– Intelectual depravado -cortó el director-. Eso es lo que eres.
– Depravado, quizás. Lo de intelectual lo considero un insulto.
SECUENCIA 58. FACHADA PAPELERÍA-LIBRERÍA.
Exterior Día.
El escaparate luce un cristal nuevo que al atardecer refleja el paso ensimismado y perezoso de nubes blancas gordas algodonosas teñidas de rosa, pacíficas nubes viajando hacia el Sur.
Súbitamente la imagen se hace literalmente añicos: una pedrada rompe de nuevo el cristal.
Encadena a Vargas en la calle barriendo con una escoba los diminutos cristales astillados en medio de una gran polvareda obliga a apartarse a dos chiquillos descalzos. Es verano, los fangos del descampado se han convertido en polvo rojo y la misma calle parece un incendio. Uno de la pandilla ayuda a Vargas con una pala y una caja de cartón. En seguida ven acercarse a Fermín Palacios flanqueado por dos fieles escuadristas con cara de tango y ojeras.
FERMÍN: (A Vargas) «Quiero hablar con la viuda
Estevet.»
VARGAS: «Ella no quiere hablar con usted.»
FERMÍN: «Tú, chaval (Al de la pandilla), entra y dile que
estoy aquí. Rápido, tengo que ir al banco.»
(Con la mano tantea el billetero sobre el
corazón)
Vargas retiene al niño con la mirada. Deja de barrer, apoya indolentemente las manos y la barbilla en el palo de la escoba y, mientras a su alrededor se aquieta el polvo rojo, entorna los ojos escrutando al tabernero y a su escolta azul.
VARGAS: «No está, camarada imperial. ¿Quiere saber
adónde ha ido?»
FERMÍN: «No tengo nada contra ti, muchacho. No te
hagas mala sangre.»
VARGAS: «Pues ha ido a encargar otro cristal para el
escaparate. Doscientas pelas del ala, una
auténtica fortuna en estos tiempos, ¿no
cree?»
Fermín Palacios lo mira en silencio. Uno de sus jóvenes centuriones da un paso al frente y su jefe lo contiene con un gesto. Luego sonríe vagamente al charnego:
FERMÍN: «Me caes bien, Vargas, así que voy a
explicarte algo.»
El tabernero ha venido a parlamentar acicalado y endomingado (americana gris a rayas y cruzada, pantalón crema, zapatos de dos colores y muchos emblemas en las solapas) seguramente para impresionar a Susana. Amigablemente ahora le explica a Vargas que él nunca ha querido perjudicar a la viuda Estevet y que es mentira lo que dicen de él en el barrio, aunque, en efecto, le gustaría alquilar este local para instalar un Salón de juegos para la juventud, futbolines y billares y demás, nuestra juventud merece un esfuerzo. Está dispuesto a ofrecerle a la viuda una cantidad razonable por el traspaso, y a él, a Vargas, un buen empleo en el nuevo negocio. Y concluye con la voz ensalivada:
FERMÍN: «Me gustan tus maneras, muchacho. Piénsalo,
y mira de convencer a tu ama. Con la
literatura nunca te harás rico, tanto si los
libros son en catalán como si son en
castellano. ¡Para morirse de hambre!»
VARGAS: «Estoy acostumbrado a morirme de hambre.
¿Ve esa ventana? Ahí, mire.»
Ahora la pandilla, expectante desde el inicio de la escena, va a ser testigo de algo asombroso. Cuando Fermín Palacios empezó a exponer sus planes acerca del Salón de juegos, ellos habían visto que Vargas, aparentemente interesado en la propuesta, había soltado la escoba acercándose al tabernero con toda confianza, mirándole como hipnotizado con la cara casi pegada a la suya. Y ahora, al indicarle la ventana ciega sobre la puerta de la papelería, y hacia la cual ya levantan los ojos Fermín y los dos Flechas, ven, o mejor sólo llegan a entrever el movimiento fulgurante de sus dedos al deslizarse entre las solapas de la americana del tabernero y extraer limpiamente, visto y no visto, un billetero plano de piel color salmón que oculta rápidamente a la espalda.
