Nakai cerró los ojos y apretó la mano de Chee.
– Es difícil de creer -dijo-, ¿lo has entendido?
– Sí.
– Para curarse, tienen que creerte.
Nakai abrió los ojos y miró a Chee.
– Sí-dijo Chee.
– Ya sabes los cánticos, los cantas sin un error; los dibujos que haces en la arena son correctos y exactos; conoces las hierbas y sabes preparar el vomitivo.
– Eso espero -dijo Chee, que empezaba a comprender lo que Hosteen Frank Sam Nakai estaba intentando decirle.
– Pero debes decidir si te has alejado demasiado de las cuatro Montañas Sagradas. A veces, no se puede deshacer el camino para llegar de nuevo a Dinetah.
Chee asintió. Se acordó de un sábado por la noche, después de terminar en el instituto. Nakai lo llevó a Gallup en coche, aparcaron en la avenida Railroad y estuvieron dos horas sentados, observando a los borrachos que entraban y salían de los bares. Preguntó a Nakai por qué habían aparcado allí, a quién buscaban. Al principio, Nakai no le contestó, pero después, Chee jamás olvidó lo que, por fin, le dijo:
– Estamos buscando a los dine que han salido de Dinetah. Sus cuerpos están ahí, pero sus espíritus se han alejado mucho de las Montañas Sagradas. Puedes encontrarlos al este del monte Taylor, al oeste de los picos de San Francisco o ahí mismo.
Chee señaló a un hombre que se apoyaba torpemente en la pared de la avenida, frente a ellos, y que en ese momento se sentaba en la acera con la cabeza gacha.
– ¿Como ése? -preguntó.
Nakai respondió señalando con un gesto de la mano el cartel de neón de Coors que había en el bar y al borracho, que en esos momentos trataba de levantarse. Pero fue más allá y abarcó también un coche Lincoln Town blanco que subía por la avenida en dirección a ellos.
– ¿Quién se comporta como si no tuviera familia? -le preguntó Nakai-. ¿El borracho que deja a sus hijos hambrientos o el hombre que se compra un coche como ése y presume de riquezas, en lugar de ayudar a su hermano?
Nakai tenía los ojos cerrados, y el esfuerzo que hacía por respirar se traducía en un débil sonido quejumbroso. Después dijo:
– Para sanarlos, debes conseguir que crean. Debes creer tú con fuerza suficiente como para transmitírsela, ¿comprendes?
– De acuerdo -dijo Chee.
Nakai le estaba diciendo que no había logrado alcanzar la categoría de chamán que esperaba de él, el chamán cuyos métodos curativos lograban curar. Y Nakai le perdonaba… le liberaba para que fuera el hombre moderno en que se estaba convirtiendo. Tuvo una sensación de alivio mezclada con una terrible sensación de pérdida.
Capítulo 12
Era poco más de mediodía cuando el capitán Largo lo encontró.
En sueños, Chee oía unos golpes que, poco a poco, fueron convirtiéndose en un martilleo, reforzado poco después con un grito furioso.
– ¡Maldición, Chee! ¡Sé que estás ahí! ¡Abre la puerta!
Chee abrió la puerta y se quedó allí en pantalones cortos, aturdido por el sueño y mirando al capitán.
– ¿Dónde demonios te habías metido? -inquirió Largo, al tiempo que empujaba a Chee para entrar en la caravana-. Y ¿por qué no contestas al teléfono?
El capitán tenía la mirada fija en el teléfono mientras hablaba y vio la lucecita roja intermitente del contestador automático.
– He estado fuera -dijo Chee-. Acabo de llegar, tenía asuntos familiares que atender.
Estiró el brazo y apretó el botón, lo suficientemente despierto como para alegrarse de haber sido tan listo como para borrar la llamada de Cowboy Dashee. El aparato reprodujo la voz gruñona del capitán Largo diciendo: «Capitán Largo al habla. Mueve el culo y preséntate aquí inmediatamente. Los federales han encontrado el puñetero avión y tenemos que volver a hacer de sabuesos en su cacería otra vez».
El aparato indicaba que había otros dos mensajes grabados, pero Chee lo apagó antes de que le causaran más problemas.
