Cordie esperó a que C. J. y Archie hubiesen desaparecido completamente en el bosquecillo, y entonces se movió de manera que la escopeta apuntó hacia Dale. No exactamente a él, sino en su dirección

Dale no lo advirtió. Estaba demasiado atareado observando a Cordie con una percepción agudizada por grandes cantidades de adrenalina. Cordie era baja y rechoncha; llevaba el mismo vestido sucio gris y holgado con que había ido a menudo al colegio; calzaba bambas mugrientas, con el dedo gordo del pie derecho asomando a través de la puntera; las uñas y los codos estaban también sucios, los cabellos colgaban en lacios y grasientos mechones, y la cara era plana, fofa, de luna, con unos ojos menudos, unos labios finos y una nariz pequeña comprimidos en el centro de aquélla, como si hubiesen sido concebidos para una cara mucho más delgada.

Pero, en aquel momento era el ser más hermoso que jamás había visto Dale.

– ¿Por qué me estabas siguiendo, Stewart?

Dale vio que su propia voz era insegura, pero aun así trató de responder.

– Yo no…

– No quieras dármela con queso -dijo ella, y la escopeta se volvió un poco más en dirección a él-. Te he visto allí, con tus pequeños gemelos de espía, mirando hacia mi casa. Después me has seguido, como si yo no pudiese verte y oírte con toda claridad. ¡Responde!

Dale estaba demasiado aturdido para intentar mentir.

– Te estaba siguiendo porque… algunos de nosotros tratamos de encontrar a Tubby.

– ¿Qué queréis de Tubby?

Cuando Cordie entrecerraba los ojos, era como si realmente no los tuviese.

Dale se dio cuenta de que su pulso ya no llenaba completamente sus oídos.

– No queremos nada de él. Sólo pretendemos… encontrarlo. Saber si está bien.

Cordie abrió la recámara de la escopeta y apoyó ésta en el gordezuelo brazo derecho.

– ¿Y crees que yo tengo algo que ver con esto?

Dale sacudió la cabeza.

– No. Sólo quería ver lo que pasaba en tu casa.

– ¿Por qué te interesa Tubby?

«No me interesa», pensó Dale. Pero dijo:

– Bueno, creo que ocurre algo raro. El doctor Roon y la señora Doubbet y aquellos tipos no dicen la verdad.

Cordie escupió y acertó en el raíl.

– Antes has hablado en plural. ¿Quién más está tratando de encontrar a Tubby?

Dale miró la escopeta. Ahora creía más que nunca que Cordie Cooke estaba más loca que una cabra.

– Algunos amigos.

– ¡Ya! Deben de ser O'Rourke, Grumbacher, Harlen y todos esos maricas con quienes andas por ahí.

Dale pestañeó. No pensaba que Cordie se hubiese fijado nunca en los chicos con quienes iba.

La muchacha se acercó a él, levantó el Remington del suelo, abrió la recámara, extrajo un cartucho del 22, lo arrojó hacia el bosque y dejó el arma sobre la hierba.

– Vamos -dijo-, marchémonos de aquí antes de que ese par de gilipollas se den valor el uno al otro.

Dale se puso en pie y se apresuró a seguirla cuando echó a andar en dirección al pueblo. Después de caminar cincuenta metros por la vía, ella se metió entre los árboles y se dirigió hacia los campos de más allá.

– Si estáis buscando a Tubby -dijo ella, sin mirar a Dale-, ¿por qué has venido a observar mi casa, que es el único sitio donde no puede estar?

Dale se encogió de hombros.

– ¿Tú sabes dónde está?

Cordie le miró con disgusto.

– Si lo supiese, ¿tú crees que le estaría buscando como lo estoy haciendo?

Dale respiró hondo.

– ¿Tienes alguna idea de lo que le sucedió?

– Sí.

Dale esperó veinte pasos, pero ella no dijo más.

– ¿Qué? -insistió él.

– Alguien o algo de aquella maldita escuela lo mató.

Dale se sintió de nuevo sin aliento. A pesar de todo el interés de la Patrulla de la Bici por encontrar a Tubby, ninguno de ellos había pensado que el chico estuviese muerto. Probablemente se había escapado. Tal vez le habían secuestrado. Dale nunca había pensado realmente que su compañero estuviese muerto. Con el recuerdo del cañón del rifle todavía fresco en su memoria y en sus vísceras, la palabra había adquirido un nuevo significado. No dijo nada.