VARGAS: «Pues en una ventana igual pero no tapiada,
una que está detrás del altillo, un servidor se
pasa las horas muertas leyendo libros muerto
de hambre…»
Vargas retiene la atención de los tres falangios el tiempo justo para que sus veloces manos hagan un trabajito en la espalda: articulándose con endiablada precisión y rapidez, los dedos abren el billetero y extraen doscientas pesetas -que adivina por tamaño y textura-, el precio exacto del cristal nuevo. Y con la misma maravillosa limpieza y habilidad, visto y no visto, las manos de Vargas deslizan otra vez el billetero entre la americana y el arrogante pecho de Fermín Palacios, y luego, engatillando el índice, sacude unas motas de polvo en su solapa:
VARGAS: «Así que no perdamos el tiempo. Tengo
trabajo.»
Vargas le vuelve la espalda.
FERMÍN: «Eres un chulo y acabarás mal, muchacho. Te
conviene pensar en mi propuesta…»
VARGAS: «Lárguese. Y si el mamón de su sobrino o
alguno de sus valientes señoritos azules vuelve
por aquí a romper el cristal… (Sonríe) usted
volverá a pagarlo, jefe.»
Los niños pandilleros se sonríen por debajo de las narices mocosas.
SHANE: «He de marcharme.»
JOEY: «¿Por qué, Shane?»
SHANE: «No puede uno dejar de ser lo que es. Yo lo he
intentado inútilmente.»
– Pero no se irá.
– No.
Así pues, añadió el escritor, la línea argumental se tensa como un arco ensartando cinco fechas clave en la historia: 1941, la llegada al barrio del joven delincuente, su protección a la viuda (supuesta) y a su hija, su trabajo en la papelería, su alfabetización, su veneración por Susana. 1950-52, Vargas arraigado en Cataluña, fiel servidor y guardaespaldas de Susana, enamorado de ella y viviendo en secreto su mal de amores. El punto de flexión más tenso del arco está ahí: los planos del charnego aplicándose en la lectura de libros catalanes echado en su colchoneta y a la luz de una vela, la llegada de la carta de Toulouse que hace llorar a Susana, el cine de barrio en invierno, la noche de la torcedura del tobillo, etc. 1960, el inesperado regreso al hogar de Jan Estevet con su prestigio de héroe, aclarando malentendidos y suscitando el perdón, la alegría de Susana, la soledad de Vargas. Y la curva ya en descenso: 1975, Vargas es un viejo murciano afable y pintoresco, cojo y servicial, algo borrachín y pendenciero, del que hacen mofa los chiquillos y que aún trabaja en la Papereria i Llibreria «Rosa d'Abril», ampliada y con nueva fachada. Un buen hombre al que el barrio aprecia, pero que ha empezado a olvidar. Y fin.
SECUENCIA 80. FACHADA (remozada) PAPELERÍA-LIBRERÍA.
Exterior Día.
Vargas embutido en un mono azul está terminando de pintar la puerta de la papelería, cuya fachada luce ahora un flamante color marfil.
La joven Neus (22 años) hermosa y rubia como su madre (la misma actriz interpreta los dos papeles) avanza desde la puerta hacia nosotros sonriendo con las manos a la espalda y una rebeca naranja echada sobre los hombros, hasta ocupar totalmente con su cara la pantalla en primer plano.
NEUS: (A la cámara) «Nunca se fue del barrio, nunca se
casó, nunca aprendió (Sonríe como avergonzada)
a hablar correctamente el catalán, aunque tal vez
la culpa fue mía y de mi madre, que no supimos
enseñarle… Nunca dejó de trabajar en la papelería
ni de ayudarnos en la casa, y siguió haciéndolo
cuando papá volvió de Francia. Durante años ha
sido el criado de mamá y mío, nuestro amigo más
fiel, nuestro ángel custodio. Nunca he conocido a
un hombre como Vargas.»
Encadena mismo escenario quince años después, en 1975. Vemos a Vargas (60 años) subido a lo alto de una escalera de mano apoyada contra la fachada de la papelería, terminando de colgar sobre la puerta el viejo rótulo que, en su rincón-dormitorio del altillo, le sirvió de cabezal durante más de treinta y cinco años.