedalear de pie durante todo el camino hasta la casa del tío Henry, apoyándose en los manillares y gruñendo a causa del esfuerzo al pasar por las rodadas entre la gravilla suelta de Jubilee College Road y la Seis del condado.

Había arboledas, si podían llamarse así, junto a las vías del ferrocarril al noroeste del pueblo, pero aquellos bosquecillos eran muy pequeños y demasiado próximos al vertedero para acampar en ellos. Los verdaderos bosques estaban a dos kilómetros y medio de distancia, al este de la finca del tío Henry y al norte de la cantera de las Billy Goat Mountains, detrás del cementerio, cerca de donde Mink Harper había encontrado los huesos de Merriweather Whittaker, junto a Gipsy Lane, casi cincuenta años atrás.

Los muchachos se habían reunido en la casa arbórea de Mike durante casi tres horas en la noche del martes, habían informado de sus gestiones y habían hecho planes hasta que la llamada de la madre de Kev gritando «¡Ke-VINNN!» había resonado en Depot Street y suspendido la reunión.

El libro encuadernado en piel que Dale había substraído al señor Ashley-Montague

– algo que ni él mismo acababa de creerse después de regresar a Elm Haven=contenía un montón de frases extranjeras ritos arcanos, explicaciones complicadas de deidades y antideidades, y palabras cabalísticas de doble sentido.

– No valía la pena que te expusieras a ir a la cárcel por eso -había sido el veredicto de Jim Harlen.

Pero Dale estaba seguro de que en alguna parte del apretado texto se mencionaría a Osiris o la Estela Reveladora de que hablaban las libretas de Duane. Dale llevó consigo el libro a la excursión; un poco más de peso que transportar sobre las colinas.

Los cuatro muchachos habían estado muy nerviosos durante el camino, mirando por encima del hombro cada vez que se acercaba un camión o pasaba un coche. Pero el camión de recogida de animales muertos no apareció, y la acción más agresiva dirigida contra ellos, durante el lento viaje hasta la casa del tío Henry, había sido la de una pequeña criatura, posiblemente un varón, aunque era difícil saberlo debido al pelo desgreñado y la cara sucia, que les había sacado la lengua desde el asiento de atrás de un sobrecargado De Soto del 53.

Descansaron en el sombreado patio de atrás de la casa del tío Henry, mientras la tía Lena les preparaba una limonada y se sentaba en el sillón Adirondack, discutiendo sobre los mejores lugares donde acampar. Ella creía que los pastos desiertos serían un buen sitio porque tenían una buena vista del riachuelo y las colinas circundantes, pero los muchachos insistían en acampar en el bosque.

– ¿Dónde está Michael O'Rourke? -preguntó tía Lena.

– Tenía que hacer no sé qué cosa en la iglesia -mintió Jim Harlen-. Vendrá más tarde.

Los cuatro muchachos echaron a andar hacia el este, pasando por el corral a eso de las tres de la tarde, dejando sus bicicletas al cuidado de tía Lena. Sus mochilas eran improvisadas: barata y de nailon la de Cub Scout de Lawrence; de lona y del Ejército, y oliendo a moho, la que Kev había pedido prestada a su padre; una bolsa de muletón, más adecuada para un viaje en canoa que para una larga excursión a pie, la de Dale; Harlen llevaba un saco de dormir y algunas mantas sujetas con lo que parecía cien metros de cordel. Tuvieron que detenerse muchas veces para hacer pequeños arreglos y nivelar la carga.

A las tres y media habían cruzado el riachuelo cerca de la Cueva de los Contrabandistas y saltado la cerca de alambre espinoso del lado sur de la finca del tío Henry. El espeso bosque empezaba casi inmediatamente. Aquí se estaba más fresco, sin la luz directa del sol, aunque el dosel de hojas no era tan espeso que evitase zonas moteadas e incluso grandes manchas de sol sobre la corta hierba.

Resbalaron y tropezaron al descender la parte más empinada de la pendiente del barranco, al norte del cementerio; el bulto que llevaba Harlen se deshizo completamente durante aquella maniobra y perdieron diez minutos recogiendo sus cosas. Después cruzaron el Robin Hood Log a unos cientos de metros del Campamento Tres y se dirigieron de nuevo hacia el este, siguiendo sendas de ganado en la falda de las colinas y manteniéndose en la orilla del bosque cuando había un pequeño claro.

De vez en cuando se detenían, dejaban caer su carga y se tendían tal como les había enseñado Mike, adoptando posiciones preparadas de antemano y esperando durante varios largos minutos en el mayor silencio que podían conseguir. Salvo por una vaca solitaria que había entrado en su zona de observación al tercer intento, y que pareció mucho más sorprendida que ellos cuando se levantaron para espantarla, no hubo más ruido que el producido por ellos mismos. Cargaron con sus mochilas, bolsas y sacos de dormir, y se internaron más en el bosque.

Discutieron mucho sobre dónde iban a acampar, aunque en realidad ya lo habían decidido la noche anterior. Montaron dos pequeñas tiendas, una que pertenecía al padre de Kevin y otra que era una reliquia del pasado del padre de Dale, en el borde de una pequeña arboleda en un claro del bosque, a unos quinientos metros al norte de la cantera y a unos cuatrocientos al nordeste del cementerio del Calvario. Gipsy Lane pasaba de norte a sur a unos ciento cincuenta metros al oeste de ellos.

El claro estaba en una vertiente donde la hierba no llegaba a la altura de las rodillas y tenía color trigo por el cálido verano. Los saltamontes se hacían a un lado cuando se movían deliberadamente para montar las tiendas, allanar el suelo y colocar un anillo de piedras para el fuego del campamento. El bosque más espeso empezaba a unos veinte metros al oeste y a un poco menos de seis al sur y al este. Había un afluente del riachuelo principal en la vertiente de la colina, hacia el norte.

Normalmente habrían jugado a Robin Hood o al escondite para emplear el tiempo hasta la hora de la cena, pero hoy sólo haraganeaban en el campamento o hablaban junto a los árboles de detrás de aquél. Trataron de tumbarse en las tiendas para hablar, pero la lona calentada por el sol era insoportable, y los viejos y apelmazados sacos de dormir resultaban menos suaves que la hierba del exterior.

Dale trató de leer el libro que había hurtado. Se mencionaba a Osiris, pero aunque el texto estaba casi todo en inglés, a Dale le resultaba tan ininteligible como si hubiera sido escrito en una lengua extranjera. Hablaba del dios que mandaba a legiones de muertos, de predicciones y de castigos, pero nada de esto tenía verdadero sentido.

El cielo seguía siendo azul entre las hojas; ninguna tormenta amenazaba con enviarles de nuevo a la casa del tío Henry. Esto era lo único a que no habían hallado solución cuando proyectaban la excursión; la retirada había parecido lo único sensato. La visibilidad habría sido muy defectuosa durante una tormenta, y tampoco habrían podido oír bien.


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