Llegaron a Catton Road, cerca de donde otro camino discurría hacia el sur para convertirse en la Broad Avenue.

– Será mejor que te largues -dijo Cordie-. Ni tú ni tus compañeros Boy Scouts debéis poneros en mi camino para encontrar a mi hermano, ¿entendido?

Dale asintió con la cabeza. Miró la escopeta

– ¿Vas a ir con eso a la ciudad?

Cordie consideró la pregunta con el silencioso desdén que evidentemente creía que se merecía.

– ¿Qué vas a hacer con eso? -preguntó Dale.

– Encontrar a Van Syke o a alguno de los otros puercos. Hacer que me digan donde está Tubby.

Dale tragó saliva.

– Te meterán en la cárcel.

Cordie se encogió de hombros, apartó unos mechones de cabellos grasientos de los ojos, se volvió y se dirigió al pueblo.

Dale se quedó plantado, mirándola fijamente. La personita del holgado vestido gris estaba ya casi a la sombra de los olmos del principio de Road Avenue, cuando él gritó de pronto:

– ¡Eh, gracias!

Cordie Cooke no se detuvo ni miró atrás.

12

Después de ver a Jim Harlen, Duane se sentó unos minutos a la sombra en la plaza, bebiendo café del termo y pensando. No conocía lo suficiente a Jim para saber si decía la verdad cuando afirmaba que no recordaba nada de lo sucedido el sábado por la noche. Y si no decía la verdad, ¿por qué mentía? Duane bebió un poco de café y consideró tres posibilidades:

a) Algo había asustado tanto a Harlen que no quería… o no podía hablar de ello.

b) Alguien le había dicho que no hablase y lo había amenazado para que le obedeciese.

c) Harlen estaba protegiendo a alguien.

Duane terminó el café, enroscó la tapa del termo y decidió que la última posibilidad era la menos probable. La primera parecía ser la más verosímil, aunque nada indicaba, salvo la intuición de Duane, que Jim Harlen hubiese mentido. Cualquier lesión en la cabeza, lo bastante grave como para dejar a alguien inconsciente durante más de veinticuatro horas, podía hacer que aquella persona no recordase cómo se había producido aquello.

Duane decidió que lo mejor era presumir que Jim no recordaba lo ocurrido. Tal vez más tarde…

Cruzó la plaza, hacia la biblioteca, y dudó antes de entrar. Lo que esperaba descubrir allí, ¿ayudaría a O'Rourke y compañía a encontrar algo sobre Tubby, Van Syke, la lesión de Harlen, el peligro que había corrido él mismo o todo lo demás? ¿Por qué la biblioteca? ¿Por qué buscar la historia de Old Central, cuando era evidente que un ataque de locura individual, o probablemente sólo la perversidad de Van Syke, estaban detrás de aquellos sucesos, aparentemente casuales?

Duane sabía por qué iba a la biblioteca. Se había formado buscando cosas allí, respondiendo a los muchos misterios privados que surgían en la mente de un muchacho demasiado listo para su propio bien. La biblioteca era una fuente de información indiscutible

Tenía que haber muchos enigmas intelectuales que no podían resolverse con una visita, o muchas visitas, a una buena biblioteca; pero Duane McBride aún no había encontrado uno de ellos

Además, pensó, todo este misterio, esta tempestad en un vaso de agua, había empezado porque tanto él como los otros muchachos tenían una mala impresión de Old Central. Era algo que había preocupado a Duane y a los otros mucho antes de que desapareciese Tubby Cooke. Esta investigación se hacía con retraso.

Duane suspiró, dejó el termo detrás de un arbusto junto a la escalinata de la biblioteca y entró.

Tardó más horas de lo que había esperado, pero consiguió encontrar la mayor parte de lo que buscaba.

La biblioteca de Oak Hill sólo tenía una máquina de microfilm y pocas cosas registradas en fichas de microfilm. Para la historia de Elm Haven, y de Old Central en particular, tuvo que acudir a los estantes de libros publicados y encuadernados en el país y conservados allí por la Sociedad Histórica del Condado de Creve Coeur. Duane sabía que la Sociedad Histórica había sido en realidad un solo hombre, el doctor Paul Priestmann, ex profesor de la Universidad de Bradley e historiador local que había muerto hacía menos de un año, pero que las damas que habían recogido el dinero para publicar los libros del doctor Priestmann, el último de ellos póstumo, mantenían viva la Sociedad, aunque sólo fuese de nombre.


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