Capítulo 5

Quinn tamborileó sobre el salpicadero de la camioneta de la policía que conducía Nick. A Quinn no le agradaba viajar en el lado del pasajero. Parecía que tardaba el doble de tiempo en llegar a cualquier sitio.

– La semana pasada no me diste demasiados detalles por teléfono -le dijo a Nick-. ¿Rebecca Douglas fue secuestrada el viernes por la noche?

– Su compañera de piso llamó hacia la una de la madrugada del sábado. No había vuelto a casa después de su turno en la pizzería, que queda en la interestatal. El agente que hizo el informe encontró su coche en el aparcamiento, con las llaves en el asiento del pasajero.

– Y ¿Su bolso?

– No estaba.

No solían recuperar gran cosa de los efectos personales de las jóvenes víctimas, lo que llevó a Quinn a sospechar que el asesino los conservaba como objetos fetiche. Para recordar a sus víctimas.

– No hemos esperado a que se cumpla el tiempo habitual antes de declarar a una persona desaparecida, porque yo sabía intuitivamente que era el Carnicero.

– ¿Su coche tenía algún desperfecto?

– No.

– Eso es un cambio. -A Quinn le intrigaba el motivo de ese cambio, porque, hasta entonces, todas las víctimas del Carnicero se habían quedado abandonadas en la carretera después de estropeárseles el coche. Los análisis descubrieron que en el tanque de gasolina había restos de melaza tapando el filtro de gasolina. Así, el coche se quedaba sin gasolina a cinco kilómetros de la última parada.

Cuando Penny Thompson desapareció hace quince años, se recuperó su coche de un barranco profundo. Encontraron sangre en el volante, pero no detectaron signos de violencia. En ese momento los investigadores pensaron que se había alejado del coche hasta perderse a causa de una lesión en la cabeza, pero el caso quedó abierto.

Tres años más tarde, cuando encontraron el coche de Miranda en la berma del camino a medio trayecto entre la autopista de Gallatin y la hostería de su padre, la oficina del sheriff relacionó enseguida unos puntos con otros y llamó al FBI.

La vida de Quinn había cambiado irrevocablemente a partir de aquel día.

– Hay quienes insistían en que no era el Carnicero, pero…

– Tu intuición no se equivocó en lo del dinero.

– Por desgracia.

– Tenemos dos ventajas claras -dijo Quinn-. En primer lugar, un cambio en el modus operandi. No manipuló el coche. Quizá no tuvo tiempo. Quizás actuó sobre la marcha. O quizá Rebecca Douglas lo conocía y no se asustó cuando se le acercó.

– Ya he pensado en esa posibilidad pero, hasta ahora, los interrogatorios no han arrojado gran cosa.

– Quisiera revisar tus notas.

– Como quieras -dijo Nick-. Y ¿cuál es la otra ventaja?

– Haber encontrado el cuerpo tan rápidamente. No nos ayuda que lloviera anoche, pero puede que el forense encuentre algo que podamos relacionar con un sospechoso, un pelo, una fibra de su ropa, algo. -Después de ver el cadáver, Quinn no tenía grandes esperanzas de que encontraran pruebas útiles, pero la ciencia no paraba de perfeccionar su instrumental. Si había algo que encontrar, él confiaba en que ellos lo encontrarían.

– Si conseguimos encontrar la barraca donde la tuvo recluida, tendremos mayores probabilidades de hallar pruebas útiles -dijo Nick.

– Es verdad. -Las veces que habían encontrado las ruinosas barracas donde el Carnicero ocultaba a sus víctimas antes de soltarlas en el bosque, todas las pruebas estaban estropeadas o destrozadas. La humedad, el moho y la podredumbre de las chozas destruían la mayor parte del material biológico. No tenían ni ADN ni huellas dactilares, con la excepción de un fragmento de huella que no arrojó resultados en la base de datos del FBI. Y tampoco había sospechosos.

El perfil elaborado por Quinn doce años antes había sido actualizado para que reflejara los rasgos del hombre, ahora más envejecido. Por aquel entonces, su razonamiento lo había llevado a concluir que se trataba de un hombre blanco de entre veinticinco y treinta y cinco años. Si le agregaban diez años, no podía tener menos de treinta y cinco años, más probablemente cuarenta. Físicamente era un hombre fuerte, una persona metódica. De hecho, era un planificador obsesivo, paciente y temerario. No le faltaba seguridad, y por eso nunca dudaba de que pudiera dar con las mujeres que soltaba. Tampoco era muy difícil seguirle el rastro en el bosque a una mujer desnuda y descalza.

Quinn abandonó la investigación al cabo de dos meses porque no tenían pistas y las pruebas eran escasas. Y cuando dejaron de desaparecer más mujeres, las autoridades decidieron que no valía la pena utilizar sus escasos recursos en la inútil búsqueda del asesino de Sharon.

El Carnicero esperó tres años antes de secuestrar a otras dos chicas, pero los cuerpos nunca fueron recuperados. Pocos asesinos en serie eran capaces de esperar tanto tiempo entre una acción y otra, pero no se había informado de crímenes similares en otras partes del país.

La falta de continuidad y la naturaleza esporádica de las actuaciones del asesino no daban a la policía pistas concretas para seguir investigando.

Quinn dio un golpe contra el salpicadero.

– Quiero coger a ese cabrón.

Nick guardó silencio mientras giraba en un camino de gravilla debajo de un arco que rezaba: Parker Ranch.

