– De Steinvitch – dijo el marqués -. ¿ Ofendería a la moral si estuviera, colgada?
Sir Lawrence se ajustó el monóculo
– Escuela cubista. Esto sucede cuando se vive con mujeres de cierta figura, marqués. No, no ofendería la moral, pero podría estropear la digestión: carne color verde mar, cabellos color tomate, estilo confuso. ¿La ha comprado usted?
– No, en realidad, no – contestó el marqués -. Dicen que tiene gran valor. Tú, ¿te la llevarías?
– Por usted, señor, haría muchas casas, pero ésta no.
– Ya me lo temía – suspiró el marqués – Sin embargo, me han dicho que posee cierta fuerza dinámica. ¡Bueno, queda zanjado el incidente! Quise mucho a su padre, general – añadió en tono más serio -; y si no se pudiera aceptar la palabra de su nieto contra la de esos muleros mestizos, creo que en este país habríamos alcanzado un estadio de altruismo tan -elevado que seria imposible que sobreviviésemos. Le haré saber lo que diga mi sobrino. Adiós, general; adiós, querido muchacho. La suya es una herida bien fea. Adiós, joven Mont. Eres incorregible.
Bajando la escalera, sir Lawrence miró su reloj.
– Hasta ahora -dijo – la cosa nos ha llevado veinte minutos, digamos veinticinco, de puerta a puerta. En América no obran con esta velocidad. Lo peor es que por poco tengo que cargar con una joven de estilo cubista. Ahora, a la Coffee House, a entrevistarnos con Hallorsen – y se encaminaron hacia St. James Street -. Esta calle – opinó – es la Meca del hombre occidental, como la Rue de la Paix es la Meca de la mujer occidental.
Y miró con expresión ligeramente irónica a sus des compañeros. ¡Qué hermosos shecimens de un producto que era al mismo tiempo razón de envidia y de mofa para todos los demás países! Por todo el Imperio Británico, los hombres, hechos más o menos según su imagen, realizaban el trabajo y se recreaban con tos juegos del mundo británico. El sol jamás se ponía sobre este tipo; la historia habíale contemplado y había decidido que sobreviviría. La sátira- le lanzaba dardos en todas sus coyunturas, pero rebotaban contra una armadura invisible. «Camina tranquilamente por los días del Tiempo», pensó, «por los caminos y los lugares del mundo, sin exhibir ni ciencia ni fuerza, ni cualquier otra cosa; dotado del firme convencimiento de ser él».
– Sí – dijo ante la puerta del Coffee House -, este sitio se me presenta como el centro perfecto del universo. Otros podrán decir que es el Polo Norte, o bien Roma, o Montmartre, pero yo otorgo el premio a la Coffee House, el Club más antiguo del mundo y, probablemente, el peor también. ¿Tenemos que lavarnos o posponer la operación hasta que se nos presente una oportunidad más indicada? En tal caso sentémonos aquí, en espera del apóstol de la plomada. Le juzgo un trabajador infatigable. Lástima que no podamos organizar un partido entre él y el marqués. Yo apostaría en favor del viejo.
– Ahí viene – observó Hubert.
El americano pareció enorme al entrar en el bajo vestíbulo del Club más antiguo del mundo.
– ¿Sir Lawrence Mont? – dijo -. ¡Ah, capitán! ¿El general sir Conway Cherrell? Orgulloso de conocerle a usted, general. Y ahora, ¿en qué puedo servirles, señores?
Con una gravedad que iba en aumento, escuchó atentamente el relato de sir Lawrence.
– ¡Es demasiado! No puedo tolerarlo. Iré a ver en seguida al ministro de Bolivia. Capitán, tengo las señas de Manuel y telegrafiaré a nuestro consulado de La Paz para que le pidan que haga inmediatamente una declaración ratificando lo que usted ha dicho. ¿Quién oyó jamás una locura tan condenada? Perdónenme, caballeros, pero no tendré paz hasta que no haya atado cabos. – Y haciendo un movimiento circular con la cabeza, desapareció.
Los tres ingleses volvieron a sentarse.
– El viejo Shropshire tendrá que cuidarse de que no le pisen los talones – comentó sir Lawrence.
Hubert no dijo nada. Estaba conmovido.
Silenciosas y desasosegadas, las dos muchachas se dirigieron hacia St. Agustine's-in-the-Meads.