– Tendría que haber escuchado los mensajes -dijo-, pero he llegado esta misma mañana, sobre las nueve, y estaba agotado. -Contó a Largo que la agente Manuelito y él habían llevado al hermano mayor de la madre de Chee a casa desde el hospital, que el anciano había logrado dominar a la muerte hasta que vio la luz del Sol en la cima de las montañas y que Bernadette había ido a buscar a las hermanas de Blue Woman para que la ayudasen a preparar el cuerpo para el funeral tradicional. A pesar del uniforme, Largo también era tradicionalista, un dine de Standing Rock. Recordó la sabiduría y la fama de sanador del anciano y, al igual que Chee, evitó pronunciar el nombre del difunto. Le dio el pésame a Chee, se sentó en el borde del catre y meneó la cabeza.
– Te daría unos días de permiso si pudiera -dijo, pasando por alto el hecho de que Chee todavía estaba oficialmente de vacaciones-, pero ya sabes cómo funcionan las cosas. Todo el mundo anda por ahí buscando a esos desgraciados, así que te doy sólo un minuto para que te pongas el uniforme; mientras tanto, voy poniéndote al día. Luego, quiero que salgas ahí y pongas un poco de orden.
– De acuerdo -dijo Chee.
Una idea desagradable acudió de repente a la mente del capitán.
– Entonces, Manuelito estaba contigo -dijo Largo con expresión asesina-. Ni siquiera se molestó en decírmelo. ¿Se molestó al menos en decirte que yo andaba buscándote por todas partes?
– No se lo pregunté -dijo Chee, y se concentró en ponerse los pantalones y abotonarse la camisa con la esperanza de que Largo no se percatara de que había soslayado la pregunta; no se le ocurría ningún argumento para quitar importancia a lo de Bernie y, por fin, se alegró al ver que el capitán se dirigía a la puerta.
– Te lo contaré todo en dos palabras en el despacho -dijo Largo-, dentro de treinta minutos exactamente.
Unos treinta minutos más tarde, Chee estaba sentado en una silla frente a la mesa de Largo, escuchando el final de una conversación telefónica del capitán.
– De acuerdo -dijo el capitán-. Claro, lo comprendo. Está bien. De acuerdo. -Colgó, suspiró, miró a Chee y luego al reloj-. Bien-dijo-, la situación es la siguiente.
Largo sabía resumir situaciones. Nombró y describió a los sospechosos supervivientes. No había nadie en las respectivas viviendas. Ningún vecino los había visto desde antes del atraco, lo cual no significaba nada en absoluto, al menos en el caso de Ironhand, porque el vecino más cercano vivía a unos seis kilómetros de distancia. Al parecer, de la casa de Ironhand faltaban un remolque de caballos y dos caballos, pero como nadie sabía desde cuándo ni por qué, tampoco eso significaba mucho. Una vez desechada la teoría de la huida en aeroplano, los federales se habían hecho cargo nuevamente de la operación de busca y captura, se habían establecido controles de carretera y se estaba trabajando en la búsqueda de pistas en los alrededores de la zona donde los sospechosos habían abandonado el vehículo en el que habían huido.
– Muy del estilo de los hermanos Ringling, Barnum y Bailey otra vez -dijo Largo-. Se han implicado tres cuerpos de policía estatal, tres departamentos de sheriff, cuatro seguramente, agentes de la BIA, agentes utes, agentes de la reserva de Jicarilla, Inmigración y Nacionalización han enviado una patrulla de rastreadores de frontera, federales a mansalva, incluso personal de seguridad de los servicios del parque. Tú irás al río Montezuma. Tenemos allí cuatro hombres trabajando con el FBI, buscando huellas. Tienes que informar al agente especial… -Largo consultó la libreta de la mesa- llamado Damon Cabot Lodge. No lo conozco.
– He oído hablar de él -dijo Chee-. ¿No recuerda aquel dicho que rezaba: «Los Lodge sólo hablaban con los Cabot, y los Cabot sólo hablaban con Dios»?
– No, no me acuerdo -dijo Largo-, y espero que no te presentes allí con esa actitud de sabelotodo.
– ¿Quiere que me presente hoy? -preguntó Chee consultando el reloj.