Quinn se acordaba vagamente de Richard Parker de la época en que él se dedicaba al caso del Carnicero. Promotor y hombre influyente del estado de Montana, con conexiones políticas en Washington, y elegido para algún cargo local. Puede que fuera una especie de supervisor.

Nunca habían sospechado de Richard Parker. Quinn recordaba su arrogancia y su fanfarronería, aunque parecía de verdad interesado en encontrar recursos adicionales para la oficina del sheriff en una época en que los presupuestos estaban reducidos al mínimo.

La residencia de Parker le recordó a Quinn el rancho de La Ponderosa. Era como si en cualquier momento fuera a abrirles la puerta Ben Cartwright.

– Sheriff -dijo Richard Parker al abrir la ancha puerta. Quinn observó que Parker había envejecido bien. Tenía unos cincuenta años, pelo rubio, todavía sin canas, y apenas mostraba arrugas en torno a los ojos. Un metro ochenta y algo, delgado, hombros fuertes y músculos bien definidos, un hombre que se sentía a gusto con su trabajo en el rancho.

Parker se volvió hacia Quinn.

– Agente Especial Peterson, ¿correcto?

– Buena memoria, señor Parker -dijo, asintiendo con la cabeza.

– Ahora soy el Juez Parker -dijo éste, con una leve sonrisa-. Pero olvídese de las formalidades. Llámeme Richard.

Juez. Quinn miró a Nick, irritado porque su amigo no le había hablado de aquella situación, que era políticamente delicada. Quinn detestaba jugar a la política.

– Gracias.

Siguieron a Parker y cruzaron el amplio vestíbulo revestido de madera oscura hasta el salón, un rincón luminoso con ventanas orientadas al este y al sur e iluminado a la vez por dos tragaluces largos y angostos en el techo.

Todo era impecable y estaba perfectamente en su sitio, como si los Parker estuvieran esperando al equipo de rodaje de House Beautiful . Los trofeos de caza y los grabados de escenas campestres adornaban las paredes de color claro. Los muebles de pino demasiado grandes eran sencillos y funcionales. Se adivinaba un toque femenino en las fundas floreadas de los cojines que se complementaban con los tonos oscuros de los sofás y de las sillas. Una vitrina de armas de fuego ocupaba una parte prominente de una pared y, por encima, un pez enorme con una placa: Esturión blanco, 32 kilos, río Kootenai, 10 de junio de 1991.

– He mandado a los niños al establo a ocuparse de los caballos -dijo Parker-. ¿Os puedo ofrecer algo de beber? ¿Café? ¿Un refresco? Es demasiado temprano para un whisky. -Con un gesto, los invitó a sentarse.

– No podemos quedarnos, Richard -dijo Nick-. He llamado a todos mis ayudantes y tenemos un grupo de voluntarios para peinar la zona. Va a ser un día largo.

– Ya entiendo. Los chavales están tocados. Espero que no les pidas demasiado.

– Claro que no -dijo Nick.

– ¿Necesitas caballos? Le puedo decir a Jed que traiga seis o siete. Y si los necesitas, les daré la tarde libre a los hombres.

– Se agradece mucho, Richard -dijo Nick-. Tendremos que buscar a pie para no estropear posibles pruebas.

Parker asintió.

– Claro, sí. -Cerró los ojos y sacudió la cabeza-. Creía que… supongo que creía que todo había acabado.

Yo no, pensó Quinn.

– Los asesinos en serie sólo se detienen cuando los meten en la cárcel o cuando se mueren.

– Pero han pasado tres años.

– Tenemos fundadas razones para creer que Corinne Atwell también fue una víctima del Carnicero, y ella desapareció el uno de mayo del año pasado. El bosque no perdona. Los animales, el tiempo, el terreno. Puede que nunca sepamos a cuántas chicas ha matado.

– ¿A qué viene el interés del FBI ahora? -preguntó Parker, frunciendo el ceño-. Usted no vino cuando mataron a las gemelas.

– En realidad -lo corrigió Nick-, después del secuestro de las chicas Croft, estuvo aquí el agente especial Thorne y, en otra ocasión, cuando Corinne Atwell se dio por desaparecida. Llamé al agente Peterson la semana pasada porque él conoce el caso. No hace falta recordarle que los recursos del gobierno federal son muy superiores a los de nuestro condado.

Quinn ya no quería seguir hablando de nimiedades. A los menores había que interrogarlos lo más pronto posible si eran testigos de un crimen o si habían encontrado pruebas. A medida que pasaba el tiempo, tenían la tendencia a mezclar los hechos con fantasías, en gran parte salidas de la televisión.

– ¿Dónde están los chicos, señor?

– En el establo. -Parker le hizo un gesto a Quinn para que se sentara-. Los iré a buscar.

– No hace falta. Creo que estarán más cómodos si están haciendo algo con las manos. Asear los caballos parece una buena tarea.

– Lo acompañaré -dijo Parker.

Nick cogió a Quinn unos metros detrás de Parker para hablarle en privado.

– Quiero echarle un vistazo a las patas de los caballos -dijo, en voz baja. No es que pensara que los chicos tuvieran algún motivo para mentir, pero le gustaba contrastar las declaraciones con hechos sólidos.

El establo quedaba a unos cien metros detrás de la casa y Quinn oyó los murmullos de los chicos en el interior.

– ¡Ryan! El sheriff Thomas ha venido a hablar contigo.


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