– No sé quién me apena más – dijo Dinny de repente -. Jamás había pensado en la locura antes de ahora. La gente, por lo general, la convierte en una broma o bien la oculta. Pero me parece la cosa más lamentable del mundo, tanto más si es parcial, como en este caso.
Jean le dirigió una mirada maravillada. Dinny, sin la máscara del humorismo, era un ser nuevo.
– ¿Por qué dirección ahora?
– Por aquí; tenemos que atravesar Euston Road. Personalmente, no creo que tía May pueda alojarnos. Bueno, si no puede, llamaremos por teléfono a Fleur. ¡Ojalá lo hubiese pensado antes!
Su predicción se verificó: la Vicaría estaba atestada, su tía ausente y su tío en casa.
– Ya que nos hallamos aquí, será mejor enterarnos si tío Hilary os casará – dijo Dinny en voz baja.
Hilary, que desde hacía tres días tenía ahora la primera hora libre, estaba en mangas de camisa, tallando el modelo de un barco de vikingos. La reproducción en miniatura de buques antiguos era la ocupación favorita de quien no tenía ni tiempo ni musculatura para el alpinismo. El hecho de que para realizar esa tarea fuese necesario más tiempo que para concluir cualquier otra, y de que él dispusiera de menos tiempo que nadie, no le parecía excesivamente importante. Después de haber estrechado la mano de Jean, pidió permiso para continuar su trabajo.
– Tío Hilary – comenzó Dinny bruscamente -, Jean va a casarse con Hubert y quieren hacerlo con un permiso especial, Hemos venido a preguntarte si quieres casarlos tú.
Hilary detuvo su gubia, estrechó los ojos hasta que se convirtieron en dos cortes maliciosos y preguntó
– ¿Temes que cambie de idea? – Nada de eso – contestó Jean.
Hilary la estudió atentamente. Con dos palabras y una mirada le había convencido de que era una muchacha de carácter.
– Conozco a su padre – dijo -. Siempre se toma mucho tiempo para decidir las cosas.
– En este caso, papá se muestra perfectamente dócil. – Es cierto – afirmó Dinny -, Yo lo he visto.
– ¿Y el tuyo?
– No pondrá inconvenientes.
– Si es así – repuso Hilary, poniéndose a tallar de nuevo la popa de la nave – os casaré. No veo razón alguna por la que se deba retrasar el matrimonio, si estáis realmente decididos. – Se volvió hacia Jean -. Sería usted una buena alpinista; si la temporada no estuviese terminada, le recomendaría una ascensión como viaje de novios. Pero, ¿por qué no hacen un viaje en un barco pesquero por los mares del norte?
– Tío Hilary – explicó Dinny- rechazó un decanato. Es conocido por su ascetismo.
– Fueron los cordones del sombrero los que me decidieron a hacerlo, Dinny. Déjame decir que desde entonces las uvas jamás han estado maduras. No puedo imaginar por qué he rechazado una vida de bienestar, tiempo para reproducir todos los barcos del mundo, la posibilidad de ver mi nombre en los periódicos y el placer de ver aumentar mi barriga. Tu tía jamás deja de echármelo en cara. Si pienso en lo que tío Cuffs hizo con. su dignidad y en el aspecto que presentaba el día que murió, me veo ante toda mi vida mal aprovechada y me figuro cómo seré cuando me bajen: del coche fúnebre. ¿Su padre es un hombre enérgico, señorita Tasburgh?
– ¡Oh, se limita a pasar el tiempo! – respondió Jean -. Pero es una consecuencia de la vida en el campo.
– ¡ No del todo! Pasar el tiempo y creer que uno no lo está haciendo… es la definición universal de «El hombre que fue».
– Excepción hecha -dijo Dinny – del «hombre que jamás fue». Tío, el capitán Ferse ha vuelto hoy repentinamente a casa de Diana.
El rostro de Hilary se puso serio.
– ¿Ferse? O es algo terrible o bien es una muestra de la misericordia divina. ¿Lo sabe tu tío Adrián?
– Sí. Yo le he acompañado. Diana estaba fuera. – ¿Has visto a Ferse?
– Yo he entrado y le he hablado -dijo lean -. Parecía estar perfectamente cuerdo. No obstante, me ha encerrado con llave en una salita.